Foto: Arturo Contreras Camero.

Colectivizar la lucha por la vivienda es fundamental: Carla Escoffié

Carla Escoffié, activista, abogada y académica, publicó de la mano de Grijalbo País sin techo, una «provocación» que deviene en un recorrido discursivo y geográfico sobre el problema de la vivienda en México.

Para entender la magnitud de la crisis y abordar cada una de las capas que conforman la lucha de resistencia, la autora compartió con purgante algunas reflexiones en torno al libro y el movimiento social que abandera.

País sin techo es un libro militante, con una clara voluntad combativa.

Me lo imagino como un encuentro a distancia, que se enmarca en una discusión pública, en una lucha y en un debate. Me gusta idealizarlo como un detonador. Compartir las cosas que yo he podido ver, aprender. No porque la ambición más urgente del libro sea ser escuchada, sino para generar interés. Lo que falta es se hable más del tema, pero no desde la perspectiva de las personas de siempre: activistas, academia. Para que sea una verdadera movilización, un proceso social de discusión pública, necesitamos que esté abierto a toda la población. Hay que seguir el camino del feminismo y del medio ambiente. Es urgente consolidar el debate público no como algo coyuntural, sino permanente. En ese sentido el libro busca, ante todo, ser una provocación, generar un diálogo. 

Como todo movimiento social hay un primer paso fundamental: desmontar el problema a la vivienda como algo individual y volverlo una cuestión eminentemente colectiva. 

Colectivizar la lucha es fundamental. El movimiento maya en Yucatán es un gran ejemplo de resistencia colectiva. Lo más difícil es encontrarse, crear canales de comunicación. No solo es atender lo que te toca en tu trinchera, sino crear estructura, redes, vías de retroalimentación. Hay mucha gente que lleva tiempo luchando por el derecho a la vivienda, pero lo interesante es cada vez hay más encuentros que propicien la comunicación entre las luchas de uno y otro estado. 

El derecho a la vivienda es, al mismo tiempo, una cuestión de ética y de teoría política.

Aquí son claves las historias, las narrativas. Los seres humanos somos seres narrativos. Una buena historia puede ser escuchada por personas con intereses distintos, y luego sobre esa misma historia cada quien puede sacar análisis desde su visión de formación que enriquezcan la conversación. Todo esto colectiviza y construye. En el derecho hay ciertos paradigmas, discusiones, principios que se han desarrollado frente a lo que puede hacer el estado o no. Qué se puede exigir, qué no se puede exigir. Y luego tienes todo la parte que concierne al urbanismo, de quién debe intervenir o no, de cómo debe ser la participación. Hay que aspirar a crear un discurso integral.

Para evitar centralizar el discurso sobre el problema de vivienda, propones un recorrido por cinco ciudades en tu libro.

Yo tengo una postura claramente anticentralista. En este caso fueron cinco ciudades en las que yo había podido acompañar procesos, conocer el contexto. Era una forma sincera de compartir las experiencias que me dejaron esos casos. Curiosamente, el libro no solo hace una ruta discursiva, sino también geográfica. Son cinco ciudades muy diferentes: Monterrey y Ciudad de México representando a las grandes ciudades, sin costa; ciudades medianas como San Luis Potosí y Mérida; y una ciudad chica como Campeche, de la que casi nunca se habla. Me interesaba transmitir que no existe una sola forma de entender el debate. Hay problemas en común, es una misma constitución, una misma política nacional de vivienda, pero cada ciudad tiene una dinámica específica. 

A veces se habla como una sola cosa de la gentrificación, de la masificación turística, de la especulación financiera. ¿Para erradicarlas conviene atacarlas como problemáticas particulares?

Es como hablar de las personas con discapacidad: tenemos problemas de acceso a la salud, de inclusión laboral, de discriminación en el transporte público. Es una misma población, una misma problemática de derechos humanos, pero con sus cuestiones específicas. Me gusta abordarlo y comprenderlo como una lucha común. Luego dependiendo el contexto, cada quien puede participar en una lucha con aristas concretas. De hecho, no es que proponga un cambio de nomenclatura, pero desde un origen debimos haber hablado del derecho al habitar, que abarque vivienda y ciudad. No es así, pero lo pongo como un ejemplo para englobar ambos y tratar de explicar el núcleo duro de esta lucha: tener un espacio para habitar, que sí incluye tu vivienda pero también tu barrio, tus banquetas, tus espacios comunes, tus redes de apoyo. Dentro de eso hay todo un universo de discusiones.

¿Qué tan rezagados estamos en términos de discusión pública? 

Cada ciudad tiene su proceso; nada es lineal ni tiene una receta a seguir. Pero sí podemos decir que en México la discusión y la política pública están muy atoradas. En muchos países del mundo hay política pública de arrendamiento, por ejemplo. En México han habido intentos muy silenciosos en el pasado, pero no han sido suficientes. También está el tema de las leyes inquilinarias que abarquen de forma más compleja e integral la relación entre casero e inquilino. Mientras acá sigue causando mucho escozor, en Estados Unidos, que es adalid de la propiedad privada y del capitalismo, tienen legislación y mecanismos para que presentes una queja si recibes discriminación en la renta o compra de vivienda. Nos falta muchísimo por recorrer.

Cuesta mirarse en otros espejos en temas de vivienda porque no todos los casos son extrapolables, pero pareciera que es más una cuestión de voluntad.

No todas las medidas en cuestiones de vivienda funcionan igual. No estoy a favor de los transplantes quirúrgicos, pero hay caminos que no hemos explorado. Los pocos intentos a pequeña escala que se han hecho entregaron buenos resultados. Está el tema de las cooperativas de vivienda, que no hay una política para apoyarlas y fomentarlas. La legislación en materia de cooperativas debería adecuarse tomando como referencia las de Uruguay, donde es la política de vivienda de cabecera. Se ha demostrado que pueden ser mecanismos para que la gente acceda a viviendas en condiciones que no podrían acceder de manera individual, abaratando costos y evitando procesos de gentrificación. Es el futuro para la población joven. Lo ideal es que pudiéramos pensar, incluso, en asesoría gratuita en material legal y técnica para constituir tu cooperativa y que, una vez que la vayas a constituir, accedas a un subsidio de los gastos notariales. Si lo pensamos en cuestión de costos, es muy barato comparando con muchas otras políticas públicas que se impulsan en México. Es un problema de visión del Estado y de resistencia a propuestas de políticas que no involucran al sector inmobiliario. 

¿Qué sí y qué no es una ciudad habitable?

Hay muchas formas de entenderlo, pero, por mi formación, una perspectiva que yo tomo muy en cuenta es la de ejercicio de derechos: ¿qué tanto una persona puede ejercer sus derechos de participación ciudadana, libertad de expresión, de salud, de vivienda, de transporte? Tener ciudades donde las personas estén satisfaciendo sus necesidades básicas. Una de las muchas fallas del discurso meritocrático, donde la lógica es que el esfuerzo es lo que valga, es que no logramos acabar con las desigualdades estructurales. Las ciudades tienes que ser ciudades de derechos, en donde las personas puedan participar en la construcción del espacio público, ya sea a través de mecanismos de participación o la apropiación de los lugares comunes.

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