¿Sabremos platicar después del confinamiento?

Internet significa el empleo de muchos, el discurso de algunos y la verdad absoluta de otros cuantos.

Por: Carlos González.

Mucho se ha insistido en que después del confinamiento nada será igual. También se ha dicho que es necesario que nada sea como antes. Lo que sí es un hecho es que ya no somos los de antes y que el encierro que hoy nos concierne toma forma ante un mundo para el cual no estábamos preparados.

En 2017, Diego Urdaneta publicó un artículo en VICE donde abordó la crónica de una semana sin redes sociales, básicamente sin Internet. En dicha historia el alcoholismo, la mota, los ansiolíticos, las iglesias, ¿y hasta el boxeo?, se hicieron presentes, formulando una pregunta que pudiera parecer absurda pero que hoy cobra sentido (desgraciadamente): ¿podemos vivir sin Internet? 

Hoy el confinamiento nos ha respondido con firmeza sin volvernos a hacer la misma pregunta. Resulta un momento idóneo para reconocer que, lejos de que el Internet sea un vicio, es una necesidad. Significa el empleo de muchos, el discurso de algunos y la verdad absoluta de otros cuantos.

Las repercusiones del Internet de hoy responden, incluso, a estados mentales, donde los escenarios del futuro serán sumamente distintos, particularmente en tres categorías: el trabajo en oficina, los medios de consumo y las relaciones humanas. 

Quizá la discusión más decisiva que tengamos por delante refiera a estas últimas, donde se hacen presente desequilibrios emocionales como la ansiedad, el estrés, el miedo a hablar en público, la baja autoestima y la depresión.

Hoy lejos de que parezcan temas que amenacen a una sociedad, parecen oportunos para discutir sobre nuestra realidad, para erradicar los vicios que tantos azotan a la población, más allá de un celular. 

¿Sabremos platicar después del confinamiento? Una interrogante que no busca respuesta pero que en sentido estricto deriva en una reflexión; aquella que resulte suficiente, de una vez por todas, para que la gente externe sus miedos, inseguridades, abusos, penas y verdades.

Existe algo perverso en el clasismo escondido en redes sociales. Figuras públicas, en su mayoría, crean contenido sobre sus privilegios, bienes y sus forma de consumo. Se trata, pues, de una imagen que invita al individuo a ser de cierta forma sobre lo que ve y consume. Evidentemente no es algo nuevo ni propio del confinamiento social, pero no deja de ser peligroso. Idealizar un mundo a través de una pantalla sugiere una crisis mental. 

Por ello insistir en el tema de la confrontación del aislamiento. Estamos expuestos a sufrir la ausencia de personas queridas, de conversaciones, de experiencias, de lugares. Podemos padecer la ausencia de un amigo, o de una buena conversación, pero nunca permitamos ausentarnos nosotros mismos: quizás ahí mismo se oculte el suicidio.

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