Pasé mucho tiempo revisando cada parte de mi cuerpo.
Cada mañana, revisaba que todo estuviera bien, que no tuviera golpes, hematomas o algún otro síntoma que dejara de manifiesto que algo anormal pasaba. Meticulosamente, observaba cada milímetro de mi ser frente al espejo. Se convirtió más que en una rutina, en una forma de sobrevivir al miedo.
Miedo al dolor, miedo al sufrimiento y miedo a que algo mortal que acechaba mi vida, estuviera activo en mi organismo. No recuerdo si fueron 365 días o sólo unas semanas o quizás fueron años. Sólo tengo la seguridad que esa rutina absorbió un tiempo considerable en mi vida.
Mucho tiempo después, una mañana, me planté frente al espejo y no observé mi cuerpo, clavé la mirada en mis pupilas y descubrí que el miedo sólo estaba ahí reflejado, que lejos de esos instantes matutinos, el sol brillaba y yo respiraba con normalidad. Que aún seguía siendo la misma persona que era antes del cáncer, sólo que ahora consciente de mi mortalidad.
Ya no deseaba comerme el mundo, sólo quería disfrutar cada instante, despacito y suavemente, cómo se disfrutan los momentos que se van a inmortalizar.
Anónimo
Cada mañana, revisaba que todo estuviera bien, que no tuviera golpes, hematomas o algún otro síntoma que dejara de manifiesto que algo anormal pasaba. Meticulosamente, observaba cada milímetro de mi ser frente al espejo. Se convirtió más que en una rutina, en una forma de sobrevivir al miedo.
Miedo al dolor, miedo al sufrimiento y miedo a que algo mortal que acechaba mi vida, estuviera activo en mi organismo. No recuerdo si fueron 365 días o sólo unas semanas o quizás fueron años. Sólo tengo la seguridad que esa rutina absorbió un tiempo considerable en mi vida.
Mucho tiempo después, una mañana, me planté frente al espejo y no observé mi cuerpo, clavé la mirada en mis pupilas y descubrí que el miedo sólo estaba ahí reflejado, que lejos de esos instantes matutinos, el sol brillaba y yo respiraba con normalidad. Que aún seguía siendo la misma persona que era antes del cáncer, sólo que ahora consciente de mi mortalidad.
Ya no deseaba comerme el mundo, sólo quería disfrutar cada instante, despacito y suavemente, cómo se disfrutan los momentos que se van a inmortalizar.
Anónimo