Los periodistas son las personas menos autocríticas que hay: Gervasio Sánchez

En los últimos tiempos se está haciendo un llamado al periodismo de calidad o slow journalism, ese periodismo que queda en el recoveco de una sociedad alejada por la conglomeración de redes y atemorizada por la dictadura del clic. La agenda setting de los medios de comunicación dista mucho de lo que en un momento puede albergar el interés general de la realidad social. Sin embargo, quedan periodistas y fotógrafos, o una combinación de ambos, que cumplen con los criterios de rigor, calidad y buen periodismo. Tal es el caso de Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959), quien se licenció en periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona en 1984. Como reportero gráfico cubrió la mayor parte de los conflictos armados, especialmente, la guerra de los Balcanes. Además, ha estado en Latinoamérica y Asia. Desde el año 2001 dirige el Seminario de Fotografía y Periodismo de Albarracín (Teruel). Se le conoce por trayectoria en diarios como el Heraldo de Aragón y La Vanguardia. En radio hemos podido escucharle en La Ser y como corresponsal para la BBC. Como matiz, su trabajo siempre lo ha realizado de forma independiente. 

Es de los fotoperiodistas que escriben sus propias crónicas, ¿qué es antes: fotógrafo o periodista?

Estudié Ciencias de la Información, rama de Periodismo, en la Universidad Autónoma de Barcelona. Sin embargo, nunca cursé estudios de fotografía y aprendí a base de hacer muchas fotos y errores. Y, además, con un sentido muy autocrítico. Antes de la fotografía ya escribía, pero la fotografía me ha acompañado toda mi vida. En la época en la que yo empecé era raro o, al menos, contradictorio encontrar periodistas literarios que supieran hacer fotografías o fotógrafos que escribieran. Pero yo he hecho de todo: reportajes completos, fotografía, textos o crónicas, artículos de opinión, reportajes de campo, de todo un poco.

En su tiempo había más especialización y ahora parece que tenemos que ser hombres orquesta.

Sí, la diferencia quizá sea que yo siempre dejé claro que una cosa eran los pavos por mis artículos literarios y otra cosa eran mis pavos por mis fotografías. O, incluso, de mis crónicas radiofónicas. A mí la idea de hacerlo todo por el mismo precio ni lo aceptaba antes ni lo acepto ahora. 

Sí, exacto.  Incluso se podría decir que el fotoperiodismo es un submundo incluso peor pagado que el periodismo.

En España siempre se ha maltratado en las colaboraciones, incluso en los mejores tiempos económicamente. Siempre ha habido un intento de pagar lo menos posible. A lo largo de mi vida profesional he conocido a poca gente que tratase con cierto respeto el trabajo fotográfico, incluso literario. Finalmente, al final siempre encuentras un hueco, encuentras gente que entiende lo que haces. Evidentemente en las empresas periodísticas tienen a personas fijas con sus derechos, pagas extra. Incluso a los fotógrafos que los tienen como redactores gráficos. No obstante, en mi caso, al ser periodista independiente, siempre tuve que batallar para que me lo pagarán. Por este motivo, he rechazado diferentes trabajos con medios porque considero que no me trataban con el respeto que merecía ni valoraban con seriedad mi trabajo. 

Cambiando totalmente de tercio. El otro día asistí a un seminario donde invitaron a Ramón Lobo, que, por cierto, le mencionó cuando trataron el tema de retratar el horror. Él contestó que hay muchas formas de contar lo que se ve en una zona de conflicto, pero al final confesaba que «la realidad es la realidad y no hay otra forma de contarlo». Y esto lo enlazo con una entrevista que le realizaron en Aprendamos juntos en el año 2019, justamente antes del covid-19, en la que usted afirmó: «Hacer buenas fotos es fácil, lo difícil es narrar una buena historia».

Con los nuevos automatismos, las cámaras fotográficas son cada vez más precisas, incluso en los teléfonos móviles. Debido a ello, ya no se preocupan tanto por la técnica, sino más bien por intentar fotografiar lo que lo que tienes delante. En mis tiempos, cuando empecé, eso era más complicado, porque si no tenías una idea clara de cómo fotografiar pues evidentemente lo hacías mal. Yo siempre he dicho que para mí contar historias con una cámara o con palabras no es tan fácil como enfrentarse a hacer una buena historia o una buena imagen, incluso resultado de la casualidad. Una buena historia es resultado de pensarla, de elaborarla y de llevarla a cabo.

Una elaboración bien pensada y construida del que tanto se habla en los últimos tiempos, sobre el slow journalism, ese periodismo de largo aliento, de recuperarlo (otra vez) en un mundo que en la inmediatez prima. Así que usted ha cubierto una guerra como la de los Balcanes, ¿qué supuso para usted esta guerra comparada con los conflictos actuales, asumiendo de lo que estamos hablando, que hay menos tiempo para mirar y quedarse? 

Personalmente a mí no me ha afectado esa evolución del periodismo. Ni las normativas ni esa precipitación con la que se trabaja ahora. Esa nueva idea de hacer periodismo a miles de kilómetros o que se puede cubrir una pandemia mirando por la ventana. O, por ejemplo, las nuevas tecnologías utilizadas para mejorar las cosas, como llegar más rápido a los sitios y enviar una crónica. Recuerdo que lo más difícil no era escribirla, sino enviarla. De hecho, los teléfonos dejaban de funcionar cuando empezaban los disparos y no podías transmitirlo, actualmente eso está totalmente superado. Si tuviera que hacer una comparación, escogería la cobertura de Afganistán que yo he hecho a lo largo de 25 años; el primer viaje en el año 1996 y el último en el 2019. En esos periodos que estaba en el país afgano estaba un mes sobre el terreno, igual el medio con el que colaboraba se quedaba solamente con una parte del trabajo, así que me buscaba una alternativa. Por eso yo no acepto que alguien me diga que el periodismo no hace falta ir a los sitios, que con los teléfonos es suficiente. Por eso no acepto entrevistas importantes que se hagan por teléfono si tienes la opción de hacerlas en persona. En una redacción es más cómodo hacer la entrevista por teléfono, pero pierde todo el sentido de lo que es una entrevista. Puedo entender a veces lo que es la premura o dificultades que también hay en la redacción. El mal periodismo que se hace en España es la responsabilidad de todo el mundo, incluido los redactores y periodistas que aceptan determinadas formas de trabajar. Mi obligación como periodista es estar en el sitio e intentar que la cobertura sea lo más profunda posible; lo que es inaceptable es que hoy en día se le llame periodismo de profundidad ir dos semanas a un lugar de moda y creer que eso es periodismo.

No puedes ir y venir…

Lo voy a explicar. El problema es que hay corresponsales en Bruselas, Londres, Nueva York, que no salen del despacho, están viendo la televisión y es lo que comunican por teléfono a Madrid. Si yo soy corresponsal en Estados Unidos, no puedo estar en cuatro paredes en Washington sin salir prácticamente. Si tú vas a cubrir una guerra tienes que ir a donde ocurren las cosas y a hacer periodismo, eso es lo que debería ser el periodismo. Entonces, cualquier otra manera de interpretar el periodismo yo creo que es errónea, y el problema principal que por muchas veces se justifica es que no hay medios, no hay dinero, no hay interés. Todo esto no son excusas que los periodistas no deberíamos aceptar nunca.

Además ahora el colapso de las corresponsalías.

Ya, pero las corresponsalías, ¿de dónde? En las grandes capitales de Europa siempre hay periodistas. Hay diarios que piensan que hacen periodismo internacional porque tienen media docena de corresponsales en las ciudades más importantes del mundo: Moscú, Washington, Londres, París y Bruselas. Sin embargo, ¿qué pasa con el continente africano o asiático y Latinoamérica? No puede ser que para cubrir toda la zona de Latinoamérica estén todos los corresponsales en México.

En esta nueva era del periodismo, ¿qué es lo que más le molesta?

Los periodistas son las personas menos autocríticas que hay. Yo no conozco compañeros que cada vez que hablas con ellos y les comentas esto: « ¿qué habéis hecho?, ¡está mal!», nunca hay una aceptación de que se ha hecho mal. Por ejemplo, yo sé que en mi familia hay problemas, pero no me los critiques a mí desde fuera, pero si no solucionas los problemas de tu familia estamos en las mismas. Entonces con el periodismo ocurre lo mismo. Para mí el periodismo tiene una serie de cualidades o de obligaciones en que las excusas no sirven para nada; o sea, cuando ves cómo de repente dejas de investigar temas que son muy importantes para la salud informativa de los ciudadanos. El problema grave es que cuando tú haces mal tu trabajo repercute en la salud informativa de los ciudadanos. Cuando en una escuela se hacen mal las cosas, repercute en la salud educativa de nuestros menores. Esto es igual si no hacemos bien nuestro trabajo: los ciudadanos no están bien informados, son más fáciles de manipular.

Esto es lo que ha ocurrido ahora con la desinformación que acusaban a la digitalización, cuando tenemos otros focos que atender.

Es que acusar a la digitalización es un poco flojear las cosas. Cuando escribo algo no estoy pensando en el hecho de si publicarlo en la web va a tener menos valor que en el papel, siempre trabajo igual, con las mismas formas de actuar y con la misma rigurosidad. Siempre he trabajado en diarios, preferentemente, de provincias. En el Heraldo de Aragón, que no será el New York Times, trabajo con la misma rigurosidad. Esto debería ser obligatorio para los periodistas y cualquiera de sus especialidades. Una de las cosas que yo suelo decir muy a menudo es que uno de los grandes vicios del periodismo español es su relación vinculante o estrecha con los poderes políticos fácticos y el poder económico. Esas alianzas han destruido la independencia periodística, pero esto no ha ocurrido ahora con la crisis, lleva ocurriendo desde siempre, desde los años ochenta por lo menos. De hecho, prácticamente desde la muerte de Franco hasta que el periodismo tuvo una época, digamos, boyante, brillante, durante finales de los setenta y principios de los ochenta. Después ya se empezó a ver una relación impúdica, una relación vergonzosa entre los poderes fácticos: los dueños de los medios de comunicación políticos y empresarios. Y en esas alianzas se pudrió el periodismo español.

Una noticia es aquello que alguien no quiere que se publique. El resto son relaciones públicas.

Hay temas que en la agenda de un periódico no se pueden tocar. Las alianzas, al final, todo es imposible si tú tienes preferencia por un partido político y esos están en el poder. Su corrupción, su vergüenza no se va a mostrar si es una relación vinculante con empresas determinadas sean bancos, empresas telefónicas o grandes superficies, no vas a poder criticarlo porque entra en colisión con los intereses. Por ejemplo, si te dedicas a promocionar escritores porque tu grupo mediático tiene editoriales, no lo vas a poder criticar porque entra en colisión con sus intereses, si tu medio tiene relación con el presidente de un club de fútbol —esto suele ocurrir muy a menudo, sobre todo en ciudades pequeñas—, no puedes criticar al presidente del club porque es un gran empresario que pone la carta de publicidad. Todo esto va repercutiendo malamente que en cada diario se sabe qué se puede tocar o qué no se puede tocar, con el paso de las décadas el número de temáticas que no se pueden tocar son mayoritario, esto genera el problema de la prensa.

El abordaje del periodismo local. ¿Cree que hay que fortalecer el periodismo local frente a los medios generalistas?

En Estados Unidos tienes el Washington Post, el New York Times, el Denver Post… Al final son medios locales, pero universales por la calidad de sus escritos. Eso se refleja en las historias que hacen. Aquí no te puedes quedar en el periodismo local que se hace muchas veces provinciano, muchas veces reiterativo… Un diario tiene que tocar todos los temas que pueda cubrir: primero porque el mundo no es un lugar local, los localismos ya no existen, estamos hiperconectados políticamente, económicamente, ecológicamente. Por ejemplo, en la cumbre de Glasgow, lo que se decide ahí repercute en todos nosotros. Los medios locales españoles están más saneados económicamente que el periodismo estatal. Pongamos el correo vasco, el diario vasco, los diarios andaluces, Heraldo de Aragón, los diarios gallegos… están mucho mejor económicamente que los diarios de Madrid. Los periódicos locales tienen una buena sección de internacional, económica o de investigación (este último lo tendrían que tener todos).  

Para finalizar y, a lo mejor una pregunta un tanto personal, cuando realiza una fotografía en zonas de conflictos, ¿cómo establece esa conexión o diálogo entre usted y la persona que va a fotografiar?

En las zonas de conflicto las cosas pasan tan rápido, lo que estás fotografiando es lo que te encuentras delante tuyo, desde gente que está corriendo, huyendo por los disparos o por los bombardeos o gente que está agonizando porque acaba de caer una bomba. Entonces no se puede establecer una relación, haces tu trabajo y ya está.  Otra cosa es cuando estás haciendo un seguimiento de una zona, entrevistas a gente pausadamente. Ahí sí que hay que establecer una relación para que la persona que vas a entrevistar sienta que no la vas a traicionar. Estás ahí para explicar cuál es tu trabajo y qué no vas a manipular y qué es lo que quieres hacer y que entienda tus razones por la que quieras hacer la entrevista. Intentar buscar la forma de que confíen en ti y que entiendan por qué te interesan sus historias. No solo es un oportunista que busca la fotografía o la historia. Por eso es importante destacar, nuevamente, la importancia de hacer buen periodismo y que se piense que por estar tres días en un lugar han hecho una buena cobertura. Esas cosas deberían estar prohibidas; bueno, así están las cosas y es difícil cambiar el estado de ánimo de los medios de comunicación. Por eso la queja que hay. La gente joven está desertando de los medios de comunicación y se justifica porque no hay interés. Y no es verdad. La realidad es que han dejado de creer en nosotros. 

Recientemente ha publicado su último libro: Violencias, mujeres, guerras, donde relata las violencias que sufren las mujeres en los conflictos armados a través de sus historias personales acompañadas por fotografías de las protagonistas. 

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