Los museos, todo el mundo lo sabe, están llenos de niños asesinos.
Los tienen amaestrados y acechan en las esquinas.
Los cuadros los toleran porque cuentan chistes malos
y los conserjes han aprendido a perder a las cartas.
Los museos, todo el mundo lo sabe, son lugares depravados.
Las putas se disfrazan de madonas
para robar las tarjetas de visita de los cobradores de deudas,
mientras taxistas mercenarios
se descuelgan del techo con total impunidad.
Ni la policía quiere entrar en esos sitios.
Dicen que no cobran lo suficiente
y prefieren dedicarse a la caza de mendigos.
Hacen bien.
Yo he tenido amigos valientes
que entraron una mañana a un museo.
Sus huesos pueden verse ahora en la sala de antigüedades.