Recorro librerías, desde niña, con la misma avidez con la que comía chocolate Milka. Hoy, tras lo que parecen ser los últimos coletazos de una pandemia que supuso crisis y confinamientos, camino, por fin, por la feria del libro de Madrid, por librerías como Sin Tarima, Tipos infames, Grant o, en mi barrio, librería Contrabandos.
Observo todo: las tendencias, la ausencia de lo que iban a ser tendencias y se quedaron en la orilla del almacén, fotolibros, cómics, ediciones caras por su limitación, ediciones por efemérides bellísimas, en tapa dura y blanda… hasta ediciones artesanales como las de Ediciones deliciosas.
Sin embargo, en una sociedad donde compartimos piso (lo llaman co-living) o vivimos en estudios minúsculos, no es factible para un lector ávido el hábito constante de compra de libros. Entiéndanme, entiéndannos, nuestros libros conviven con apuntes del trabajo, del curso online, con pelos de gato, con mudas de ropa sin acabar, con microondas de quinta mano. No es rara, pues, la presencia de cadenas como Re-read, librerías low-cost o TuuuLibrería y otras franquicias que viven de la compraventa e intercambio de todo tipo de ejemplares. En un país donde se publica y escribe más de lo que se lee y la sobreproducción marca récords, sencillamente no es sostenible un modelo de librerías sin fondo, a menudo colapsadas por las novedades y la propia competencia entre estas. Un lector ávido, uno que lee entre 50 y 80 libros anuales, no tiene la facilidad espacial y económica de consumir lo que desea. Así pues, recurre a la pesadilla de los letraheridas, de los libreros y también de muchos grandes editores resistentes al cambio.
Como lectora empedernida hallo cierta queja, suspiro, superioridad moral e incluso desconcierto cuando digo que mi amor por los libros es inalterable, pero que desde 2020 pasé al e-book, sin dejar de comprar aquellos libros cuyo autor, temática o diseño destaca o que no tienen versión e-book. No veo el porqué de la queja, ¿acaso son los libros electrónicos menos «libros» (si existiese tal categoría) que los libros en papel? ¿Todavía, en 2021, caemos en la equivalencia e-book=piratería? El desconcierto es mío. No he abandonado el papel, pero con mi nuevo artefacto leo más rápido, compro en varios idiomas y en editoriales independientes, comparto, por correo o aplicaciones como WhatsApp, aquellas frases o párrafos que me apasionan. No fue ni hace un año en que se bajó, al fin, el IVA del e-book, y sin embargo los precios de estos libros no han bajado pese a ser más accesibles que los libros físicos. ¿Desidia o miedo al cambio? No lo tengo claro.
Mientras tanto, solo diré: que vivan los libros, los desafíos como #leoautorasoct, los audiolibros, los podcasts, los e-books. Y menos miedo a la buena convivencia (por otro lado, demostrada) de todos los formatos.