Carta de un loco a la cordura

Ojalá nunca halléis la inconmensurable duda, la discordia, el tormento…

Ojalá vuestras oscuridades 
sigan siendo eufemismos de distintos tonos
de grises. 
Ojalá vuestras penas sigan siendo horas, 
y vuestras alegrías, incrustadas en vuestro ser,
allí permanezcan, 
perennes como árboles milenarios. 

Ojalá vuestros suplicios sigan siendo los fines
de semana, 
ojalá vuestro arte para disimularlo 
Ojalá vuestros pequeños arrepentimientos
de borrachera, 
pero también los grandes,
que reciben el nombre de vida. 

Aquí un pobre loco prosigue, deseoso ferviente: 
Ojalá nunca halléis la inconmensurable duda,
la discordia, el tormento, la desconfianza,
no sólo en uno mismo,
sino en su precaria percepción, 
en los seres más queridos,
desconfianza hasta de la más vacía realidad. 
Ojalá nazcamos entrenados
para seguir esos patrones
que tan felices os hacen. 

Ojalá nunca la lenta muerte de nuestro ser
para el renacer de Hyde, 
el salvaje engendro
para el cual ni el más loco inaugura
su búsqueda. 
Ojalá nunca ese tortuoso juego de encontrarse
a uno mismo, 
si es que alguna vez
la locura encuentra esa suerte. 

Ojalá nunca el terapeuta con sus pautas
normativas, 
ojalá nunca su actitud necia, 
ojalá nunca su camuflado repudio, 
ojalá nunca su dolorosa impresionabilidad 
ante nuestros renglones torcidos. 

Ojalá nunca el rechazo, el abuso, la humillación 
Y, tras el entrenado paliativo,
ojalá nunca el estigma. 
Ojalá vivir en vuestros otoños, 
perfectos guardianes, 
que, para nosotros, 
pobres diablos, 
son anhelantes primaveras.

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