Llevo ya unos meses
intentando escribirle
a las lamparas
en mi habitación,
a los pequeños relieves
en la pared que me gritan
en braille
los secretos de este lugar;
no hay poemas ya en
este sitio tan recurrente,
pero, si presto atención,
puedo escuchar los
antiguos festivales
de mis huesos,
el cantar de mi piel
y tu piano eterno en la memoria;
desgraciadamente no soy
músico,
aunque entre los vellos
de mis manos suenes tú,
no está tu composición
en la inmensidad de las paredes,
no hay violín ni trompeta,
hay verso;
en esta melodía mía,
estás tú,
tus sonidos, mi invierno.