Hace poco, me di permiso de recordar,
una vieja carta que escribí;
en ella estaban fragmentos,
ahora olvidados, de mí;
recuerdo haberla enviado desde
un rincón gélido londinense,
me pregunto si habrá llegado,
porque no recibí respuesta alguna;
me gusta creer que el destinatario,
la conserva,
quizás enmoheciéndose dentro de una caja,
de separador en el libro que también
envié,
me alivia creer en eso,
da la sensación de que
las seis libras y todo lo que
envié,
no solamente, se extraviaron en el correo.