Hay un pájaro en la calle
con las plumas manchadas de muerte.
Tiene las alas tostadas
y da tanta lástima que
uno querría cerrarle los ojos
como para que no se le llenen de sol;
pero no los tiene.
Las hormigas le rebosan cuencas vacías,
parecen corozo.
Entonces pienso que todos somos el pájaro
y basta con mirarnos a los ojos
para darnos cuenta que nos han
empezado a caminar los pesares.