Era 1983, Moscú acababa de ilegalizar el sindicato Solidaridad tras una durísima huelga general y el Legia Gdansk recibía a la Juventus de Trapattoni, Scirea, Rossi, Tardelli, Platini y Boniek en el partido de vuelta de la primera eliminatoria de la Recopa de Europa. “Sólo había tres lugares en Gdansk donde los seguidores del sindicato Solidaridad, ya entonces un movimiento totalmente clandestino, podían reunirse sin problemas: los astilleros, la iglesia de Santa Brígida y el estadio del Legia, así que Lech Walesa decidió que iría al partido”, escribía en The Guardian el periodista Maciej Slominski.
La revolución, sin embargo, no llegó hasta el descanso del partido, cuando Piotr Adamowicz, uno de los hombres fuertes de Solidaridad, pidió a los periodistas de NBC y CBS presentes en el estadio que apuntaran sus cámaras hacia la grada en la que se encontraba el propio Walesa. “Estábamos en el vestuario durante el descanso cuando lo oímos, y todos sentimos un escalofrió que nos recorrió la espalda. El estadio al completo estaba cantando ‘¡Solidarnosc! ¡Solidarnosc! ¡Solidarnosc!”, recordaba Jerzy Jastrzebowski, técnico de aquel Legia, en el libro Legia v Juventus, More Than a Game, en el que se relata cómo, ante el conato insurgente, la televisión estatal optó por emitir la segunda mitad del partido sin sonido en la retransmisión.
No fue suficiente. Siete años después, con el Muro ya derribado, Lech Walesa se convertía en el primer presidente democrático de Polonia desde la Segunda Guerra Mundial. “¿Por qué me dejó entrar la seguridad a aquel partido? Tal vez pensaron que el público me abuchearía (la noche antes la televisión pública había acusado a Walesa de preocuparse sólo de su riqueza personal). Esperaban que el país me diera la espalda, pero ocurrió justo lo contrario”.