Cuando hablan los hablantes

El pueblo que desprecia su lengua está condenado a perder su identidad.

Por: Alejandra Gayol.

Nada nace más de dentro.  Es una casa perpetua, perseguir el curso de lo que somos. Abrazar el vientre, regar las entrañas. El hilo de los sentidos y la verbalización de los sentimientos. La vitalidad de mi pueblo, y del tuyo. La respuesta a nuestras necesidades. Una cápsula de sabiduría indispensable. Un arma para el imperialismo y un escudo para la resistencia. Un matriarcado figurado. Una revolución. Porque en un mundo imperialista, hegemónico, manipulador y colonialista, hablar una lengua nativa se convierte en un acto revolucionario.

Dijo el escritor africano Ngugi wa Thiong’o en su libro Descolonizar la mente que el dominio político y económico de un pueblo nunca es completo sin el control de la cultura. Y no le faltaba razón. Esa fue la idea que nos rondaba constantemente la cabeza antes de empezar el viaje. Ese que hicimos a través de los testimonios de los hablantes de las lenguas originarias del Abya Yala, lo que la mayoría de nosotras conocemos como América. Una iniciativa que emprendimos unas cuantas románticas de la diversidad y a la que bautizamos como Proyecto Wakaya.

La palabra Abya Yalaes es originaria del pueblo kuna, situado al sur de Panamá. Etimológicamente proviene de dos palabras: “Abe”, que significa sangre, y “Ala”, que se traduce como territorio. Simbólicamente el Abya Yala es la unión, despierta y luchadora, de los pueblos originarios del continente que, lejos de ser una masa dócil, su espíritu de resistencia escarba la tierra con los dedos para evitar la asfixia de sus raíces. Eso buscábamos. El ejemplo de estos pueblos que llevan quinientos años con los puños en alto, que pasaron de pelear contra espadas a enfrentarse a una violencia simbólica que supone una muerte dulce, eficaz y sigilosa basada en alimentar la relación de ignorancia y barbarie con las culturas milenarias.

Y funciona, las masas pasivas aceptan con agradecimiento la iluminación del maestro aventajado que es Europa. Y no es su culpa. Se lo han dicho en las escuelas, sus maestras y sus maestros. Se lo dice el chico sonriente, de tez blanca y ojos claros, que presenta el programa de éxito de su canal favorito de la televisión. Tú no vales. Ni tus ojos negros, ni tus trenzas gruesas, ni tu vieja lengua. O aceptas la imposición cultural o abraza el destierro. Y es que la resignación es fácil, como nosotras aceptamos el inglés con gratitud y reverencia. Dios nos salve de la precariedad de nuestras lenguas maternas, amén. Pero lo que el Abya Yala lleva siglos intentando demostrar al mundo ahora lo dice la ciencia, esa que cuando le dejan aparece para desmontar al opresor. La lingüística contemporánea ha descubierto que todas las lenguas humanas conocidas, pasadas y presentes, tienen un grado similar de desarrollo. No existen lenguas ni más ricas, ni más pobres, ni más bella, ni más complejas, ni más útiles o inútiles para la comunicación. Vamos, que esto de la supremacía de las lenguas solo tiene causas políticas y económicas, y que la tierra con la que enterramos nuestro legado cultural es el terreno sobre el que se construyen los nuevos imperios. Diferente yugo, mismo verdugo.

Un año entero nos llevó el viaje. Un pie aterrizó en México y otro despegó en Brasil. Trabajamos junto a más de veinticinco comunidades indígenas, lo que se traduce a ciento y muchos hablantes. No aprendimos demasiado de lingüística, ni nos hemos vuelto políglotas, pero entendimos su mensaje: La plata de Potosí, el azúcar de Brasil y el petróleo de Maracaibo. Los 185 mil kilos de oro que desembarcaron en el puerto de Sevilla. Huiracocha, el dios bisexual de los Incas. La sabiduría botánica ancestral. La astronomía. El arte en los tejidos. Todo, la colonización se lo llevó todo. Cinco siglos de revoluciones ahogadas les hizo hacer de la justicia una pasión y de la resistencia una tradición. Nunca se rindieron. Hoy abrazan un nuevo compromiso con sus lenguas nativas, estandartes de la revolución. Esas que construyen su pensamiento colectivo, un futuro libre, sin imperialismos, desde una perspectiva indígena. El pueblo que desprecia su lengua está condenado a perder su identidad.

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