Escribo esto desde la sala. Encorvado, incómodo, con cubrebocas, pero desde la sala. Hace unos minutos mi doctora me dijo que podía salir del cuarto, a la sala y a la cocina, al menos hoy con cubrebocas. El COVID parece haber cedido.
Pasé el aislamiento viendo diez horas de material exclusivo que Amazon ofrece sobre el Tottenham Hotspur, Flores Rotas, de Jim Jarmusch, Ted Lasso (enormísima comedia que no toma al fútbol tan en serio; ¿ves como sí se podía, Club de Cuervos?) y un Cruz Azul uno, Pumas dos. Porque claro: Dios aprieta y luego ahorca. Apenas Dinenno empujó la segunda pelota me llovieron mensajes en whatsapp: de pronto todo mundo le va a los Pumas. No hay rival, le había escrito a mi papá minutos antes. Y era cierto, no había rival, desde el punto de vista que se viese: el suyo, como puma, o el mío, como cruzazulino. Lo más aburrido de todo es que Cruz Azul pierda siempre de la misma forma y por ende hagan acto de presencia los mismos chistes. Ojalá en liguilla perdamos por siete goles y entonces aquello de la ilusión quede fuera del escenario desde el minuto dos.
Te vas a tener que rapar, le escribí a Diego, mi mejor comparsa de las desdichas celestes -creo que, a su lado, lo he visto todo-. Días antes habíamos apostado con un puma al que no he visto desde la fiesta de fin de prepa: quinientos pesos yo; Diego, la mata. Media hora después, Diego lucía una calva espléndida. Todo lo que me queda es mi palabra, justificó. Un Dios. En el fondo intuyo que no veía con tan malos ojos el raparse, pero su afán por cumplir me desarmó por completo. En tanto ahí estaba yo: con COVID, dolor de espalda, leves señales de hipotermia y una derrota contra Pumas encima. Hice lo que cualquier persona en mi posición haría: mandé todo al carajo y puse la segunda temporada de Community.
A dos días de sentir el primer síntoma por COVID (que fue una fiebre demoledora) me fumé ochenta y cinco publicaciones en Instagram -ese efímero y asqueroso espacio denominado historias– de fiestas de Halloween. Hay gente que se defiende bajo el argumento yo decido si me contagio o me expongo porque no les llega la suficiente agua al tinaco para concebir esto como una pandemia: si el virus se transmite, lo sufrimos todos. Estamos en una pinche canoa donde la gente sigue argumentando que yo decido si remo o no remo, es mi problema.
Con el COVID también perdí el gusto y el olfato. Valeria, roomie francamente maravillosa que religiosamente me ha alimentado a través de una bandeja como si yo fuese Bob Patiño en total aislamiento, me dejó -no sin sonreír, porque también es puma- un sándwich que no supo a nada*. Hoy, por vez primera, el huevo revuelto de la mañana tuvo sabor. No todo, pero algo. Poco a poco, vamos saliendo del desmadre. Perder con los Pumas es una cosa, pero encima hacerlo sin poder difuminarlo siquiera con cinco cervezas es tortura china.
*Sirva esta nota al pie para contarles que Valeria ha preparado absolutas joyas culinarias. No recuerdo qué día hizo un curry; “me mamé”, exclamó. Con todo el dolor de mi corazón tuve que decirle que nada me sabía a nada.