Rafael

Hace unos meses (un intervalo de 6 a 8), viajaba yo en camión de Oaxaca a la Ciudad de México. Mi maleta no era nada grande, era sólo una mochila de asas y bajo el brazo cargaba un libro, la novela que consumía mi lectura en aquel momento, del Nobel Vargas Llosa.
Era una corrida nocturna, así que sólo leí unos minutos y me dispuse a dormir. Para mi mayor comodidad, coloqué el libro en la bandeja para el equipaje que se encontraba sobre los asientos. Durante el viaje, el camión se movió bruscamente y provocó la caída de varios objetos de la bandeja. Amablemente asistí a la mujer sentada detrás de mí a levantar las cosas.
Al llegar a la Ciudad de México, sin haberme sacudido por completo la modorra, logré levantarme, me asomé a la bandeja y me di cuenta de que el libro no estaba. Se cayó, pensé. Así que asomé la cabeza por debajo del asiento. Pensé: la señora sentada detrás de mí lo robó.
Fue un pensamiento cómico, de hecho. ¡Me han robado un libro! Desde la primaria no me sucedía algo parecido; la diferencia es que en aquel entonces me lo hacían por travesura. Volví a pensar: me han robado un libro.
Descendimos todos los pasajeros del autobús. En la espera de las maletas la mujer custodiaba mis movimientos. Me sentía como una amenaza; ello lo hizo obvio. Pensé una vez más: ¡me han robado mi libro! ¡Mi Vargas Llosa! Espero le aproveche. Ojalá no lo haya hecho sólo por la maldad.
Hoy mismo pasé por una librería. Entré a ojear a ver si encontraba un libro de derecho bursátil (tremendamente aburrido) y entre toda la literatura ahí encontrada, dispuesta a mis ojos, seductora a mis sentidos, como siempre; me acarició la atención una en especial… Conversación en La Catedral, Mario Vargas Llosa. Ya no recordaba si era exactamente esa novela la que había sido objeto de aquel crimen cultural. Así que le eché un vistazo y me bastaron unas ocho palabras… ¿en qué momento se había jodido el Perú? Pues esa pregunta universal que se posa Vargas, en la mente de Zavalita, se me quedó grabada en la mente, pues me la hago yo y se la hace el mundo, y cada vez que aparece una vaga respuesta, Vargas Llosa escribe, ‘en ése’.
También me acordaba de la frase de Balzac con la que abre la obra, luego de la dedicación: la novela es la historia privada de las naciones, y entonces la imaginación vuela y dan unas ganas terribles de viajar a Perú, a Arequipa, o Lima, y sumergirte en esa historia privada, en esa novela, y sentir lo que es ‘leer a Vargas en su tierra’, en la fuente de toda inspiración, en la vida de la que intenta impregnarnos. En las calles que describe, tomar la Cristal helada que toma Zavalita y tener su Conversación en La Catedral preguntarse: ¿en qué momento se jodió?
Apenas comienzo a leer esta novela y ya me dio por escribir sobre ella. Esa ágil narrativa que te lleva de pensamientos a palabras y de palabras a recuerdos. Que te lleva de plaza en plaza y de trago en trago. Y te presenta como cotidiana una vida en una tierra lejana, al menos para mí, y en un pasado no más cercano.
Por ello, le deseo a usted, estimada pilluela ladrona de historias, que se tome una Cristal a mi salud y le dé un abrazo a Zavalita de mi parte.
Rafael Cruz Vargas

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