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Tiempo de despertar

¿Los sueños tienen color? ¿Se puede soñar con los ojos abiertos? Creo que ya es tiempo de despertar.

Se ha escrito mucho sobre la película Blade Runner. Numerosos críticos, teóricos y fans la han analizado y desgranado con diversos fines. Como suele pasar en muchas ocasiones, cuando se estrenó el 25 de junio de 1982 en Estados Unidos no tuvo mucho éxito ni de crítica ni de público, porque se encontraban inmersos en una era de optimismo impulsada por la administración Reagan. Sin embargo, ahora está considerada como una obra de culto. Así que yo también he decidido aportar mi grano de arena a este universo, dedicándole un texto que, alejado de pretensiones instructivas o de crítica cinematográfica, no busca ser más que una reflexión o una confesión sobre lo que se mueve en mi cabeza cada vez que la veo. Un intento, quizás frustrado o inútil, de bucear en mi propia naturaleza.

Una de las primeras premisas que me impulsó a escribir este texto, la encontré en el libro Blade Runner: Estudio crítico de Jorge Gorostiza y Ana Pérez (Paidós Películas, 2002) que decía que “una obra de ciencia ficción expresa más actos de su presente que del futuro” y que “Oscar Wilde tenía razón y la realidad termina inevitablemente imitando al arte”. La he querido destacar porque me gusta pensar en las “distopías”, esos espacios futuristas y apocalípticos, como una especie de lugares que utilizan la imaginación con la finalidad de construir crítica social y fomentar la reflexión. Cautivando y cuestionando nuestras ideas del mundo que nos rodea. Porque el proyectar nuestros conflictos al futuro o a realidades alternas no es más que otra prueba de que seguimos materializando -una y otra vez- nuestras ansiedades y esperanzas.

Blade Runner es oscuridad. Es la lluvia constante que empieza como algo nuevo y refrescante pero que se convierte rápidamente en algo terriblemente incómodo. Esa que comienza empañando ligeramente tu visión hasta que ya no te permite distinguir ni tu propia pisada. Porque se ha deformado o borrado junto a las de la masa. Es la incapacidad de poder alzar la mirada al cielo porque el impacto de las gotas te parecería más molesto. Y como la visión no es nada clara, lo más eficaz, y sobre todo seguro, parece mantener la mirada en el suelo. Con la cabeza agachada. Es esa milésima de segundo en la que mueves la cabeza y una luz de neón te ha deslumbrado. Porque en esa oscuridad solo hay luz artificial. Que emana de pantallas. Grandes. Las únicas que te iluminan para empezar a caminar. Con mensajes que buscan decir todo. Que te siguen, o más bien dirigen, tus propios pasos. Definiendo en última instancia tus acciones. Con las que consigues reconocer a otras personas que, como tú, se están moviendo al filo de caminos marcados y señalizados. Unos detrás de otros. A veces chocándonos. Es el camino marcado, en apariencia seguro. Es la imposibilidad de ver el color de ojos de los demás donde todo brilla. Y lo que brilla reluce. Sin defectos. Es la propia lluvia que acaba perdiéndose en una niebla que no permite distinguir nada. Donde solo se ven los contornos. Uniformes. Es la necesidad de abrir más los ojos. Para poder vernos. “¿Alguien nos observa?”. Es la dificultad de caminar con un único punto de referencia. “¿Por qué está borroso todo?”. “¿De qué color son mis ojos?”.

Blade Runner es luz. Es un amanecer al que le cuesta despertar. Que quiere aferrarse a los últimos momentos de oscuridad porque la luz se presenta desnuda. Y a la desnudez alguien se encargó de describirla como frágil. Es la diferencia que en ella se empieza lentamente a percibir. Y a doler. O gustar. Son mis ojos marrones abriéndose, desnudándose ante la luz. Que con ella parecen tener alguna traza verde. Es la incapacidad de mirar un tiempo prolongado. Es sentir la lágrima a punto de ceder. Es ceguera. Es el embellecimiento exaltado. Es buscar otros ojos. Verme reflejada en ellos. “¿Qué ves?”. Es claridad en el camino. Escape. Es poder diferenciar los contornos. A veces me quema la luz. Y me deja marcas y arrugas. Recordándome mi condición no trascendental en el mundo: “¡Hola humano!”. Porque la luz tiene voz. Conciencia. Y fecha de caducidad.

Blade Runner es un juego de contrastes. De arriba y abajo. Es creación. Es destrucción. Es natural. Es artificial. Es vida. Es muerte. Es crítica. Es capitalismo. Es humanidad. Es tecnología. Es clima. Es filosofía. Es amor. ¿Los sueños tienen color? ¿Se puede soñar con los ojos abiertos? Creo que ya es tiempo de despertar.

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