El 4 de enero de 1952, en pleno verano austral, Ernesto Guevara y Alberto Granados, médico a punto de recibirse el primero, bioquímico el segundo, partieron desde Buenos Aires en dirección al balneario de Miramar, la primera parada de un viaje en motocicleta que durante siete meses llevaría a ambos a atravesar el subcontinente americano a lomos de La Poderosa, una Norton 500 de fabricación inglesa. Según el brasileño Walter Salles, director de la imprescindible Diarios de motocicleta, “el viaje que transformó a Ernesto en el Che”.
Tras un periplo de varios meses y tras atravesar la Pampa, la Patagonia, los Andes, el desierto de Atacama y el altiplano peruano, la pareja llegó a finales de mayo a Leticia (Colombia), en plena Amazonia, una de las paradas más largas de su aventura. “Jugaban como los argentinos en la década de los 30, con el arquero clavado bajo los palos, los zagueros metidos dentro del área y la línea media corriendo toda la cancha”, escribió Granados en su diario sobre el Independiente Sporting Leticia, el equipo que a los pocos días de su llegada les ofreció la posibilidad de convertirse en entrenadores-jugadores (Guevara como portero, Granados como delantero) y al que condujeron a la final de una copa local. “Atajé un penal que va a quedar en la historia de Leticia”, le escribió semanas después Guevara a su madre en una misiva sellada en Bogotá.
En la capital colombiana, por entonces hogar de residencia de los también ilustres Alfredo Di Stéfano y Adolfo Pedernera, Guevara y Granados vivieron otra de las grandes experiencias de aquel viaje iniciático: asistir en directo, desde las tribunas de El Campín, a la histórica victoria de Millonarios sobre el Real Madrid. Fue el 9 de julio de 1952.
