Tumbada sobre la cama. Mi cuerpo inmóvil. Sin previo aviso, las paredes empezaron a girar. Una sensación que sólo me había pasado cuando volvía de fiesta con los oídos taponados y rezumando a alcohol. Ojalá esta sensación de vértigo fuera por eso, pienso estúpidamente.
Me intento reincorporar para que cese el bamboleo. Saco de un cajón, de la mesita de noche, un cuaderno, a veces un diario, y un bolígrafo. Rebusco entre tanto texto un hueco, por pequeño que sea para escribir. Una palabra. Una frase. Aunque no tenga transcendencia o fuerza. Sin embargo, y sonando contradictorio, me gusta ver reflejadas cada anotación o apunte. Un collage de textos.
Me siento al borde de la cama. Los pies me cuelgan y me hace gracia. Soy una chica alta para la media de mi país. Echo un vistazo a lo que tengo a mi alrededor. Siento que nada puede quedar reflejado. Todo está ocupado. Recuerdos, fotografías, sensaciones… Nada más puedo añadir y no puedo marcharme de aquí. Atrapada en una jaula de oro.
La vida es renovación. La vida es trascender. La vida… Vuelvo a observar las cuatro paredes del habitáculo, intentando encontrar espacio. Los muebles, los pósters, almohadas, qué sé yo… Objetos y más, ¿trastos? Al final, es eso en lo que se convierte nuestro lugar, un almacenaje de bienes materiales sin ningún tipo de apego. No obstante, me paro, pienso, respiro y reflexiono: “Si me fuera, ¿qué me llevaría?”. Comprendí que con el tiempo muchas cosas habían perdido su significado.
Al día siguiente, me abrumaba estar ahí. En ese lugar. Objetos ocupando mi propio ser. No compartíamos un punto, sino se trataba de una invasión entre lo útil y lo inútil. Empecé a vaciar la habitación. Cogí la caja de herramientas y me dispuse a desmontar los muebles. Cada tornillo que caía al suelo, sentía un alivio, como cuando vuelves a casa después un día largo. No sientes los pies y todo te aprieta, te encorseta. Fija e inmóvil. En ese momento, mi mundo se desmorona como esos muebles sin sus tornillos. Saco cada tablón de madera, ya dejaron su función atrás, no es un armario, mesa o estante, vuelve a su esencia anterior un tablón de madera. Lo curioso es que nunca podrá volver a su estado primitivo, el árbol. Entro en la habitación vacía y solo queda el eco. Un eco vacío que no me abandona, hablándome de raíces que llaman a mi interior.