Foto: Alba Otero

Mirando un mar verde oliva a través de Machado

El amor del poeta por la localidad no fue inmediato, pues nada más llegar aborreció el lugar.

En tierras de mar verde, donde una vez se perdió el rey Fernando III, conocido como el Santo, diciendo aquella famosa frase: Me perdí por los cerros de Úbeda, se encuentra la localización de Baeza, un pueblo declarado Patrimonio de la Humanidad en 2003 y que conserva las estructuras y los cimientos de dos culturas: la árabe y la cristiana.    

El pueblo jienense está situado en lo alto de un cerro, desde donde se puede divisar el gran mar verde oliva, el oro de Jaén, para dotarlo de poesía. A pesar de ser un municipio pequeño -me aventuro a decir que en un fin de semana se puede visitar todo-, la sensación de quedarte paseando sin pensar en absolutamente en nada y disfrutar de la calidez de sus calles y su gente invita a quedarte unos días más. 

Una vez allí, me vinieron los primeras imágenes sentada en el mirador, a orillas de la muralla que rodea al pueblo. Apoyando mis manos por detrás de mi espalda pude divisar todos los olivos de Jaén. Entonces pensé en la figura del poeta Antonio Machado, quien vivió en este pueblo de 1912 a 1919. Mirando los olivares me vino uno de sus versos a la mente:

¡Viejos olivos sedientos
bajo el claro sol del día,
olivares polvorientos
del campo de Andalucía!
¡El campo andaluz, peinado
por el sol canicular,
de loma en loma rayado
de olivar y de olivar!
Son las tierras
soleadas,
anchas lomas, lueñes sierras
de olivares recamadas.
Mil senderos. Con sus machos,
abrumados de capachos,
van gañanes y arrieros.
¡De la venta del camino
a la puerta, soplan vino
trabucaires bandoleros!
¡Olivares y olivares
de loma en loma prendidos
cual bordados alamares!
¡Olivares coloridos
de una tarde anaranjada;
olivares rebruñidos
bajo la luna argentada!

Sin embargo, este amor del poeta por la localidad no fue inmediato, pues nada más llegar aborreció el lugar. Viniendo desde Soria, algunas fuentes apuntan que el analfabetismo de la gente le molestaba. De hecho, llegó a escribir sobre ello, aunque con el tiempo se dio cuenta de la tristeza que padecía era a raíz del fallecimiento de su esposa, Leonor, por tuberculosis. Considero que uno de los poemas donde mejor refleja ese sentimiento es en Caminos:

De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.
Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos…
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!

Empecé a caminar y me perdí en su laberíntica muralla, me quise imaginar a Machado en sus primeros días maldiciendo, como yo misma hice. La estructura perteneció a un Alcázar que fue derruido junto con la Torre Aliatares, aunque esta última no sufrió tanto daño por la reina Isabel la Católica en 1477, para evitar disputas con la Nobleza Cristiana. No entiendo porque hay que destrozar la belleza, aunque sea un símbolo de otra cultura. Todo por el dominio.

Baeza es un pueblo donde tienes que tener los cinco sentidos en alerta; intuyo que esto es lo que empezó a enamorar al poeta de nuevo. Hay que estar atento y echar ojeadas aunque el sol te lo quiera impedir. Eché la vista arriba para observar lo que me habían contado acerca de la Iglesia de San Andrés y allí las ví: en su torre cuadrada tenía las famosas gárgolas. Me quedé fascinada que en un pueblo tan pequeño pudiera encontrarme tales esculturas.

Otra edificación que exige levantar la cabeza es la Puerta de Úbeda, de estilo mudéjar, con el escudo de los Reyes Católicos como símbolo de victoria. En la Puerta de la Luna se situaba la Mezquita Principal, pero los cristianos la derribaron y construyeron la Catedral dedicada a la Natividad de la Virgen. Ahí, existe un cuadro de San Cristóbal, conocido como San Cristobalón, el cual cita el poeta en siguiente poema:

Por un ventanal
entró la lechuza
en la catedral.
San Cristobalón
la quiso espantar,
al ver que bebía
del velón de aceite
de  Santa María.
La Virgen habló:
Déjala que beba,
San Cristobalón.

Al lado de la gran Catedral encontramos el Palacio de Jabalquinto y el Seminario San Felipe Neri, que actualmente son la sede de la UNIA (Universidad Internacional de Andalucía), donde Antonio Machado dio clases de francés. Enfrente de este enclave, estaba la Iglesia de Santa Cruz, de estilo románico. Me recordó mucho a la Iglesia de la Santa Trinidad de Florencia. A lo mejor el calor me jugó una mala pasada o quería dotarle de más cultura si cabía. Reflexiones, al fin de cuentas.  

Sin lugar a dudas, me llamó la atención lo rápido que podías ir de un rincón a otro para encontrarte con nuevos edificios, como las Casas Consistoriales Altas de finales del S.XV, donde se reunían para gobernar la ciudad bajo el amparo de la Corona. El consistorio actual es lo que en el pasado fue el Palacio del Corregidor y Cárcel de Justicia, y cerca de este enclave estaba la casa del poeta. Pensé mucho en Machado, incluso lo podría tutear, me lo imaginaba caminando desde su casa hasta su clase, o dando un paseo fuera de las murallas. Respiraba tranquilidad.   

Finalmente, la plaza más llamativa: la del Pópulo, con su fuente con Leones procedente de Cástulo, cerca de Linares. Me pregunté si Antonio se quedó fascinado al conocer su historia como me quedé yo. Fue el centro nobiliario y eclesiástico. No obstante, lo que me llamó especialmente la atención fue el nombre de esta plaza, pues dicen que la Virgen del Pópulo estaba en uno de los balcones, y ante ella se postraban los soldados cristianos contra los musulmanes. 

Para mí, Baeza es un rincón imprescindible para visitar. Y, como aventuró Antonio en Nuevas Canciones, me despido con los siguientes versos:

Sobre  el olivar,
se vio a la lechuza
volar y volar.
A Santa María
un ramito verde
volando traía.
¡Campo de Baeza
soñaré contigo
cuando no te vea!

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