Foto: FIFA

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Abrazo, beso y agito mis puños arriba (V)

Hace seis meses tocamos un césped cálido y áspero. Era una mañana primaveral en un estadio de fútbol imponente. Era el Estadio Azteca en Ciudad de México. Hace años que mi relación con el fútbol era insostenible y se fracturó por completo: los tejemanejes, la corrupción, sector empresarial, chanchullos… Mermo en mí e hizo un hoyo en mi pecho tan grande que no pude tapar.

Con los años intentaba reconciliarme de alguna manera, pero rápidamente comprendí que tenía que vivir con una contradicción dentro de mi ser. Ello me provocaba una desconfianza que no creía para mí.

¿Qué es el ser humano sin contradicciones? –pensaba. Sin embargo, me dañaba. No podía concebir un mundo tal que así. ¿Seré una soñadora? ¿Utopista? Medité acerca de las gamas de colores y no tener un pensamiento tan irracional, donde sólo se plantean dos posturas contrapuestas. Cierto es que me alejé del fútbol. Rompí con él.

Intenté reconectar de alguna manera. Para ello profundicé en la premisa de George Orwell: «El doble pensamiento significa el poder de tener dos creencias contradictorias en la mente simultáneamente y aceptar ambas». ¿Acepto ambas y sigo con mi vida? ¿Así de fácil? Me volví a acercar a mi equipo y a los partidos de Champions. Empecé a creer de nuevo con la Decimocuarta –me van a odiar las personas que me lean. No obstante, aparecían fantasmas que me atrapaban.

Un jueves 2 de junio de 2022, pisé el Estadio Azteca. Lo primero que observé es esa pintada enorme de Maradona. Admito mi animadversión por este jugador, no estoy de acuerdo con ciertas cosas que realizó en su vida. De nuevo, la contradicción. Entramos al estadio y una vez en la cancha nos permitieron tocar el césped con la mano. Una hierba cálida y áspera, una contradicción. El ser humano es así, reflexioné.

Nos mostraron el arco donde Maradona le hizo el gol a los ingleses, un 22 de junio de 1986. En otras palabras, faltaban 20 días para celebrar el aniversario de un momento histórico para Argentina. En ese momento no estuve sola, mi compañero de esta turbulenta vida, argentino, me acompañaba y en su mirada lo comprendí. Él es otro utopista que con sus gestos transforma la vida en un espacio mejor y le ocurre como a mí; también le atormentan las contradicciones. Es inherente al ser humano. Los dos miramos hacia ese arco dentro de la inmensidad de ese estadio. El gol del siglo. El gol de Maradona.

Pasaron los meses y me mudé a Rosario. La ciudad del fútbol. Llegó noviembre y empezó el Mundial. Un Mundial que he criticado desde que se decidió la sede: Qatar. No se podía celebrar en ese país que vulnera derechos humanos, pero es la FIFA y qué os voy a contar de ellos; en el año 1994, lo celebraron en Estados Unidos, cualquier cosa me puedo esperar de ellos.

Llego a la conclusión de que tenemos que vivir con las contradicciones.

El martes 13 de diciembre se jugó el Argentina–Croacia. Ganó Argentina por tres goles a cero. Volví al bar donde vi los dos primeros partidos para seguir con nuestra cábala. Ahí estaba el gauchito gil con Gilda y Maradona. En el segundo gol recuerdo poner mis manos en forma de rezo y pedirle al mismísimo Diego que ayudara en el segundo gol: «Maradona, sé que nuestra relación no es fácil, pero volví a confiar».

Abrazo, beso y agito mis puños arriba con los goles de Messi, el mismo que puteé cuando metía los goles contra el Madrid. Ahora salgo a celebrar la victoria de Argentina, porque la vida, como el amor, es una contradicción.

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