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Cine y Rock ‘n’ Roll. El tríptico de John Carney: Once (2007), Begin Again (2013) y Sing Street (2016).

Luego de filmar The commitments (1991), el legendario director británico Alan Parker afirmó que había escogido ese trabajo porque le permitía mezclar los dos elementos que más le atraían al filmar una película: la puesta en escena de números musicales y la colaboración con artistas jóvenes. Aquel inolvidable filme, que se centraba en la creación de una improbable banda de soul en el Dublín proletario de principios de los 90, mostraba un espíritu esperanzador sobre el amor por la música, un arte que permite sanar a los personajes y les ayuda a evadir la dura realidad en la que sobreviven.

Jimmy Rabbitte, protagonista y manager incansable en The commitments, sugiere el papel de Irlanda en la escena musical mundial: “Los irlandeses son los negros de Europa y los dublineses son los negros de Irlanda. Pero los dublineses del norte, somos los negros de Dublín. Así que díganlo y cántenlo: ¡Soy negro y estoy orgulloso!”. La divertida referencia al éxito del gran James Brown, es solo uno de los muchos momentos relevantes que desfilan a lo largo del metraje. El director Alan Parker consigue un filme entrañable, capaz de englobar en la creación musical, la amistad y la esperanza de un futuro soñado, los temas que cualquier película sobre el rock está obligada a desplegar.

Esa misma esencia rockera, aunada al mencionado gusto explicado por Parker de filmar números musicales y trabajar con jóvenes, termina siendo la influencia innegable en el tríptico musical del cineasta irlandés John Carney, tres filmes con el amor por la música como médula, además de extender bellos discursos sobre superar la adversidad y amistades que trastocan vidas. Once (2007), Begin Again (2013) y Sing Street (2016), se presentan como una trilogía sui generis, con las tres etapas principales en la creación y evolución de eso que llamamos rock. Mientras Sing Street es la formación de la banda (y del sueño), Once significa grabar un disco y sobrevivir (materializar el sueño); después, llegará el éxito (sueño hecho realidad) y la inevitable caída en Begin Again. La serie termina siendo en su conjunto un ejercicio brutalmente esperanzador, películas optimistas que tienen en The commitments su referente inmediato, pareciendo, incluso, una atípica precuela.

John Carney conoce bien esas etapas en la creatividad musical del Rock ‘n’ Roll. Fue bajista de la banda irlandesa The Frames a principios de los años 90, descubriendo los rasposos senderos por los que tiene que atravesar una banda de rock. Nacido en Dublín en 1972, tuvo estudios en los institutos De La Salle College Churchtown y Synge Street; tras su experiencia musical con el bajo, filmó videos musicales de The Frames y más tarde, presentó cortometrajes que fueron premiados en su país.

November Afternoon (1996) y Park (1999), codirigidas con su colega Tom Hall, fueron dramas vanguardistas de un autor independiente buscando encontrar su propia voz y estilo. El también guionista Carney, daría el salto definitivo a la escena internacional en 2007, con una sencilla historia que nació después de una decepción amorosa en un bar de Dublín. Tratando de encontrar paz tras la partida de su novia a Londres para ser actriz, John Carney se dedicó a escribir sobre dos almas solitarias que al encontrarse inesperadamente, producen magia en la creación de música.

Once: Falling Slowly y la nostálgica amistad en las calles de Dublín.

Glen Hansard interpreta a un músico callejero que por el día canta temas populares, y por la noche, interpreta canciones de su autoría; está atrapado en una monótona rutina trabajando en la tienda de reparación de aspiradoras de su padre. La ausencia de su novia lo hace experimentar una intensa soledad que descarga en su música. Markéta Irglová es una inmigrante de la República Checa que vende rosas por las calles; tiene una hija pequeña y vive en un sencillo apartamento junto con su madre. Extraña a su esposo y compone canciones que jamás canta en público. Estos dos personajes se cruzan en las calles de Dublín y confabulan una amistad que tiene en la música un poder para sanar sus corazones rotos, además de motivarlos a superar los momentos difíciles y confusos.

Después de verlos caminar por las calles de la capital irlandesa, ella jalando su aspiradora y él cargando su guitarra, llega uno de los momentos musicales más bellos en la historia del cine: aquel cuando la pareja interpreta de forma improvisada el tema ganador del Premio Oscar a mejor canción original: Falling Slowly. Se trata de una secuencia muy emotiva, con la interpretación desgarradora de una voz a la que le urge gritar sus letras; la cámara nerviosa hace sentir al espectador un intruso dentro de esa tienda de instrumentos musicales, donde los personajes tocan el piano y la guitarra. El naturalismo del momento termina por inaugurar una amistad y la subsecuente colaboración inesperada, que habrá de explotar en otra inolvidable secuencia, dentro del estudio de grabación.

En el cine de John Carney, hay un anhelo constante: salir de Irlanda y triunfar en Londres. Grabar un disco se convierte en el objetivo de los personajes para tal tarea y en Once, Carney extiende toda su experiencia como músico para exhibir las complejidades de la creación musical dentro del estudio: los inconvenientes técnicos, la improvisación, el dinero que nunca alcanza, coordinar a varios músicos, desvelarse hasta caer rendido y la siempre presente inseguridad al tocar por primera vez.

Y al final, surge la magia. Los personajes interpretados por Markéta Irglová y Glen Hansard, se suben a bordo de un carro con el técnico del estudio (que primero no creía en ellos) y los músicos con los que tocaron, para escuchar la grabación de su disco. El instante es de tremenda ternura y belleza plástica; dentro del plano, todos los personajes, rendidos, escuchan lo que han conseguido y se sientes felices. Han formado una insospechada familia musical, dejando la piel en cada canción.

La esperanza y optimismo que baña los últimos minutos de Once, se volverán una constante en el cine de su director. La música, como una de las artes más poderosas, es capaz de alentar a los personajes a afrontar las adversidades y arriesgarse a triunfar. Los protagonistas en Once no se despiden, pero queda claro que su encuentro los cambió para siempre. Él, decide viajar a Londres para reencontrase con su novia, con su disco recién grabado bajo el brazo, buscando ese futuro que no se atrevía a tomar, subiéndose a un avión del que no habrá vuelta atrás. Los breves planos en el aeropuerto, mientras vuelve a sonar Falling Slowly, son de una nostalgia insoportable. La incertidumbre del futuro, siempre amenazante.

Ella, por su parte, acoge con felicidad a su marido que llega de la República Checa, para retomar esa familia que había quedado rota. También recibirá como regalo un piano, ese instrumento que tanto anhelaba y que le era imposible comprar debido a su precaria situación económica. Un obsequio final de su amigo el músico callejero, alegoría perfecta del poder de la música para sanar e impulsar las aspiraciones del ser humano. Grandes artistas, en algún momento, comenzaron soñando.

Filmada en 17 días, con un presupuesto de apenas 180.000 euros, Once tuvo como locaciones casas de familiares y amigos del director Carney, además de filmar por las calles de Dublín, sin permiso. En un guiño directo a The commitments, Glen Hansard aparece al arranque de la película en una especie de continuidad insólita tocando en la calle, igual que su personaje Outspan Foster, del filme de Alan Parker, que justo así termina, rasgando su guitarra en aquellas banquetas irlandesas. Pero el guiño no termina ahí: John Carney sabía que Glen Hansard, su amigo y compañero en The Frames, había empezado tocando exactamente en esas mismas vías urbanas, por lo que llevarlo y filmarlo ahí, es todo un juego de referencias donde realidad y ficción, se funden.

La diégesis de Once resulta tan honesta y entrañable, que por momentos coquetea con el documental, donde el espectador tiene el privilegio de descubrir las formas en las que la música se crea. Maravilloso que una película tan “pequeña”, haya conseguido tanto reconocimiento, levantando un premio de la academia y generando un soundtrack de culto. Las canciones originales del filme fueron compuestas por Glen Hansard y Markéta Irglová, llegando al punto más alto en la conmovedora presentación del Oscar, el 24 February 2008, noche en que resultaron ganadores. Once recibió también premios en el festival de Sundance, en los Independent Spirit Awards, los Critics Choice Awards y en las Asociaciones de Críticos de Chicago y Los Ángeles.

En sus apenas 86 minutos de metraje, Once se siente en definitiva como una verdadera carta de amor al arte de crear música. También es un manifiesto sobre la pasión al tocar junto a otros músicos, la magia que surge en la armonía; un filme que no se distrae en lo que sería un previsible romance entre la pareja protagonista. Su objetivo es mucho más profundo: una amistad sincera que nace entre dos almas rotas, que desde su soledad, conciben letras y acordes que les permitirán sanar y recibir los embates de la dura realidad a la que se enfrentan día a día. Once es una experiencia intensa, musicalmente inolvidable y emotiva hasta el hueso; al fundirse a negros la pantalla, deja esa siempre encantadora sensación de haber visto una obra maestra, única.

Begin Again: Lost Stars y el éxito/fracaso en New York City.

En 1998, una canción reventaba la radio: You Get What You Give de la banda estadounidense New Radicals. Dicho track, se convertiría en su único éxito, un auténtico one hit wonder que tuvo altas repercusiones culturales, apareciendo en películas, series de televisión, comerciales y videojuegos, arraigándose en la cultura pop. El vocalista y productor de New Radicals, Gregg Alexander, se dedicó tiempo después a producir a artistas como Carlos Santana, Michelle Branch, Ronan Keating, Enrique Iglesias, INXS, Hanson, Geri Halliwell y Danielle Brisebois, su pareja y ex New Radicals. El director John Carney, contactó al matrimonio, radicado en Londres, para que produjera y escribiera las canciones de su siguiente proyecto: Begin Again.

Se trasladó la acción a la siempre maravillosa ciudad de Nueva York, y se reclutó un impresionante cast gracias a un presupuesto más holgado de 8 millones de dólares, que incluía nombres como Keira Knightley, Mark Ruffalo, James Corden, Hailee Steinfeld, Adam Levine y Catherine Keener. John Carney escribió un guion a partir de experiencias propias dentro de la música, esta vez, volteando la mirada hacia la voracidad de la industria discográfica y las tribulaciones de los ejecutivos y productores, perdidos en ocasiones ante los millones que representa el éxito. Pero Begin Again sigue en esencia la estela de Once: una historia donde nuevamente, dos personas se unen de forma inesperada para crear música, cada una de ellas, al borde del abismo existencial.

Dan (Mark Ruffalo) es un productor que probó el éxito hace años y ahora se encuentra acabado, sin poder firmar un artista relevante, separado de su esposa (Catherine Keener) y con problemas de conexión con su hija Violet (Hailee Steinfeld); vive en un sórdido departamento y padece problemas de alcoholismo. Un día cualquiera, después de pasar por Violet a la escuela, acude a una reunión en la disquera de la que él mismo fue fundador. Todo sale mal, perdiendo su empleo y humillado ante su hija, Dan ve su mundo desmoronarse hasta que entra a un pequeño bar y encuentra en el escenario a la melancólica Gretta (Keira Knightley).

Gretta es novia de Dave (Adam Levine), una estrella de la música que llega desde Europa a Nueva York para grabar un disco. La joven tendrá que enfrentar la súbita fama de su pareja, y una consecuente infidelidad que le partirá el corazón. Desolada en una ciudad extraña, la única carta que le queda a Gretta es acudir con su mejor amigo Steve (James Corden), otro británico tratando de abrirse paso como cantante en la gran manzana. Esa noche, Steve convence a Gretta de acudir al bar donde toca habitualmente, justo antes de que ella compre un boleto de regreso a Inglaterra. De mala gana la joven acepta y de peor ánimo accede a interpretar una de las canciones que ella misma escribe y que resultan ser joyas. Gretta canta A Step You Can’t Take Back, en el momento en que Dan se empuja un bourbon doble en la barra del bar, con más ánimos de morir que de celebrar.

Y entonces la magia surge. Los dos personajes se encuentran en una de las secuencias más bellas de Begin Again, aquella donde Gretta canta destrozada mientras Dan comienza a producir la canción, agregando arreglos de piano, batería y violín, el hermoso proceso de crear y enriquecer la música. En la diégesis del filme, el público es tibio y la canción es triste; en la mente de Dan, el entorno se vuelve iluminado y la melodía alcanza niveles épicos, transformando la aflicción, en esperanza.

Si en Once la escena cumbre era la interpretación de Falling Slowly por la pareja protagonista, en Begin Again es esta la secuencia con A Step You Can’t Take Back, la que funciona como síntesis puntual de las intenciones de la película: la magia explota en el amor por la música, por crear arte. Puede conseguirse el éxito, pero siempre estará presente la inquietante sombra del fracaso acechando, de ahí la importancia de imaginar y crear, de experimentar catarsis por medio del arte musical. De enfrentar las adversidades mientras se disfruta lo que se hace: letras y acordes.

Aunque Dan no puede contratar a Gretta y ella no quiere ser contratada, nace aquí una complicidad que ira in crescendo hasta los minutos finales. Nuevamente, no hay tiempo para un previsible y aburrido romance entre Dan y Gretta, su amistad es mucho más profunda y sincera por que nace del amor que ambos tienen por la música y de sus vidas quebradas hasta el momento de encontrarse. Al no tener dinero, deciden grabar un disco en las calles de Manhattan, un estudio urbano impensable. Después de conseguir músicos y un paupérrimo conjunto de instrumentos musicales y audio, los protagonistas se embarcan por un viaje a lo largo de todo Nueva York, grabando las canciones de Gretta, su arma principal.

El repertorio comienza: Coming Up Roses en un solitario callejón, con niños coristas improvisados; Tell Me If You Wanna Go Home, en una azotea cercana al Empire State Building, que se convierte en un momento clave, con Dan y su hija Violet reconectando su relación por medio de la música, mientras ella toca la guitarra y él, el bajo; Central Park y el metro de Nueva York, donde incluso son perseguidos por la policía. La ciudad se convierte en un personaje más mientras Dan y Gretta recorren sus entrañas: en otra secuencia imborrable, la pareja camina escuchando música con audífonos por las calles neoyorkinas, atraviesan Times Square, entran a un club nocturno, toman el metro y se sientan a charlar en parques sobre la música, la vida y el amor.

“Se puede decir mucho sobre una persona por lo que hay en su lista de reproducción” y “Esto es lo que me encanta de la música, que una de las escenas más banales de repente tiene muchísimo significado. Todas las banalidades de repente se convierten en perlas vivas y resplandecientes. Por la música.” Dos frases que encierran el espíritu de Begin Again, una película que debido a su estructura, que juega con pasado y presente, va yuxtaponiendo momentos como canciones en un disco, piezas que forman parte sustancial de la trama y no solo se conforman con ser territorio de la banda sonora.

Gretta es capaz de viajar en el tiempo por medio de los dispositivos electrónicos que le guardan sus recuerdos: si desde la pantalla de su iPhone recuerda el feliz arribo a Nueva York al lado de su novio/celebridad Dave, desde la laptop rememora la primera vez que juntos interpretaron Lost Stars, la bellísima canción que Gretta compone a Dave en tono de balada, y él convierte en una canción pop para interpretar en estadios, traicionando el origen y sentido de la pieza.

Y el espectador viaja junto con la protagonista a esos momentos, adentrándose en las pantallas de los gadgets ultramodernos que guardan infinidad de instantes con los que inexplicablemente, el ser humano disfruta lastimarse o regodearse. Adecuando la trama a toda esta nueva gama de elementos tecnológicos, Gretta escribe e interpreta Like a Fool en una llamada desde su iPhone, dejando la canción en un mensaje al traicionero Dave/Levine. Se trata de un tema que explota catárticamente la rabia de una traición, con una gloriosa Keira Knightley cantando, inesperadamente descubierta en Begin Again, como una cantante excelsa. Después de entonar el pequeño himno urbano, Gretta se siente mejor. Esa música que cura el dolor.

Desde Once, se percibe en el trabajo de John Carney una obsesión por la interpretación urbana, cantar en la calle con todos los sonidos y texturas que se van agregando a la creación musical. Es relevante la maestría del director para filmar las secuencias musicales, con una cámara que flota entre los músicos y los instrumentos, en una intimidad fascinante. El disco que los personajes graban al aire libre en Begin Again, no solo es hermoso musicalmente, también los ayuda a sanar y retomar sus vidas: Dan deja de beber y vuelve a disfrutar de tocar el bajo, además de recomponer la relación con su hija y hasta reconciliarse con su esposa; Gretta se libera de Dave/Levine cuando asimila que Lost Stars ya no es la canción que escribió para él y que el novio con el que llegó desde Inglaterra, no existe más. Al verlo tocar en vivo, un destello de luz sobre el cantante es la revelación impostergable. Ella sabe ahora que su arte es poderoso; su presencia y su música, pueden cambiar al mundo y trastocar a las personas que ahí habitan. La música, como estruendoso bálsamo.

Al despedirse de la aventura musical que han vivido juntos, y que de paso los ha salvado del abismo, Gretta y Dan se abrazan con ternura y se agradecen mutuamente en silencio. También sueñan y bromean con grabar sesiones en Europa, con la misma imprevista familia musical que formaron. El cine brutalmente esperanzador de John Carney revienta en los últimos minutos de Begin Again, con un Dan escuchando música con audífonos dobles junto a su esposa, mientras una radiante Gretta pasea en bicicleta por el Nueva York nocturno, con un futuro dudoso, pero no por eso menos seductor. En una de esas hoy tan populares e innecesarias secuencias post créditos, se muestra a Dan y Gretta darle una lección a la glotona y falsa industria discográfica, cuando la pareja decide vender el disco que grabaron por todo Nueva York, en tan solo un dólar. El éxito no se hace esperar.

Estrenada el 7 de septiembre de 2013 en el Festival Internacional de Cine de Toronto, Begin Again recibió comentarios positivos y entregó otro soundtrack de culto, recibiendo además, diversas nominaciones a premios por banda sonora y canción original gracias a Lost Stars. En la ceremonia 87 de los premios Oscar, John Legend se llevó el galardón con su canción Glory de la película Selma (2014), en una noche en la que también competían Everything Is Awesome de The Lego Movie (2014), Grateful de Beyond the Lights(2014), I’m Not Gonna Miss You de Glen Campbell: I’ll Be Me (2014) y desde luego Lost Stars, con música y letra de Gregg Alexander & Danielle Brisebois. También hubo reconocimiento por parte de la sociedad de críticos de St. Louis, Phoenix, Houston y Denver, e incluso una nominación como actriz británica del año para Keira Knightley, en Londres.

No hablaremos del vergonzoso episodio en donde el director Carney se refirió a la actriz como una supermodelo, con quien no deseaba volver a trabajar, para más tarde retractarse y emitir una disculpa pública a Knightley. Lo mejor es recordar Begin Again por sus méritos evidentes: una película sobre la amistad y el amor por hacer música, además de servir como homenaje a una ciudad indudablemente rockera: NYC. La segunda parada en la trilogía musical de John Carney, también es un filme sobre triunfar, caer y volver a levantarse; un discurso innegablemente honesto sobre las formas en las que la música cura el alma. A veces, una sola canción es necesaria para salvarse del precipicio.

Sing Street: Drive It Like You Stole It y la chica irlandesa que provoca una banda de rock.

El vocalista de la banda irlandesa U2, dice en su libro de memorias Surrender (2022) que en el Dublín de principios de los 80, parecía que no había un presente. Ni hablar entonces de un pasado o un futuro. Explica que cuando alguien se criaba en Irlanda, tenía la impresión de que el futuro siempre estaba en otra parte. En la otra orilla del mar, por empezar de algún modo. La obsesión por escapar de Irlanda y conquistar al mundo, con la música como arma orgullosa. Remitirse a esa época, es ir a un momento donde Irlanda comenzaba a dejar atrás viejos dilemas y complejos, para emerger como una nación semillera de grandeza rockera.

The Cranberries, Thin Lizzy, Sinéad O’Connor, My Bloody Valentine y U2, son solo algunos de los tremendos artistas que irlanda ha entregado al mundo. Sing Street: este es tu momento, captura justamente la emoción y perseverancia de todas esas bandas en su necesidad (y necedad) por hacer rock ‘n’ roll; podría tratarse de la historia de cualquier música/o irlandés que intenta no quedar atrapado en la isla y salir al mundo para triunfar y llenar estadios. La película de John Carney es además, sumamente autobiográfica; el cineasta recorrió los mismos pasillos del instituto Synge Street donde se ambienta la trama y conoce bien los entresijos en la creación de una banda de rock a mediados de los 80. Siendo también autor del guion, Carney moldea sus memorias y fantasías en forma de comedia romántica, nuevamente enarbolando el poder de la música ante la adversidad, que aquí se materializa en la crisis económica y el catolicismo conservador.

Dublín, 1985. Conor (Ferdia Walsh-Peelo), un joven de 15 años que escapa de las discusiones de sus padres tocando la guitarra, se ve obligado a cambiar de escuela, de un instituto privado a un entorno mucho más hostil, debido a la precaria situación familiar. Le gusta ver el famoso programa musical Top of the Pops junto a su hermano Brendan (Jack Reynor), quien le explica la importancia de ese nuevo modo de arte al fusionar música e imagen: el videoclip. Conor, entre la rigidez del sistema educativo y el bullying infame de sus compañeros, encuentra un atisbo de esperanza en una misteriosa joven llamada Raphina (una bellísima Lucy Boynton), a quien invita a participar en un video musical de una supuesta banda de rock, que claro, no existe aún. Conor reclutará entre sus compañeros a un quinteto impensable, manager incluido, para conquistar el corazón de Raphina por medio de sus mejores armas: letras y acordes. La banda se llamará Sing Street.

John Carney despliega entonces, con una honestidad entrañable, las dudas que experimenta cualquier banda de rock al comenzar su camino y no tener claro cómo debe sonar o qué estilo seguir. Lo mejor en Sing Street está en esa búsqueda de identidad: Conor y la banda comienzan intentando tocar como Duran Duran, después como David Bowie o Depeche Mode, para pasar al estilo Happy-Sad de The Cure y después al punk, sin olvidar las baladas llenas de aflicción. Brendan le dice a su hermano menor que debe componer sus propias canciones, no utilizar el arte de otros para conquistar a Raphina. Lo convence, además, de que la verdadera escuela no está en los pupitres de su sórdida escuela, sino en los discos que todas las noches escuchan juntos.

El rock ‘n’ roll es un riesgo y Conor debe estar dispuesto a jugar todas sus cartas. De la formación de la banda que se autodenomina futurista, hasta el exquisito proceso creativo de las canciones, pasando por las charlas sobre música, la filmación de los videos y las tribulaciones típicas de los adolescentes dublineses, Sing Street explota al máximo el carisma de sus personajes y la textura de los números musicales, justo como Alan Parker se había referido a su encanto al filmar The commitments.

Si la hilaridad y el barroquismo visual están presentes en The Riddle of the Model, y en Brown Shoes aparece el estruendo del punk irreverente, en Up se presenta un plano secuencia que pasa por todo el proceso creativo de la canción, desde la génesis de la idea, hasta la interpretación de la misma. Con un enternecedor plano de la banda tocando alegremente en la sala, mientras la madre de uno de ellos baila y les sirve una taza de té. Uno de los momentos más hermosos del cine de John Carney, el poder de la música para reconfortar el alma. De forma paralela, en el montaje aparece Raphina llorando de emoción ante la melodía que escucha. Sabe que es por ella que Conor ha escrito Up.

Drive It Like You Stole It es la secuencia musical más ambiciosa de la película, pero curiosamente, solo sucede en la imaginación de Conor. Se trata de la forma en la que el protagonista imagina el video que tiene pensado filmar, contrastando con la precaria realidad, de un auditorio vacío y oscuro. El protagonista imagina un set al estilo de un baile de graduación de los años 50, con sus padres y su hermano felices viéndolo sobre el escenario; la banda aparece enfundada en elegantes trajes rojos, siendo vitoreados, cuando aparece la hermosa Raphina, de sonrisa radiante, en un vestido azul claro.

En la diégesis del filme, la joven no aparece. Conor vuelve a la realidad de su oscuro mundo escolar, mientras se escucha detrás el sonido hueco de la batería. El rock se presenta en Sing Street también como una manera de escape de Conor y sus hermanos ante las discusiones y la violencia que enfrentan sus padres, al borde de la separación. Los jóvenes suben la música y bailan mientras los progenitores discuten. Conor no deja de aprender, sabe del poder catártico de la música para transformar algo triste, en arte. A los miembros de la banda, les advierte un día: “acepten estar en el hoyo y hagan arte con eso”.

El arte. Todo lo que se hace por el arte. Raphina se arroja al agua a la mitad de la filmación de un videoclip, por el arte. Ella le dice a Conor (ahora llamado Cosmo): “no puedes hacer nada a medias por el arte, Cosmo”. El protagonista, por su lado, transforma una experiencia aterradora como el maltrato de un profesor, en una catarsis visceral, gritando con rabia una canción punk llamada Brown Shoes. Justo en ese momento, cuando Conor/Cosmo y la banda se encuentran extasiados ante el público, Raphina entra por la puerta en la que se había negado a aparecer. Ella se da cuenta del poder del joven sobre la audiencia, entiende y reconoce el vigor de su música.

Para Conor, también todo cobra sentido cuando ve entrar a la chica; no hay otra opción más que salir de la isla, arriesgar para ganar. La pareja decide partir a Londres en el pequeño bote de Conor, solamente con el amor que los une y su talento bajo el brazo; no llevan un centavo y no conocen a nadie del otro lado de la orilla del mar. Igual que en el rock ‘n’ roll, el riesgo es parte de la magia. A continuación, una de las secuencias finales más emotivas de los últimos años: Conor y Raphina suben a la diminuta embarcación, luego de despedirse de Brendan, el hermano mayor que cualquiera desearía tener.

De fondo suena el tema Go Now, de Adam Levine; el mar los maltrata y la lluvia les pega en la cara, tienen dudas sobre si seguir adelante o regresar. Se miran uno al otro y saben que al estar juntos, la magia permanece. Su amor es poderoso, igual que la música que los unió. De pronto, el gigantesco Ferry que va de Irlanda a Inglaterra se les atraviesa, inesperadamente, abriéndoles camino hacía el anhelado destino. El rock ‘n’ roll es un riesgo. Y más vale arriesgarse.

Sing Street fue rodada en Dublín entre septiembre y octubre de 2014. Muy al inicio de la pre producción, se llegó a mencionar que Bono y The Edge de U2 trabajarían junto al director John Carney en la música de la película, situación que no sucedió. Sin embargo, hay algunas similitudes entre la historia de U2 y la trama del filme, como Bono intentado impresionar a su esposa Ali, por medio de una banda de rock, la relación con su hermano mayor y la formación del cuarteto, dentro de un instituto escolar. El vocalista de la que en su momento fue la banda más grande del planeta, con giras en estadios y amistades en las altas esferas del poder mundial, se expresó así de Sing Street:

“Recuerdo la década de los 80 con un poco de rubor. Ningún hombre debería tener el pelo más grande que su novia. Pero ese era el momento. Dublín en Technicolor. En realidad era monocromo y a los pies de una recesión, pero en cinta de video, podrías ser transportado. Podías llevar lo que te gustaba y si era más escandaloso mejor. Cualquier cosa para airear a los skinsheads con botas de militar en el norte de Dublín. Maquillaje para un muchacho rockero salvaje y los maestros wilder. Gracias a Dios por Bowie, quien hizo ponernos los ojos negros bien. Y que permitió a la gente saber quiénes eran. Mi hermano me dio el don de la música a través de mi primera guitarra. Formamos una banda. En verdad, en el mismo escenario, U2 no eran tan buenos como los niños de Sing Street. En realidad la mayoría de películas que veremos este año no alcanzarán a Sing Street”.

La cinta tuvo su estreno en el Festival de Cine de Sundance, el 24 de enero el 2016, con un positivo recibimiento de la crítica y el público, que amó los personajes y la nostalgia inyectada en la trama de su creador Carney. Nominada como Mejor película – Comedia o musical en los Globos de Oro de 2016, Sing Street consiguió premios y más nominaciones en la National Board of Review, los Premios de la Crítica Cinematográfica de San Diego y St. Louis, en la Semana de Cine de Valladolid, los Critics Choice Awards y en los Premios David di Donatello, con nominación a mejor filme de la Unión Europea.

Fue tal el triunfo de la película y su música, que nuevamente se consiguió un soundtrack de culto, (el tercer hit de John Carney) éxito en ventas, que incluía, además de las canciones originales, música de Motörhead, Duran Duran, The Jam, The Cure, Hall & Oates y Adam Levine. Sing Street llegó algún tiempo después a Broadway, en una adaptación sobre las tablas que tuvo la mala fortuna de quedar atrapada ante la contingencia de Covid-19. No obstante, en 2022 la obra fue presentada en Boston, en el The Huntington Theatre. Sing Street, la tercer película del tríptico rockero de John Carney, trasciende por su conmovedor mensaje sobre la amistad, el amor por la música y las fuerzas que mueven al ser humano para superar la infelicidad y el conformismo. Los adultos en Sing Street son en su mayoría seres frustrados y violentos, que viven vidas vacías, mientras los jóvenes tienen sueños y aspiraciones que los impulsan a un mejor futuro.

Una Feel-Good Movie que guarda un mensaje de superación universal, pero sobre todo, irlandés. Suponiendo que Conor/Cosmo y Raphina llegaron a Londres y triunfaron en sus respectivas disciplinas, no cuesta imaginar que regresaron a Irlanda por sus amigos, para sacarlos de la pesadilla de una vida plagada de mediocridad y abusos. El triunfo de la música, aquel que experimentaron también The Cranberries, Thin Lizzy, Sinéad O’Connor, My Bloody Valentine y por supuesto, U2. Sing Street es la síntesis del sueño de cualquier banda: se arriesga, se vive y se muere por el rock ‘n’ roll.

La serie Modern Love y un inolvidable tríptico atípico.

En junio de 2018, se anunció que John Carney colaboraría con Amazon en una serie basada en una columna semanal del The New York Times. El proyecto tendría como nombre Modern Love y Carney dirigiría 4 de los 8 episodios de la primera temporada: When the Doorman Is Your Main Man, When Cupid Is a Prying Journalist, Take Me as I Am y Whoever I Am y Hers Was a World of One. Filmados en la ciudad de Nueva York, los capítulos abordan las diferentes formas que el amor toma en las complejas relaciones de los seres humanos. En viñetas de entre 30 y 35 minutos, Carney entrega historias de relaciones fugaces, depresión, amores del pasado y cariño súbito, todo aderezado con la conocida melomanía del irlandés. Nueva York luce espléndido y las tramas resultan conmovedores y divertidas, apoyándose en un cast con nombres relevantes como Anne Hathaway, Catherine Keener, Dev Patel y Olivia Cooke.

El buen recibimiento de la primera temporada, provocó que Amazon anunciara en octubre de 2019 una segunda, donde John Carney volvería a filmar en Irlanda los episodios: On a Serpentine Road, With the Top Down, A Second Embrace, with Hearts and Eyes Open y Strangers on a (Dublin) Train, siendo este último, el más destacado, protagonizado por Lucy Boynton y Kit Harington (estrella de Game of Thrones). Pareciera que John Carney sufrió un poco el mismo síndrome que padeció en su momento el cineasta francés Jean Pierre Jeunet, quien después de filmar en Hollywood Alien: Resurrection (1997), regresó corriendo a filmar Amélie (2001) en su amado París, en las calles que mejor conocía, lejos del control de los estudios.

Si con Sing Street John Carney regresó a rodar en Dublín, en el episodio de Modern Love, Strangers on a (Dublin) Train, el director irlandés se reafirma como melómano empedernido e incisivo explorador de las relaciones humanas. Estrenado el 13 de agosto de 2021, Strangers on a (Dublin) Train narra el divertido encuentro de Michael y Paula, dos almas solitarias que ven su historia de amor atrapada en medio del confinamiento por la inesperada pandemia de covid-19 que azotó a todo el mundo. Romántico y lleno de música, el capítulo pasa de un género a otro hasta un desenlace abierto, pero como es habitual en el cine de Carney, optimista. El proyecto de Modern Love llegó muy lejos, cuando se fueron incorporando en la plataforma Amazon temporadas ambientadas en ciudades como Chennai, Ámsterdam, Mumbai, Hyderabad e incluso, Tokio. Nada mal para una serie que comenzó tímidamente con ocho episodios en 2019.

En el libro de Xavier Valiño, Las 100 mejores películas del rock, solo el irlandés John Carney y el norteamericano Todd Haynes colocan dentro de la lista 3 filmes cada uno. Haynes aparece con la surreal Superstar: The Karen Carpenter Story (1988), la hipnotizante Velvet Goldmine (1998) y la dylanesca I’m Not There (2007); Carney, precisamente está presente en la publicación con el tríptico que nos ocupa: Once, Begin Again y Sing Street, situación que revela a un cineasta interesado en desmenuzar el proceso en el arte de hacer rock, y también en crear algo cercano a un manifiesto sobre su incansable amor por la música y el disfrute de tocar en conjunto.

Se trata de un tríptico atípico porque aun y cuando es la música, el amor y la amistad lo que atraviesa las tres películas, el orden en el que se estrenaron no coincide con el proceso básico en el que se engendra una banda de rock. En ese sentido, Sing Street sería el primer eslabón, iniciar la banda, la génesis del sueño; Once, funciona como el segundo paso, la grabación de un disco y resistir la adversidad; Begin Again se presenta como la tercera etapa, aquella donde el éxito y el fracaso son latentes, resultando importante no perder el sentido del goce al tocar rock ‘n’ roll, ante la vorágine del dinero y la industria. La paternidad, sería otro de los temas que cruzan la diégesis de la trilogía, con relaciones padre e hijo/a que van de la ausencia al apoyo, del repudio al amor y la reconexión.

Las estructuras narrativas de Once, Begin Again y Sing Street, guardan semejanzas con las grandes canciones del rock: lentas al inicio, épicas hacia el final. Los arranques de la triada son conmovedoramente nostálgicos y musicales, con la guitarra como común denominador: Glen Hansard toca en las calles, Keira Knightley rasga la guitarra en un bar y Conor se distrae en su habitación de las discusiones de sus padres, tomando los insultos como letras de una canción. Pero es en los últimos planos de cada filme, donde se encuentra la verdadera esencia del espíritu esperanzador y optimista del cine de John Carney: si en Once se trata del plano de un sencillo parque dublinés, en Begin Again y Sing Street son primeros planos de Gretta y Conor sonriendo, ante un universo que se les muestra inmenso. Los tres finales encierran una alegoría sobre la vida y la adversidad: el mundo es un mejor lugar para vivir cuando hay música de por medio. No debe olvidarse lo que un día dijo Ingmar Bergman: “si existe la música, tiene que existir Dios”.

Por Armando Navarro Rodríguez

Periodista. Cinéfilo y lector empedernido. Escribe sobre cine, arte y literatura.

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