Tiene la vida grabada en la piel
y un punto de virginidad
en la mirada.
Hay cosas que ya no recuerda,
pero sonríe.
Lo hace con gracia,
una sutil y precisa,
que le hace parecer
la primera persona
del mundo en hacerlo.
Tiene un cuadro pintado en el rostro,
marcado con líneas desiguales;
esas que de manera inevitable
dibujan los años.
Dos ojos, que bailan
entre el color celeste y el pistacho
y miran alrededor
con la sorpresa y desconfianza
de aquel que se encuentra
en tierra extraña.
Dos manos que gritan lo vivido,
lo bueno y lo malo;
que tocando abrazan,
que laten,
que hablan.
Es todo y nada;
todo lo que cabe
en la palabra ternura
y nada más que eso.