Hacer punta al lápiz, arañar minutos con el diccionario. El fin como método, la causa como excusa. Convertir el placer en peligro. En la cárcel, los favores se pagan con favores. En la clase, atentar contra uno mismo, ya era suficiente acto de valentía. Lo que parece inteligente puede ser ordinario, incluso vulgar. Cuestión de perspectiva y de intenciones, supongo.
Sin embargo, estamos todos de acuerdo en que levantarse de la silla era síntoma de libertad. Quizás, para algunos repartir circulares o ir a la otra clase era exponerse demasiado, aquí me incluyo. Entonces, por descarte, lo mejor era ir al rincón de la clase.
Ahí, entre la papelera, no muy lejos de la profesora, pero lo suficiente de la clase, hubieron tantas primeras veces. También para el corazón, músculo debutante. Conversaciones triviales, monosílabas, pero cargadas de tensión. Y otras tantas con secretos de Estado. Hablaban casi más los ojos, entre el sigilo y la discreción. Parecía eso un confesionario. Lástima que el de enfrente tanto se te asemejaba, con el mismo uniforme y sobre todo la inocencia por destapar. Y casi siempre el susurro era sobre eso que nos atravesaba. “No es amor, porque el amor es una raíz que sólo se hunde con los años, pero había una forma de entenderse en esa lealtad pueril. En esa complicidad traslúcida, nerviosa y silenciosa“, dice Agredano.
Pedir permiso ante la duda. Levantarse, ir al diccionario, caminar entre el silencio, hojear las páginas sin buscar nada. Como mucho, buscar tabúes. Siempre haciendo del placer, un peligro. Era gastar una bala de plata sin ni siquiera apuntar al enemigo. Ahora que no encuentro las palabras, la RAE y el traductor son amigos. Me lo dice Google, sabelotodo, que siempre vigila por las esquinas que deambulo. Qué cosas. Palabras y balas. Hacer la guerra, defender lo tuyo. Escribir, la mayor de las armas.
Todo sea por y para recordar. Palabras, las hay bonitas. Pero ninguna como recordar. Por su epistemología, por su significado. Dijo Gabriel García Márquez: “Recordar es fácil para quién tiene memoria, olvidar es difícil para quien tiene corazón“. Con tanta carga sensitiva, es la mochila con la que cargamos.
Del latín, re-cordis: formada por el prefijo \”re\” (volver hacia atrás) más \”cor, cordis\” (corazón). No significa otra cosa que volver a pasar por el corazón. Sólo el acto te lleva a disrumpir con todo. El recuerdo te abstrae, te envuelve en la propia intimidad con esa hondura penetrante. Volver a vivir, volver a morir. Volver a sacarle punta al lápiz.
Tiene magia hasta en francés: aprender de memoria / apprendre par coeur.
Incluso el ejercicio de recuerdo fue catarsis en su momento. Escribían los sabios de la Antigua Grecia que los placeres nos abandonan pronto y pasajero es su disfrute. Y por ello, recomendaban, como catarsis, un sano ejercicio de recuerdo que dirija el ánimo al placer de los goces pasados. Expresar nuestras emociones sin filtro, de la forma más pura y fiel a como las sentimos. Eso es la catarsis emocional. Un proceso íntimo, intenso y en ocasiones, hasta peligroso, aunque en realidad, resulta de lo más liberador. Aristóteles fue el primero en hacer uso del término, aunque fuera Sigmun Freud quien lo rescatara más adelante para aplicarlo al ámbito psicoterapéutico, para denominar el proceso de descarga y alivio de la tensión emocional.
Freud fue más allá y en esa guerra de palabras contra ‘Gabo’, decía que “recordar es el mejor modo de olvidar“. En la finitud de la vida no sirve huir del dolor, evadirse de la tristeza. Hay que cargar la mochila también de experiencias malas, hacerse cargo de lo vivido, de nuestros errores y de las balas que se quedaron atascadas.
“Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de la vida fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sean necesarias para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido“, decía Carl Jung.
Cubrir de oro las heridas porque el dolor sana, el amor deja cicatrices y el placer es efímero, pero el recuerdo es para siempre. Porque un día te lleva a la esquina de la clase y otro, te punza el corazón con una canción, pero todo a su debido momento. Recordar provoca “morriña” a los gallegos y “saudades” a los de Portugal. Un estado emocional entre la pena y la felicidad, el sabor agridulce de lo que nunca volverá.
Una respuesta en “Re-cordis”
Nos marca el corazón,eso es tan bueno cómo malo, puede ser liberador pero también una pesada carga
Te quiero en la distancia