El cruce entre filosofía y literatura es, en ocasiones, ineludible. Por un lado, el pensamiento que recorre la virtud de los argumentos precisos en ocasiones busca el acercamiento a la contemplación de la belleza de la frase. Por otro lado, en la armonía de cada párrafo e imagen, se puede ver cómo aparece la discusión categorial digna de un tratado académico analítico. En este caso, el cruce entre ambas disciplinas aparece en dos textos merecedores del premio nacional Dolores Castro para escritoras 2024 en la categoría de ensayo. Ballet para señoritas señoras y Archivo accidente son dos libros que inician el periplo de andar entre territorios que en ocasiones parecen hermanarse, pero nunca confundirse. Ambas autoras, filósofas de formación, despliegan un texto cuyas caras van del rigor argumentativo a la belleza literaria sin dejar de alimentarse mutuamente.
I
Ballet para señoritas señoras, el ensayo ganador del premio Dolores Castro, María Yolanda García habla sobre el alcoholismo de una mujer que ha decidido re-conocer su cuerpo en el baile. A lo largo de tres actos se reconoce la composición de la adicción y del cuerpo que envejece. Reconoce, también, la violencia a la que es sometida aquella mujer que se sabe alcohólica y que es mirada como un elemento de descuido en una sociedad que no perdona una sola falla en la existencia femenina.
Como bien lo dice la autora, también filósofa, quien en el texto se autoproclama “Reina de las alcohólicas funcionales”, lo propio del ser humano es “resistir: juntitis, reportes, marcar archivos en Excel y minutas que no llegan a ningún lado”. Con esa claridad, cualquiera es capaz de abrazar el alcoholismo como modo de explicación de la propia vida, como vehículo y como compañía. Con la precisión de la que goza este ensayo, María Yolanda García se pregunta “¿Cómo se ve una mujer bebiendo? Una mujer que bebe no está tocada por la creatividad lírica, es descuidada y fracasó en desempeñar con éxito sus labores de cuidado”. En Ballet para señoritas señoras se tiene bien claro que, incluso en esta condición, la adicción sesga de una forma bestial la manera de aparecer en el mundo. Según la interpretación social, las mujeres son descuidadas y las que escriben lo son aún más; cuando se trata de un hombre borracho que escribe, seguramente, se trata de un alma atormentada que goza de una genialidad inalcanzable.
María Yolanda García reconoce la belleza del beber, no se asusta ni intenta dar un discurso totalmente artificial o falso sobre las implicaciones del alcohol en el cuerpo; eso es responsabilidad de los demás, ella comprende la manera en que estas botellas habitan la realidad a la que se aproxima sabiendo que su cuerpo no es el de antes, sabiendo que alguna vez tuvo 16 años y deseaba que le pasaran muchas cosas. Ahora sabe que eso esperaba en aquel momento.
La autora habla del posicionamiento del cuerpo frente a una situación que exige a todas luces la descompostura; el ballet, disciplina férrea, frente a la blandura que provoca el alcohol que constipa el cuerpo de quien baila y se sabe observada no solo por beber, sino por ser una mujer vieja que comprende que entre el baile y la embriaguez hay olvido y también un distanciamiento de la soledad.
Así, para la profundidad a la que nos invita Ballet para señoritas señoras, la autora decide narrar con la comprensión alcohólica de mujeres que también escribían o escriben y que se saben acompañadas por estos juicios hacia su cuerpo, su voluntad y su capacidad creadora. Ellas construyen el mundo desde esa posibilidad de mirarse sabiendo que “el cuerpo y el lenguaje son un país propio”.
Después de algunos textos breves, ballet y alcoholismo se enfrentan a la decisión en el ensayo: la sobriedad y el esfuerzo del cuerpo por sobreponerse a la falta de aquello que parecía la mejor compañía. Después de la ruptura, el cuerpo se debe reeducar, la condición se debe sobreponer y la voluntad le permite a la ensayista reconocerse, reaprender en solitario. En esta última parte, la autora se reconoce y se sabe víctima de una violencia no solo física, sino discursiva. Como ella misma lo comparte, hay una posibilidad para reaprender incluso en decidir alejarse de esa violencia, en ya no tragar la violencia a la que se ha visto sometida.
A lo largo de este ensayo, no se reúnen solo datos decorosos sobre el ballet; por el contrario, se comprende la condición de vulnerabilidad dentro y fuera del alcoholismo, en donde la mujer que baila una que comprende lo difícil que es levantarse después de saber que el cuerpo no tiene la misma elasticidad ni la cabeza las mismas preocupaciones. En este ensayo, Yolanda García aborda los límites y alcances del cuerpo; siempre trata de poner el cuerpo, de hablar de él, de empujarlo hasta donde pueda llegar. Como bien lo dice la autora su “cuerpo existe desde discursos y técnicas de representación: la sociedad contemporánea está distorsionada por las expectativas respecto a las mujeres. El problema no es el cuerpo sino su inspección detallada, las exigencias del perfeccionismo son agotadoras”.
II
Archivo accidente, escrito por Roxana Cortés, fue merecedor de la mención honorífica del premio Dolores Castro. La autora decide romperle el corazón a quien lee desde el inicio. Tal vez con el propósito de diseccionar no solo el evento narrado en el ensayo, sino también con la intención de posicionarnos en un lugar desde el que no hay escapatoria: el asombro que implica la comprensión del dolor.
Este ensayo está compuesto por una guía personal, así lo indica la autora desde el principio. Por lo tanto, es imposible hablar del texto sin hablar de ella, específicamente desde este evento; su comprensión y visión del dolor, el accidente, la carne y la vida expuestas en Archivo accidente, son, al mismo tiempo, materia de una disertación que evoca tanto a la literatura como a la estética.
Así pues, la escritora a quien le han pasado siglos de libros por las manos, los ojos y las palabras, cuenta lo siguiente: “Sábado 21 de abril de 2001. 08:07 am. Mi cabeza colisionó contra el asfalto mientras un par de dientes salieron del maxilar como un simple escupitajo. Papá observó un pequeño cuerpo envuelto en un uniforme blanco levitando por el aire; me dio por muerta y persiguió al conductor. Alguien se acercó, sujetó mi cabeza y gritó ¡Despierta, niña!”.
Con el accidente como eje del ensayo, Roxana Cortés narra la destrucción de la carne y del espacio, así como la fatalidad de la existencia humana debido al reconocimiento del dolor y la incertidumbre que se apropian de un cuerpo adolescente de 13 años que se sabe a expensas del mundo. La autora confiesa que imaginaba que desaparecería, que el mundo se interrumpió y que los médicos, después de horas de trabajo, diseñaron una nueva ella.
A través de la lectura y el tiempo de la recuperación, Roxana comprende que no volvería a ser la misma, el sentimiento que la detiene corresponde al temor de volverse a ver por completo, con cicatrices e intervenciones médicas, de carácter necesario, para salvarle la vida. La autora también dialoga con otras y otros accidentados, algunos de los cuales no pudieron contar su experiencia, como Camus, quien murió instantáneamente en el accidente comentado con frecuencia en la historia académica.
La autora nos permite leer un encuentro que va de la filosofía a la literatura con destreza y con un cuidado incuestionable. La belleza está en las imágenes planteadas, pero también en la comisura de cada argumento. Gracias a su comprensión de lo complicado que es escudriñar el pasado para hablarle como si se tratara de algo que sucede en la inmediatez del presente, ella disecciona el accidente y lo que de él se puede saber.
Aunque tal vez no se lo proponga, la autora de Archivo accidente, hace ontología del accidente, lo vuelve un elemento de discusión en el que, innegablemente, la experiencia le gana a toda posibilidad de constructo discursivo, alejado de las coincidencias.
Roxana Cortés comprende lo aparatoso de mirar la carne desprendida y lo impactante de voltear a ver la herida, misma con la que dialoga cada vez que se encuentra observándola; ella realiza un diálogo queloide, que se levanta sobre una pregunta: ¿Cómo o de qué manera la propia existencia se llegó a separar de la carne? Para la autora, hablar sobre el cuerpo vulnerado implica volver sobre la herida misma, exponerla, observarla, mirar los músculos presentes y tendientes al movimiento, a pesar de la urgencia de reposo. Todo esto implica una resignificación de la carne y de la propia existencia en tiempo presente. Pareciera que ella aborda no solo lo accidental sino la propia vida, narra cómo el propio cuerpo se “acomoda entre las ausencias y las presencias que lo vulneran” y cómo es cuerpo, se sabe solitario, extrañando y también, recuperándose de la casi muerte u observándola, dándose cuenta de ella o recibiendo noticias de la misma años después.