Él la vio ahí parada; sutil, indefensa, maravillosa. Era una mañana en la que nada podía salir mal. Él la admiró con esos ojos saltones que tanto odiaba.
Se acercó a ella en su VW verde, con un aliento a whisky, temiendo ser descubierto por la inseguridad que representa hablarle a la mujer que lo había hecho detenerse. No lo pensó dos veces, se bajó de su auto y se plantó como un Don Juan; sin más preámbulo, se ofreció a ser el acompañante hacia su destino.
Ella no sabía que ese día su vida cambiaría para siempre.
Se dirigía como todas las mañanas hacia su lugar de trabajo. Siempre alegre, con una mirada llena de vida y muchos sueños que cumplir. A lo lejos, se percató que un auto venía lentamente hacia ella y que poco a poco se acercaba más; miró su reloj un tanto nerviosa, giró la cabeza hacia ambos lados y cuando estaba a punto de dar el primer paso, él ya estaba ahí.
Lo primero que notó fueron sus zapatos impecablemente boleados, un aroma a perfume exagerado y unos anteojos que cubrían la mirada que no habrá de olvidar jamás.
Elías.
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