Hablar sobre la bóveda celeste es flujo de tiempo trasnochado, es meter la mano en la corriente fría del río para saber que, efectivamente, la poesía se encuentra en el centro de toda experiencia íntima.
El mar ahora está cercado por islas de espuma. Arriba un tiempo relativo, abajo un tiempo de máquinas prehistóricas; ¡escúchame, tú y yo vivimos anclados entre dos tiempos; sin embargo, queremos más! Y así, preguntamos embrutecidos de amor: ¿a qué sabe la realidad, cuál es el color de una caricia, con qué profundidad palpamos los recuerdos?
No conocemos la ausencia de los segundos, pero sí su peso. No conocemos la vida de la absoluta resignación, pues vivimos y escribimos para saber que estamos vivos.
El Minotauro escondido en su laberinto, mientras la noche de infantería fulgura por el brusco sentimiento de un clavel eléctrico. Todos los días duermes mirando al mar, ese mar que nos limpia la cara de lágrimas, cielo de palabras que rompen la realidad.
Copia este poema en un papel y pásalo de mano en mano, las ballenas blancas nadan en el cielo, mientras las palomas juegan en los altares de las iglesias.
Caminamos sobre los cántaros verdes y lisos, el mar es el cielo. Tumba donde Tristán duerme enterrado entre flores de espuma porque todo es espuma. Un zahorí presiente el sonido de la lluvia, gerifalte que viene y va.
Mientras, nosotros dormimos y soñamos con una bóveda celeste de múltiples colores. Canto que rompe la realidad, plan para la insurrección, un cielo de todos.

