La despersonalización de La Rambla

Que la Casa Beethoven, una tienda centenaria de partituras ubicada en el famoso paseo peatonal que sirve de puente entre el pulmón comercial y el puerto antiguo, haya logrado sobrevivir a la vertiginosa digitalización de la música y al capitalismo más salvaje es un triunfo de la resistencia cultural catalana.

La Rambla, el manantial turístico de la Barcelona cosmopolita, no es precisamente un lugar de rituales. De vez en cuando, luego de dejar atrás a la bandada de palomas de Plaza Catalunya al otro lado de la calle, se puede encontrar en las estancias laterales a algún septuagenario sobreponiéndose, aún, a la estela de caos provocada por el paso implacable de los 15.8 millones de personas que visitaron la ciudad durante el año pasado, según estadísticas oficiales publicadas por el ayuntamiento barcelonés. 

Por eso, que la Casa Beethoven, una tienda centenaria de partituras ubicada en el famoso paseo peatonal que sirve de puente entre el pulmón comercial y el puerto antiguo, haya logrado sobrevivir a la vertiginosa digitalización de la música y al capitalismo más salvaje es un triunfo de la resistencia cultural catalana. 

«Es una empresa absolutamente familiar. La tienda nace en el siglo XIX, en aquellos tiempos la partitura era una herramienta básica porque si querías escuchar la música, la tenías que hacer, la tenías que crear. En ese entonces existían muchas casas de libros y partituras, era un ambiente musical distinto», relata Jaume Doncos, regente del local junto a su hermana y su padre, relevo generacional tras la muerte de su hermano Lluís González Llordá.

Hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en el epílogo de El Porfiriato, González Llordá, quien tomó el testigo de la vieja Casa Guardia levantada en 1880, cobró cierta notoriedad en la escena musical en México como promotor de la zarzuela. Luego, con el estallido de la revolución orquestada por Francisco Villa y Emiliano Zapata contra la dictadura del modernista y afrancesado Porfirio Díaz, terminaría volviendo a Barcelona en 1915.

Mientras golpetea un viejo piano coronado por un busto de Ludwig van Beethoven, una guitarra clásica de un azul mediterráneo y un disco compacto de José Guardiola, entre otras reliquias, Doncos rememora las visitas al local de Joan Manuel Serrat y Enrique Granados, dos brazos robustos del árbol genealógico de la cultura musical en Catalunya, y explica que los clientes que recibe son de naturalezas muy diversas: “desde estudiantes de conservatorio que preguntan por piezas de Bach, Chopin o Beethoven, aficionados, muchos jubilados y turistas”; aunque matiza que profesionales cada vez menos “porque ahora todo viene grabado”. 

Por el cartel de LLIBERTAT PRESOS POLÍTICS que abandera la puerta de entrada y el lazo amarillo en la solapa, logra fácilmente distinguirse como un hombre entregado a la causa independentista. Para disipar cualquier duda sobre sus convicciones políticas, se refugia en la herencia ideológica de George Orwell en su clásica novela 1984 y advierte que al poder la interesa que las cosas y las personas no tengan personalidad para que se vuelvan más manipulables. 

La colección del lugar no la monopolizan los nombres propios de la música clásica, también se asoman estandartes de la cultura local como la sardana y recopilatorios de referentes más contemporáneos y universales como Eric Clapton. Se anima a confesar, a media sonrisa, que en ocasiones suele abrazar más el legado de Bob Dylan que el del propio Beethoven, el personaje que inspiró el renombramiento del local hace poco más de un siglo.

El interior de la tienda de partituras centenaria
Un busto de Beethoven, entre otras reliquias, coronan un viejo piano familiar.

El fantasma de la superglobalización 

Más allá de locales históricos como la camisería de los hermanos Bonet o la casa musical Emporium que fueron barridos por las exorbitantes subidas de alquiler -de hasta 700%- provocadas por la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU), el bar Cosmos, mitificado por los marinos norteamericanos de la Sexta Flota, el escritor Rafael Sánchez Dragó o el rockero Loquillo, es un espejo en el que se mira, irremediablemente, Casa Beethoven, elegida en 2015 como uno de los comercios emblemáticos protegidos por el nuevo Catálogo de patrimonio comercial de Barcelona.

«No vivimos la etapa de los marineros, pero sí una etapa en la que cerrábamos a las tres de la madrugada, tras echar a la gente que no quería marcharse de la terraza. Antes sabían beber, ahora no. Barcelona ha cambiado, la Rambla ha cambiado», le dijo a El País tras cerrar el lugar a principios de año el copropietario del bar, Cristobal Cubero. Hablar de personalidad pudiera parecer abstracto, pero Jaume Doncos refuerza la teoría y asegura que antes todo era más especial en la ciudad.

Asumiendo que solo las farmacias locales, por su naturaleza, podrán seguirse sosteniendo ante la proliferación de tiendas y comercios montados con inversión extranjera, lo único que demanda Doncos, después de dedicarle cuatro décadas de su vida al local, es «morir cuando nosotros queramos, no porque nos asesine la globalización».

«De los negocios de gente de casa, apenas queda rastro. En La Rambla sobreviven 50 vecinos», explica con cierto aire de melancolía. El garante de supervivencia de Casa Beethoven, piensa, se encuentra en asemejar el ritual de la partitura con el de un libro viejo de literatura, con el componente mágico del estímulo sonoro como guardián. 


Jaume Doncos, regente de Casa Beethoven.
El local se encuentra en pleno corazón de La Rambla barcelonesa.

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