Eduardo Rabasa y el conejo que da órdenes

Los cuentos serían como pequeñas corrientes de agua que al confluir constituyen el volumen del libro en su totalidad, y las novelas serían como un tronco central que por debajo de la superficie se desperdiga en cientos de raíces de distintos tamaños y constituciones.

Un supositorio que controla a los políticos poderosos del país es protagonista del primer relato de Eduardo Rabasa en El destino es un conejo que te da órdenes, su nuevo libro de cuentos, editado por Pepitas de Calabaza. Devoré la obra en plena resaca del veinticinco de diciembre, y apenas cerré el libro interrumpí los días de asueto del autor con un correo que imploraba una entrevista. Charlé con Eduardo Rabasa respecto a esa recopilación que goza también de una despedida de soltero frenética, monjas que apuestan y se desinhiben en Las Vegas y un extraordinario homenaje a la película Donnie Darko.

Me gustaría arrancar por el concepto que una película, Donnie Darko, tiene en el libro de cuentos. Arranca con un epígrafe del filme y después hay un cuento, que da nombre al libro, donde el homenaje a la película es muy claro. ¿Cuál es tu relación personal con esta película?

Vi Donnie Darko relativamente tarde, hace como 4 ó 5 años, y desde el principio me produjo un gran impacto, supongo que inicialmente sin saber por qué, y lo digo porque no me cruzó por la cabeza en ese momento escribir un cuento que estuviera inspirado en ella, sino que esa idea surgió unos 3 años después de verla por primera vez. Ahora que la vi 2 ó 3 veces más, la última ya con el cuento y su estructura en mente, y más aún con la publicación del libro, obviamente he pensado con más detenimiento en lo que me pudo haber atraído desde el principio de la película, y la respuesta más clara es que, entre muchas cosas, al estar centrada en un adolescente psicotizado que tiene alucinaciones, pero que las incorpora a su mundo como algo con una existencia tan plena y concreta como cualquier otra cosa, en el fondo cuestiona fuertemente aquello que entendemos como realidad, principalmente en el sentido de que pudiera ser algo que compartimos y habitamos todos por igual. Uno pensaría que si un conejo con aspecto diabólico te salva de morir y comienza a darte órdenes como que inundes tu escuela o incendies la casa de un charlatán (que resulta ser pedófilo), eso mismo te produciría una especie de segundo quiebre psicótico que haría pedir ayuda, o medicarte para dejar de verlo. En cambio a Donnie desde el comienzo le divierte la irrupción de Frank en su vida, y tanto ahí como por ejemplo en la literatura, o en su particular relación amorosa, encuentra un orden simbólico mucho más interesante y matizado que la normalidad familiar-escolar, en donde no sólo no encaja sino que es hasta cierto punto rechazado, con lo cual surje el tema de si su psicosis es un refugio contra la muerte por aburrimiento a la que su origen parecería condenarlo. Y, evidentemente, Donnie, su novia y el resto de personajes excéntricos que forman parte de su órbita, son infinitamente más interesantes y complejos que los rubios tontos populares que lo bullean. Entonces, creo que es una película que a varios niveles cuestiona la idea de lo provechosa que es la normalidad, lo cual en estos tiempos de algoritmos y redes sociales que inducen un masivo pensamiento de manada, es para mí doblemente significativo.

No sé si estés de acuerdo conmigo, pero encuentro un lazo conductor en los cuentos del libro donde los personajes que narran las historias en primera persona se desmarcan, cuestionan o incluso rechazan, un poco, la realidad que habitan. El personaje que va a la despedida de soltero bramando contra los comparsas de su amigo, por ejemplo; o el doctor que juega con su capacidad de manejar a un político célebre a través de un supositorio. ¿El libro puede ser también en cierto modo una crítica al espectro social que habitamos hoy en día?

Creo que en efecto o bien se desmarcan o crean una realidad propia insertándose en márgenes de ese orden simbólico-social que Lacan llamó el Gran Otro, tan retomado por ejemplo por Mark Fisher para aludir a todo el sistema de normas, creencias, prácticas, instituciones y demás en el que se determina buena parte de nuestras vidas, que pese a su actual aire de inevitabilidad (el “realismo capitalista” de Fisher), es tan arbitrario –y hasta azaroso– como cualquier otro. Esto lo menciono porque creo que los personajes de los cuentos (en ocasiones desde un lado siniestro del espectro, como puede ser el caso del político fugado, esperando que lo atrapen) construyen o habitan una especie de Gran Otro que no necesariamente empata con el imperante a gran escala, e insisto en que sus reglas y códigos les parecen tan naturales como aquellos en los que se mueve la mayoría de la sociedad. En el cuento que mencionas del médico que inventa el supositorio para regular por la vía anal el estado de ánimo de los políticos, a él en el fondo no le parece estar haciendo algo extraordinario, sino que es casi una consecuencia lógica de su fascinación por el poder despótico. Lo mismo con el ritual un poco grotesco de las despedidas de soltero: los asistentes actúan en automático algo que, si nos detenemos a pensarlo, no necesariamente tendría por qué ser así.

Entonces, más que una crítica al espectro social, lo que encuentro es en primer lugar un intento de disección del carácter arbitrario (y muy a menudo ridículo) de dicho espectro social, y en segundo una exploración por sus márgenes o intersticios, donde los personajes de alguna manera (e insisto en que en algunos de los cuentos ocurre de formas siniestras o grotescas) perforan el velo de normalidad que hace posible que vivamos la realidad como código compartido, y o se asoman a ver qué hay del otro lado, o incluso se pasan del otro lado y se mueven con la misma soltura con la que lo harían si se hubieran limitado a mantenerse en los confines de aquello que más o menos entendemos por normalidad.

¿Crees que el libro de cuentos, en su condición de mostrar distintos mosaicos o ventanas, permite englobar más temas y otorga más cintura que la novela?

Creo que en algunos sentidos sí, y en otros, no, por lo menos en el caso de mi escritura. Al ser ocho historias con ocho narradores y protagonistas distintos, existe una primera evidente amplitud de registros, situaciones, personajes y demás. En ese sentido, a diferencia de las novelas que incluso por extensión terminan teniendo más subtramas y personajes que el libro de cuentos como tal, en los cuentos cada historia funciona de manera autónoma, y eso hace que puedan ser sumamente disímiles entre sí, como ocurre entre algunos de los relatos del libro. Además, al estar escritos en primera persona, la obligación narrativa es procurar adentrarse en la mente de cada uno de los narradores, idealmente se abren justo ocho ventanas distintas que, como bien dices, permiten abarcar espectros vitales bastante diversos.

Sin embargo, creo que si bien mis novelas son un tanto obsesivas, en la medida en que ambas revolotean durante casi cuatrocientas páginas en torno a una idea central, a causa de eso mismo adquieren unos matices y una relativa densidad que en los cuentos no sólo es imposible de alcanzar, sino que sería en mi opinión sumamente indeseable. Quizá los cuentos serían como pequeñas corrientes de agua que al confluir constituyen el volumen del libro en su totalidad, y las novelas serían como un tronco central que por debajo de la superficie se desperdiga en cientos de raíces de distintos tamaños y constituciones.

Me llama mucho la atención esto que dices, siendo los cuentos «pequeñas corrientes de agua que al confluir constituyen el volumen del libro en su totalidad». En tu trabajo como escritor -y también como editor- ¿cómo le trasladas al lector el concepto en torno al cual gira el libro? ¿cómo conseguir que el libro tenga una idea central a pesar de, en apariencia, estar constituido por elementos tan diversos entre sí como pueden serlo los cuentos que lo componen?… Aprovechando tu conocida afición al rock, ¿hay algún nexo entre un libro de cuentos y un álbum conceptual, pensando que a ambos lo componen elementos -cuentos y canciones- que, en primera instancia, podrían ser distintos entre sí?…

Creo que es muy buena pregunta, cuya respuesta necesariamente tendrá un poco la subjetividad un tanto aleatoria de una respuesta que intenta desentrañar lo sucedido una vez sucedido, pues insisto en que en el caso del libro de cuentos (pero incluso también en el desenvolvimiento concreto de las novelas) no existió durante su escritura una conciencia del mismo como unidad, pues en la medida en que exista alguna, se produjo al momento de reunirlos y darles forma como volumen. Nunca he hecho un disco (llevo dos intentos de bandas fallidas, pero espero que la tercera sea la vencida y logremos hacer un disco), pero tengo la impresión de que incluso ahí en un comienzo puede verse más como una constelación de fragmentos que poco a poco cristalizan primero en canciones (pensemos en la infinidad de elementos que componen una sola canción), y luego en el album como tal, ya incluyendo, como sucede también con los libros, los elementos un tanto extramusicales (extraliterarios, en los libros), como puede ser la portada, el orden de las canciones, o los mismos arreglos llevados a cabo por los productores (editores) en la fase final de la producción de la obra.


Así que podría ser que la idea central se pulverizara en fragmentos, para al final volverse a recomponer como totalidad, o que los fragmentos dispersos confluyeran al final en una idea central (como creo que sucedió en mi libro de cuentos), pero en última instancia, creo que son en efecto los lectores o los escuchas de un disco los que lo dotan o no de esa unidad, comenzando por la decisión de leerlo o escucharlo en su totalidad, pues es claro que si los primeros cuentos o rolas no te atrapan, probablemente ni siquiera llegues a conocer el resto. Y es interesante que incluso en discos que se consideran sin duda álbumes conceptuales (por ejemplo, el Dark Side of the Moon), que muchas veces se escuchan de corrido, quienes lo escuchan probablemente encontrarían muy diversas y disímiles ideas centrales que lo estructuran. No estoy diciendo entonces que no exista, sino que en los casos en que sí, no sería una sola, sino que la produce casi tanto quien escucha el disco o lee el libro, como quien lo compone o lo escribe.

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