John Fitzgerald Kennedy había sido asesinado doce días antes.
En Lugansk, Ucrania, el 4 de diciembre de 1963 nació Sergei Bubka, el atleta que cambiaría para siempre una disciplina apenas famosa: el salto con garrocha. Quince años después vendría al mundo Volodímir Zelenski, el sexto presidente ucraniano desde la caída del imperio soviético.
Cuando Zelenski tenía diez años, Ucrania pertenecía aún a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Seúl albergó los últimos Juegos Olímpicos de la Guerra Fría en aquel verano del 88. Salvo Cuba, formaron parte del reparto los países que marcaron la bipolaridad desde el final de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos, la URSS, la República Democrática Alemana, la Federal, Yugoslavia, Checoslovaquia, China y Polonia. Desde que Lech Walesa y su sindicato Solidaridad cambiaron las formas de la realpolitik, los ucranianos comenzaron a reanimar sus aires de libertad del yugo del Kremlin.
Bubka, quien se había convertido en campeón mundial del salto más complicado del atletismo en 1983 -poco antes de cumplir 20 años-, era el emblema de una nueva generación de ucranianos a la que estorbaban el politburó y el Pacto de Varsovia. José (El tío José) Stalin había muerto diez años antes de que naciera Sergei, en Moscú. Las naves del Este eran dirigidas entonces por Leónidas Brézhnev, quien murió un año antes del primer título mundial del amo de la garrocha.
A los tres años -cuenta David Wallechisnki en su famoso libro The Complete Book of the Olympics– Bubka intentó huir de casa; a los cuatro casi se ahoga en un barril de agua que se usaba para refrescar coles y poco después fue salvado de sufrir heridas graves cuando caía de un árbol. Inquieto, pues, el niño. Tanto como los sucesos del final de los ochenta. Cuando Sergei ganó su quinto mundial seguido, en 1987, la maquinaria de Occidente ya había hecho su trabajo para derrumbar los muros. Margaret Thatcher, Helmut Kohl, Ronald Reagan y Karol Wojtyla aprovecharon la ocasión que dejó Mijaíl Gorbachov cuando asumió la secretaría general del Partido Comunista Soviético en marzo de 1985 para acabar con la Utopía. La Glasnost y la Perestroika no solamente cambiaron la estructura del partido; también la del mundo. En aquel 1988, en Seúl, desfiló la última delegación soviética. Bubka, sin quererlo, formó parte del contingente rojo que vencería a Estados Unidos en el cuadro de medallas, con 19 oros más. El judío Zelenski no sólo había experimentado el poder del socialismo en Ucrania. A los diez años, también lo había vivido en Mongolia, a donde fue enviado su padre, Oleksandr.
En Seúl, Sergei era un oro más (una estadística más) en los planes del aparato soviético. Para Ucrania, símbolo de regionalismo, como Nicolás Gógol, autor de las Almas muertas. Había muchas desconfianzas todavía entre Este y Oeste. Entre las pocas certezas se encontraba una: Bubka ganaría el oro en la capital surcoreana. Después de todo, era poseedor del récord mundial del salto: 6.06 metros. Los entrenadores de Occidente no podían asegurar, sin embargo, si sería capaz de quebrar su marca en los Olímpicos. La incertidumbre no era baladí, como el mismo Bubka se encargaría de demostrar. Aquella sería su primera presea dorada en las Magnas Justas. Y la última. Poseería durante lustros el máximo salto (6.14 metros) pero fracasaría una y otra vez en los Juegos, en los que no volvería, siquiera, a las ocho primeras posiciones. Zelenski ya era comediante y licenciado en derecho y el récord de Bubka seguía vigente. De hecho, fue superado hasta la segunda década del siglo XXI, en la que comenzaría una de las avanzadas de Vladimir Putin contra Ucrania a la que se llamó Euromaidán o Europlaza.
Bubka -en efecto- fue el primer ganador soviético del salto con garrocha, una disciplina en la que Estados Unidos había dominado desde 1908 hasta 1968. Como Sergei, Zelenski creció en una época en la que el ruso era lengua corriente en Ucrania. Volodímir seguiría aprendiendo el ucraniano hasta después de casarse en 2003 con Olena Kiyashkó. La medalla de Bubka fue acreditada a la URSS, mosaico de 15 naciones que compitió como una Comunidad de Estados Independientes en Barcelona 92. Luego llegó el desmembramiento. Sergei Bubka fue el emblema del nuevo país; el cual -literalmente- había renacido de entre las cenizas.
El presidente Kennedy enfrentó uno de los momentos más dramáticos de la posguerra: la crisis de los misiles. El mundo vivió días de suspenso ante una eventual batalla atómica entre las grandes potencias, Estados Unidos y la URSS. La amenaza de que el planeta se convirtiera en una repetición de Hiroshima y Nagasaki no fue exagerada. La diplomacia triunfó sobre los planes bélicos. Kenndy murió asesinado en Texas el 22 de noviembre de 1963. Pero el fantasma nuclear no desapareció con la muerte del presidente estadunidense. Los riesgos de un “accidente” seguían latentes en la bipolaridad.
En abril de 1986 el infierno salió a la superficie. Un accidente en la planta de Chernóbil provocó la máxima tragedia nuclear desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El politburó guardó un peligroso silencio sobre los hechos ocurridos en el complejo Vladimir Illich Lenin, ubicado cerca de la frontera con Bielorrusia. Más de cinco millones de ucranianos padecieron de fuertes dosis de radiactividad. Y unos 400 mil vivieron en zonas altísimas de contaminación.
Cinco años después de aquella tragedia Ucrania logró independizarse de la URSS.
Zelensky tenía trece años cuando Leonid Kravchuk fue elegido como primer presidente ucraniano en diciembre de 1991. Bubka seguía siendo el poseedor del récord mundial del salto con pértiga. En los Mundiales de Atletismo de Tokio 91 ganó el oro con una marca de 5.92 metros. Y en ese año fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias. Como Aquiles, Bubka tenía una debilidad: el talón. Se retiró el 1997. El libre mercado le permitió ser patrocinado por la marca Nike en los últimos años de su carrera. Pese a su política estatista, los equipos nacionales de la URSS fueron patrocinados por la alemana Adidas, creada por los hermanos Dassler y la cual diseño los zapatos con los que Jesse Owens se convirtió en el primer atleta negro en ganar el oro en el salto de longitud. Cuando la Guerra Fría termino, Nike se convertiría en la marca de varios atletas del Este. A su manera, comenzó su guerra comercial contra la marca de las tres franjas. La paz es la guerra por otros medios.
Rusia no dejó de tener los ojos puestos en la riqueza del Mar Negro. Sobre todo, en Crimea. A Volodímir Zelenski le tocaría ser el recordman de la nueva Ucrania. Y, tampoco, le ha sido fácil. Se necesita más de una pértiga para saltar el poder de la Federación Rusa, a la que el Comité Olímpico Internacional ha acusado de mantener durante años un sistema estatal de dopaje y cuyos ojos -desde la llegada del judoca Vladimir Putin al poder, en 2000- no han dejado de prestar atención a las riquezas y la ubicación ucraniana en el mercado de energía. El actual presidente de Ucrania no es político ni deportista; es lo que hay en medio: entretenedor: todo actor es un jugador, por eso en inglés jugar y actuar obedecen al mismo sustantivo: play. Un actor -aunque sea político- juega. Y Zelenski sabe su juego: en febrero de este año aseguró que si los Juegos Olímpicos consistieran en matar y mandar ataques con misiles “ya sabríamos que equipo nacional ganaría”.
La batalla de Ucrania por su independencia se encuentra en el punto más peligroso desde la disolución de la URSS. Bubka fue elegido presidente del Comité Olímpico Ucraniano en 2005. Desde ese cargo ha propagado las ideas de paz de Pierre de Coubertin. Zelenski las ha propagado por todo el mundo, como en el caso de México. Aquí, a la distancia, el presidente ucraniano transmitió un mensaje ante diputados para enfatizar la autonomía de un país invadido por la Federación Rusa. El viejo actor de la serie de televisión Servidor del pueblo se enfrenta a una potencia militar que ambiciona el regreso de Ucrania a sus dominios.
Zelenski y Bubka representan dos caras de la misma medalla: la soberanía ucraniana.