Aprendiendo a disfrutar lo simple

En alguno de esos pensamientos con la almohada en la oreja, me he puesto a pensar cómo nos hemos dedicado a criticar las modas convencionales en la actualidad.
Los clichés, que se dicen. Tales como las selfies, cuidar perritos, ser vegano o hacer yoga, por ejemplo; sin embargo, también me he vuelto de la firme creencia que disfrutar de lo banal también es una virtud.
Criticamos a los lectores de Coelho, a los que le toman una foto a cada comida que tienen en el día, a los que se la pasan compartiendo memes o a los que presumen su Buchanan’s que compraron entre 15 —cuando, como cualquier persona de bien, pudieron comprar más Bacardi por el mismo precio, claro—.
Nos burlamos de los chavorrucos y despreciamos a aquellos que venden productos milagrosos que te cambiarán la vida, para después meterte a un negocio piramidal; o a los que te quieren hacer ganar dinero desde tu celular usando solamente una aplicación. Tal vez, nosotros, los conscientes, solo estamos carentes de fe…
La única verdad es que todas estas personas en realidad han entendido algo: todos venimos a esta vida solamente a pasar el rato. Y si uno acepta esa forma de pensar, aunque sea solo un poco, lo banal se termina por convertir en una virtud. Porque todos tenemos los clichés a la orden del día: la foto del paisaje, algunos best sellers, el vasito de Starbucks, etc.
Por eso, cada vez me gustan más las personas que disfrutan de «tonterías» y hasta las modas, como leer 50 Sombras de Grey, ver la serie de Luis Miguel y no parar de escuchar la canción particular de cada capítulo, o creerte influencer en redes sociales.
Es más, pensándolo bien, me gusta la gente con gustos simples. Ya lo decidí. Mejor dicho, no me pueden no gustar. ¡Hasta los envidio!
Me gustan los fans de las «escapadas» al bosque. El cliché más romántico y que más vale la pena de la naturaleza.
Me gustan los optimistas. Como el amigo borracho que un día decide llevarse una botella de agua a la fiesta porque, tal vez ese día, no se le antoje una cubita.
Me gustan los que encuentran causalidades en todos lados. Apenas los conoces, pero ya te quieren atar a su vida. Si eres de Puebla, pues ellos conocen mucha gente ahí. Si estudias psicología, pues la hermana precisamente se gradúo de eso. Son personas que se dedican arduamente a encontrar cualquier lazo que genere afecto. Y aunque casi nunca tienen éxito, no claudican. Entonces, aquel rarísimo día donde descubren una conexión real, hasta se sienten plenos.
Me encanta la gente de futbol porque somos intrascendentes y, por eso, disfrutarlo es una genialidad. Ya lo resumió –mi ídolo- Manuel Jabois: «Hay pocas cosas más felices y divertidas que ser madridista. Yo no las conozco».
Me gusta mi sobrino, porque cuando le preguntas qué quiere de comer, solamente dice «papitas».
Me gusta la gente que odia el reggaetón, pero en cada salida al antro dan la vida bailándolo. Los que van a ver la misma película tres veces, los que entraron a la meditación para encontrarse consigo mismos, los que aún en la universidad hacen sus apuntes con plumas de diferente color.
Me parece que tengo que ser muy claro al respecto: es una virtud disfrutar fácilmente con cosas banales. No importa si se trata de algo hipster o intento de parecer interesante. Si alguien es feliz soñando con su viaje de amigos a Acapulco, memorizando citas de Borges, leyendo El Alquimista o poniendo frases profundísimas en una foto que nada tiene que ver, todo me parecerá bien.
Y es que lo verdaderamente extraño es todo lo contrario: juzgar los hobbies de otros. A ver qué pasa cuando un día se te aparezca alguien diciéndote: Oye, es que tú estás disfrutando mal.
Tendrás que explicarle, cordialmente, que su opinión no te importa un carajo.
Miguel Balderas

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