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Editorial

Borges y la tradición surrealista: el problema del doble

La imagen del doble cubre la totalidad de El Sur de Borges, en tanto el texto se transforma en una alegoría de los sueños y de la vigilia.

En Escritos sobre literatura argentina, Beatriz Sarlo menciona que la resistencia de Borges frente a los tradicionalismos de la literatura latinoamericana no es tanto la del escritor renegado, sino más bien la del exagerado cosmopolita, el colmo del modernismo, quien “construye […] un internacionalismo más extremo” (187). En esta exploración de las literaturas del globo, Borges intercala ensayos tanto de literatura argentina criolla como de clásicos de la literatura universal, para así hacer de su propia fidelidad con lo latinoamericano un “capítulo del internacionalismo estético” (187). Evidentemente, este es un primer gesto de la vanguardia borgiana, sobre como la producción literaria no debe extremarse en la búsqueda de lo autóctono, sino más bien en la producción de una estética global, la cual sea capaz de interrelacionarse con la actualidad de los otros movimientos que sucedían con violencia por ese entonces. Este modo de hacer vanguardia, el cual se observa muy bien en los gestos de Huidobro en España y en la estancia de Vallejo en París, también fue practicada por Borges cuando, al principio de su trayectoria, incursionó en la poética ultraísta. Ahora, el cuento que nos convoca, me parece, también presenta este doble aspecto, en tanto El sur se relaciona con cierto imaginario de las vanguardias de occidente, pero al mismo tiempo mantiene una correspondencia con la propia producción literaria del continente americano.

Hablemos, en primer lugar, de su relación con las vanguardias. El sur es un cuento que a todo momento propone una alternancia, una doble opción para todos los sucesos: la doble nacionalidad de Dahlmann, “Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, […] que murió en la frontera de Buenos Aires” (Borges 123), herencia que lo hacía argentino, y su apellido de origen alemán, el cual le recuerda su linaje paterno germánico. También está su tradición literaria, en tanto Dahlmann lee con el mismo afecto el Martín Fierro y Las mil y una noche, traducida por Gustave Weil, lingüista y orientalista alemán. Además, están algunos detalles en la prosa, como, por ejemplo, la siguiente observación del protagonista: “Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto.” (126). Las enigmáticas palabras de Dahlmann también dan cuenta de esta figuración de lo doble. Pero notoriamente, el elemento que hace relucir con mayor claridad la estrategia dicotómica del relato es la del espacio onírico, sobre como este, luego de que Dahlmann sufriera un golpe en la cabeza, pareciera cobrar un rol fundamental en la construcción de todo el espacio narrativo.

No es coincidencia que André Bretón, durante la producción del manifiesto surrealista, mencione a Freud:

Es inadmisible, en efecto, que una parte tan considerable de la actividad psíquica haya retenido tan poco la atención de las gentes hasta ahora, ya que, desde el nacimiento hasta la muerte, […] la suma de los momentos de sueño, medidos como tiempo, […] no es inferior a la suma de los momentos de la realidad, digamos mejor: de los momentos de vigilia (27-28).

La sugerencia de que el sueño guarda una relación estrecha con la realidad no es nueva, se pueden encontrar sus semillas en Nietzsche, en Calderón de la Barca, en Descartes, incluso en la Biblia y en otros libros sagrados. Lo nuevo aquí es que el surrealismo asegura que la alternancia entre el sujeto consciente y el inconsciente es un tema central para la producción y la comprensión de las obras de arte. No es, digamos, un leitmotiv, sino todo lo contrario: el intersticio de Bretón es la mismísima máquina antropológica del texto. Respecto a El Sur, esto se hace evidente cuando Dahlmann, en su convalecencia, entremezcla la literatura con sus delirios febriles: “La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las mil y una noches sirvieron para decorar pesadillas.” (Borges 124). Luego, ya cuando Dahlmann se dirige a su estancia en el sur, asegura sentirse como si “fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres.” (126). Es decir, la referencia constante de lo doble en el cuento de Borges no es otra cosa que un eco o un reflejo de la noción psicoanalítica del sujeto, donde la vigilia (lo consciente) se ve constantemente acosada y manipulada por los sueños (el inconsciente).

También cabe señalar que la imagen del doble cubre la totalidad del cuento, en tanto el texto se transforma en una alegoría de los sueños y de la vigilia, separando la trama en estas dos categorías: por una parte, su vida antes del golpe en la cabeza representa la vigilia, mientras que su recorrido, su estancia y su duelo a muerte representan el sueño. Ahora, lo interesante es que es en el espacio de la vigilia donde Dahlmann hace manifiesto su interés innato por lo foráneo, dado que es aquí donde el personaje se encuentra con la edición de Las mil y una noche, lo cual, en principio, es contradictorio o a lo menos irónico, en tanto su compromiso con lo argentino es lo primero que lo caracteriza. Al contrario, es en el espacio onírico donde Dahlmann vive y practica esta vida criolla que le es tan ajena, hasta el punto de que, por ignorancia, termina enfrascado en un duelo a cuchillos que lo llevará a una inevitable muerte. Aunque esto no solo se aprecia en la parte final, sino también en algunos detalles previos: “La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir. El almuerzo (con caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veranos de la niñez) fue otro goce tranquilo.” (125). Nuevamente, la tensión con su herencia literaria adquiere un carácter central, en tanto la vida argentina lo hace cortar con el influjo de Gustave Weil. Además, hay que recordar que, cuando Dahlmann es acosado por los “muchachones” en el comedor del almacén, este saca su edición de Weil para ocultar su incomodidad.

Podríamos decir, entonces, que es en el espacio onírico e inconsciente donde los deseos del protagonista se hacen realidad, los de ser finalmente un argentino con una “vida argentina”, o al menos una similar al típico cliché del gaucho, pero también es en este espacio donde se le revela la verdad, ya que, dada su condición de extranjero, este fracasa en su conexión íntima con la patria de su abuelo. Básicamente, el sueño de Dahlmann convaleciente, en un acto de advertencia, se transforma en una pesadilla. Esto se confirma en el momento final, donde el protagonista piensa lo siguiente: “No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas” (128). Tal como lo hace el hipotético Super Yo elaborado por Freud, por medio del horror onírico, este hace del alegre y soñador Dahlmann un sujeto arrepentido.

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