Colores básicos

Colores básicos de Fernando Tamariz (entrega de la colección Onda Nueve) es un mosaico de historias de un imaginativo notable. Cuentos que van desde la trasfiguración de especies animales en humanos, hasta los esbozos del clásico cuento de horror. 

Este libro, ilustrado por Leonardo Tamariz, entrega doce cuentos memorables. “Veo gente viva” es el primero de la lista. Aquí un fragmento: 

***

Se trata de un asunto de la mayor urgencia. Por eso te pedí que vinieras hoy mismo. No, no me abraces hasta que te lo haya contado todo. Se trata de algo que me produce el mayor dolor. No, no estoy enfermo. 

Lo que me platicaste ayer me caló muy hondo, Alejandro. Nos conocemos de siempre. Que tu hijo esté muriendo me duele como si fuera mío. Tú sabes lo que quiero a ese escuincle. Que cualquier niño muera es horrendo. Pero verte así, desgarrado, me rompió a mí también. No se me borrará nunca de la mente que darías tu vida por la de él. Supongo que cualquier padre haría lo mismo. ¿Qué no se daría por un hijo? No me digas ¿Mejoró mucho? ¿Milagroso? Qué bueno. Sí, no hay que echar las campanas a vuelo pero me alegra muchísimo saber que sana. No llores, hermano. Verás que se pone bien. Vente a sentar a la sala. Yo también debo contarte algo. ¿Quieres café?

¿Te acuerdas de la frase que decía el chavito de la película El sexto sentido? Uta, qué susto. Bueno pues, agárrate, a mí me pasa lo mismo pero en reversa. No estoy jugando. No en estos momentos. ¿Que qué tiene de extraordinario ver gente viva? Ya lo verás. Esto no se lo he contado a nadie. Es la neta, Alejandro. Y no, no me meto nada. Es la verdad. Ya sé que soy raro pero a lo mejor me entiendes después de que te cuente. Sí, me pasa algo. Te explico, pero te callas hasta el final. Ten tu café.

Hace como dos años abrí un libro de esos que tengo sobre la Revolución mexicana. De los que están ilustrados con las fotos de los Casasola. Lo abrí al azar, tú sabes lo que me gusta la historia así que cualquier imagen es apasionante. En la fotografía aparecía una calle del centro de la ciudad de México a principios del siglo XX, Plateros, creo. Estaba tomada probablemente desde una plataforma porque la cámara estaría por encima de la altura de la cabeza de cualquier adulto. Los balcones estaban adornados con multitud de banderas nacionales y festones tricolores (intuyo el verde blanco y rojo, porque la foto es sepia). Se alzaba una nube de polvo y una docena de sombrillas se suspendían, aquí y allá como lunares sobre la banqueta, sin que nadie las sostuviera. La calle y los balcones estaban desiertos. Había basura en el piso. Se percibía un ambiente festivo, pero como si la fiesta hubiera terminado una noche antes. Conociendo las fotos de los Casasola que suelen relatar una historia completa, siempre con protagonistas, muchas veces en momentos dramáticos, me extrañó la paz de esa imagen y el que no hubiera una sola persona visible.

La sorpresa llegó al leer el pie de página: “Deslumbrante desfile militar en el centro de la ciudad de México. La multitud celebra el aniversario de la Independencia nacional. 16 de septiembre de 1906”. ¿Cuál desfile y cuál multitud? La calle polvosa estaba desierta. Debería haber caballos, soldados, gente vitoreando. 

Desconcertado y pensando que el pie de foto estaría equivocado, cambié de página, otra vez al azar. Me detuve en una fotografía que abarcaba ambos lados del libro. El pie decía: “Columna de caballería zapatista cruzando Cuautla. Las soldaderas caminan al lado de los caballos, cargando la comida y los hijos”. Comprenderás mi desconcierto cuando en la foto aparecía solamente una calle de tierra, flanqueada por muros de piedra bajos, postes del tendido eléctrico y árboles dispersos. Pasé la mano sobre el papel como queriendo hurgar dentro para encontrar los caballos flacos, los sombrerudos con cananas cruzando el pecho y las mujeres descalzas cubriéndose la cabeza con un rebozo y cargando canastas de mimbre. La foto enmudecía. Entonces llamó mi atención una mancha en el centro, que parecía fuera de lugar. Tomé una lupa y pude ver claramente la cabeza de un bebé de brazos envuelta en una tela, flotando en el espacio de aquella calle polvorienta.

Para no hacerte el cuento largo, cada foto que vi y en la que se mencionaba la presencia de personas, aparecía vacía. Festividades, batallas, fusilamientos, actos públicos todos ellos, despoblados. Solo en una de ellas, aparecía un niño que apenas caminaría y que alzaba la mano como si alguien le ayudara a andar.

Cerré el libro en medio del más grande desconcierto.

Un par de días más tarde, caminaba por una calle de Querétaro y tuve que rebasar a una mujer que mirando su celular no ponía atención por dónde andaba. Llegando a la esquina nos detuvo el semáforo pero ella, distraída, siguió caminando. El auto la prendió a media calle, la hizo volar dando una maroma imposible en otras circunstancias hasta que su cabeza se estrelló contra el suelo torciéndose de costado. No vi su cuerpo tocar el pavimento. Simplemente desapareció en el aire. La gente gritó, corrió hacia donde debió caer, se arrodilló alrededor de donde debería estar su cuerpo, pero yo no podía verla. Me fui de ahí temblando por lo que vi y por lo que no vi.

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