Estamos acostumbrados a consumir el teatro a través de la puesta en escena: Valeria Loera

Una severa crisis personal originada por un rompimiento amoroso lleva a Violencia López a enfrentarse durante un día no sólo consigo misma, sino a aclararse el pasado, el presente y el futuro de sus relaciones familiares y su propia existencia, para lo cual deberá desdoblar su personalidad y vivir situaciones hasta absurdas.

Esas peripecias existenciales que implican lo mismo la soledad y la depresión que el humor y la risa son relatadas en la pieza teatral ¡Violencia! (México, Fondo de Cultura Económica, 2021), obra escrita por Valeria Loera y que es escenificada por la Compañía Nacional de Teatro.

Acerca de ¡Violencia! conversamos con Loera (Chihuahua, 1993), licenciada en Teatro por la Universidad Autónoma de Chihuahua, becaria de la Fundación Para las Letras Mexicanas en el área de Dramaturgia y fundadora de la compañía Los Habitantes Inútiles. Ha obtenido premios como el Municipal a la Juventud Agustín Melgar, del Ayuntamiento de Chihuahua, y, con ¡Violencia!, el Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo y el Estatal de la Juventud en 2020. Ha colaborado en publicaciones como Tierra Adentro, Este País, Pliego 16 y Aborde. También es actriz, y ha participado en más de 20 obras teatrales.

¡Violencia! es presentada en la Sala Héctor Mendoza, en Francisco Sosa 159, colonia Del Carmen, Coyoacán, Ciudad de México, los viernes a las 20:00, sábados a las 19:00 y domingos a las 18:00, hasta el 5 de marzo. 

¿Por qué concebiste una obra como Violencia, una reflexión sobre el amor, el desamor, las relaciones familiares, la soledad y hasta compañías extrañas?

La escribí como una especie de desahogo para cosas que yo estaba viviendo. Yo, al igual que mi protagonista, estaba pasando por una decepción amorosa, y también me encontraba un poco recluida, en soledad.

Para mí escribir esta obra fue una especie de catarsis por todos los sentimientos que estaba teniendo, y quería encontrar una forma de poderme reír de mi propia situación. Creo que la comedia y la risa son la mejor forma de afrontar lo terrible que a veces puede resultar ser la vida, aunque ahora, a la distancia, no me parece tan terrible y yo también me rio de todo eso que estaba sucediéndome.

De ahí viene esta necesidad de hablar de esto y de muchas cosas que fueron sorpresas para mí misma, hallazgos afortunados que iba encontrando conforme se iba tejiendo la obra. La empecé a escribir como una historia de desamor, pero en el camino me encontré que hablaba de muchas otras cosas: de la relación que tenemos con nuestros padres (ausentes en este caso por la muerte), de la de pareja y ni qué decir de la relación con uno mismo. También toca por allí el tema de la depresión y la soledad. Y, bueno, pues sí es violencia, pero no el tipo de violencia que imaginamos cuando escuchas la palabra, sino una más interna: la de que a veces no somos muy conscientes de que estamos siendo violentos con nosotros mismos al no tratarnos bonito, al estar todo el tiempo diciéndonos cosas terribles en nuestra mente.

Entonces fue así como se fue tejiendo están historia.

Hay siete violencias: la López y seis más que encierra en ella, ahora sí que desde la cama hasta la basura y el toilette, la alacena, etcétera. ¿Qué nos dices de ello de esas violencias que a veces cometemos contra nosotros mismos y que son muy cotidianas?

Cuando pensaba esta historia, una de las primeras cosas a resolver era cómo mostrar todos esos pensamientos intrusos que tiene la protagonista, y de allí surgió esta idea de materializarlos a través de una especie de clones de ella misma que habitan cada parte de la casa.

Cada violencia corresponde a cierto tren de pensamiento, no es hecho al azar que habiten el lugar en que lo hacen; por ejemplo, la que vive en el cesto de la basura cual está relacionada con los pensamientos negativos, con lo peor que nos podemos decir a nosotros mismos.

La violencia que está debajo de la cama es la que todo el tiempo le recuerda las cosas que tiene que hacer pero que no quiere hacer, o le recuerda eventos traumáticos que vivió en el pasado y que ya no puede cambiar pero que siguen allí, atormentándola. La de la alacena es de ansiedad, la que se quiere comer todo para olvidarse de sus problemas, y así va cada una de estas violencias.

La idea era jugar también con la teatralidad, poder traducir los pensamientos a la escena, y me parecía un asunto muy atractivo de ver: una mujer dividida en muchas mujeres repartidas por toda la casa.

Me llamó la atención el humor que desarrollas en todo el libro, especialmente en las notas al pie. Tratas temas duros, como la depresión y la soledad, pero tiene esta vertiente que es el humor. ¿Cuál es su papel en la obra?

Eso tiene mucho que ver con mi personalidad: así como me ves de seriecita y tranquila, la verdad soy una persona muy irónica, muy sarcástica, muy agria. Todo el tiempo estoy haciendo bromas muy oscuras, y creo que este es uno de los textos que más refleja mi personalidad.

Dije: “Si ya me voy a dar la oportunidad de jugar con todo este mundo enloquecido, ¿por qué no intervenir yo misma como autora, pero convertida en otra violencia o un personaje más de la obra?”.

Como bien dices, en esas notas a pie que están repartidas a lo largo del texto me permito entrar a interrumpir lo que está ocurriendo para hacer comentarios sobre las mismas situaciones, para, si de por sí son ridículas, llevarlas todavía a lo más absurdo.

Siempre he creído que la mejor forma de abordar temas serios es a través del humor, de la risa, no sólo porque aligera algo que puede ser pesaroso sino que también puede ser muy de nuestra idiosincrasia como mexicanos tener esta casi virtud de reírnos de lo impensable. Prueba de ello es que nos ocurre una tragedia como un temblor, hay una guerra mundial o hay una nueva variante de Covid, y entras en internet y en cuestión de segundos hay un montón de memes al respecto y estamos atacados de la risa. Eso no le quita gravedad al asunto, pero es la forma que tenemos como seres humanos de sobrellevar lo horrible que a veces puede ser la vida.

Entonces por eso para mí era muy natural hablar desde el humor de estos temas tan serios.

En la obra hay una serie de provocaciones y desafíos lanzados al lector y al público teatral, como cuando dices: “Miren, me salté de este capítulo 7 al 9 y no vieron que el 8 no está”. Hay otra parte en la que al principio, cuando Violencia está en la mesa, en silencio, dices “que se extienda la escena hasta que quede el público que aguante el silencio y que se queda porque ya pagó el boleto”. ¿Qué reacciones buscas con estas provocaciones y retos?

Son, justo como tú les llamas, provocaciones. Yo nada más ando ahí tirando pleito a ver quién me lo responde. Considero esto como una forma lúdica para introducir al lector de manera juguetona, divertida, a que se interese por la obra.

Creo que estamos acostumbrados a consumir el teatro a través de la puesta en escena, de ver ya el montaje con los actores, y rara vez gente que no se dedica al teatro va a pensar “ay, voy a leer una obra de teatro” porque prefiere leer un cuento, una novela o unos poemas, y dice “si quiero teatro, pues voy al teatro a verlo”.

Con el afán de invitar a la gente a que encuentre también lo bondadoso, lo divertido, lo mágico en el teatro, pues trato de involucrarla con estas notas a pie, con estas provocaciones, con estos juegos, con estas preguntas.

Creo que un texto es interesante y exitoso a medida que nos genera preguntas. También de pronto me dicen: “Oye, ¿y tú qué mensaje quieres dejar con tu texto o qué le dirías a la gente a través de Violencia?”. Realmente sería muy ingenuo o muy ambicioso de mi parte querer aleccionar a los lectores, pero me gusta más bien pensar que sí les estoy planteando dudas, que los estoy haciendo cuestionarse, por ejemplo, en la forma que tenemos de relacionarnos, la forma en que concebimos, sobre todo en estos tiempos, las expectativas que se solían poner sobre los adultos de cierta edad, de que tienes que estar casado, de tener un empleo fijo, que tienes que ser de tal forma.

Que el lector se abra a estos cuestionamientos sobre patrones de conducta es a lo que yo aspiraría a generar con este texto.

Otro aspecto interesante es la familia: está la cabeza del papá en el refrigerador, la madre es vulgar y anda en busca de amores tras el fallecimiento del esposo y la hermana de Violencia es la predilecta. ¿Qué nos dices con esta familia que describes?

Pienso que hay ciertas semejanzas con mi propia familia, aunque no en todo; por ejemplo, yo tengo una excelente relación con mi mamá y con mi hermana, pero, al igual que mi protagonista, me ha tocado vivir la ausencia de mi padre por su fallecimiento. 

Entonces, en la obra hablo de una familia que estaba rota, con los lazos disueltos, en la que nadie se entiende con nadie porque cada quien anda en su mundo. Me pongo a imaginar que así como Violencia tiene todas sus violencias, puede ser que también su mamá tenga un montón de ellas mismas también diciéndole un montón de cosas.

Sólo fue tomar cosas de mi propia vida, pero ya complementándolas, en gran medida, con bastante ficción. Lo que tenía claro es que no le iba a dejar las cosas fáciles a mi protagonista, que necesitaba tener un montón de obstáculos por todas partes; ahora sí que, como dicen, sin conflicto no hay drama. Entonces, entre más difícil fuera la situación de Violencia en todos sus aspectos (el amoroso, el de familia, el profesional y el personal), pues en más apuros la meto y más interesante y más divertido va a ser para nosotros ver todo lo que le ocurre.

Uno de estos personajes que se le aparece a la protagonista es uno que termina por parecerme el más racional, el más sensible: Rody. ¿Qué nos dices de él?

Rody es un muñeco sexual inflable que la mamá de Violencia decide heredarle a su hija en vida porque la ve muy deprimida y muy sola. Le dice: “Pues yo ya me voy a casar, ya no necesito a mi muñeco; entonces, te lo dejo para que te haga compañía. Que ahora te haga feliz a ti”.

A Violencia primero le parece un regalo bastante aberrante, vergonzoso, y no lo quiere aceptar, pero por X o por Y termina quedándose con él. Luego este se convierte en una especie de Pinocho moderno: cobra vida y viene a darle a Violencia cosas que ella anhela: sentirse amada y aceptada, ser tratada con ternura.

Entonces el muñeco representa ese anhelo, pero también el juego del hombre ideal; es de plástico y es un hombre al que Violencia le da la personalidad que quiere, porque en la vida real las relaciones humanas son complicadas. El muñeco termina dándole una lección a Violencia al decirle: “Oye, tienes que arreglar las cosas y tienes que aprender a vivir la vida real. No te puedes quedar encerrada en tu mundo, en tus fantasías”.

También como dramaturga, pensándolo ya en la escena, me resultaba muy gracioso imaginar un muñeco inanimado en ella. Independientemente de cómo finalmente decidan resolverlo y cómo lo vayan a montar, a mí me divertía mucho esa posibilidad.

¿Por qué la trama se desarrolla en solo un día? Así se plantea el conflicto, la trama, la resolución.

La obra comienza en un punto superenloquecido: de entrada ya estamos viendo a Violencia en el punto más alto de sus pensamientos. Es que hay una premura, una bomba de tiempo metafórica y literalmente en el transcurso de la obra.

Violencia es un personaje que ya está en las últimas, no da más, y quiere terminar con su sufrimiento de cualquier manera. Siente que no hay tiempo para distender el conflicto. Todo se va dando así, un golpe tras otro, porque, además, son personajes incendiarios que a la menor provocación van a generar un incendio, nuevamente literal y metafórico, a lo largo del texto.

El final no es tan feliz. Le dedicas la obra a Violencia López aunque no crea en ella misma; después de desarrollar toda la historia, ¿por qué tendría que hacerlo?

Veo mucho de mí en Violencia, y mucho de Violencia en mí; entonces, sentí que era una forma de decirme a mí misma que creo confiar más en lo que estoy escribiendo porque son cosas que, a fin de cuentas, vienen desde el corazón, desde lo que yo soy. Pienso que todo lo que se crea desde lo que genuinamente importa y duele, siempre va a ser valioso de ser dicho y de ser compartido porque, así como yo me sentía, hay muchas mujeres e incluso hombres que también sienten. Por eso creo que es un personaje con el que es fácil empatizar.

En ese sentido va esa dedicatoria: es una especie de palmadita en la espalda para decirme: “Está bien, sigue escribiendo: a alguien le va a importar esto”. 

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