Greenwich: un vivir de altura en lo más bajo

Supongamos que en el centro del poeta se encuentra el meridiano de Greenwich, que todas las horas cobran sentido cuando son relacionadas con los latidos de un corazón atento. El huso horario es aquí un abanico de instantes desplegados que van más allá del tiempo, dándole un sentido más profundo al excederlo. Lo trascendente se manifiesta con vigor inusitado en los reveses cotidianos, en lo que se repite hasta la saciedad se esconde la oportunidad de vislumbrar «el decisivo momento en que todo acontece a través de lo efímero». Es necesario «el desafío de la escucha», el riesgo de entregarse a lo extraño y a los otros como quien busca comprenderse en lo desconocido, que es la parte del alma que tenemos más cerca del misterio: «y entiendes que cuanto amas signo es y no te pertenece».

Las grandes ciudades, al primer trato, son escenarios desabridos; nidos de incomunicación y soledades. Aquí nos sobrecogen sus circunvalaciones, los fúnebres edificios de oficinas, hay un ambiente viciado y denso que huele a gasolina, a oportunidades desperdiciadas, «y cunde un hábito de larva que nos gobierna en la rutina». Urge encontrar algo que nos abrigue, «advirtiendo los signos que purgan tus heridas para mostrarte el fecundo valor de la tristeza», y sabe bien Pablo Luque Pinilla que «La belleza se ofrece en los despojos para invitarnos a extender la mano» y que «somos la desnudez que fortalece nuestra espera acusando la fiebre de ser signo».

El poeta encuentra en todo una señal de lo infinito, una huella de Dios, algo indecible que nos impele a pronunciarlo para mejor decirnos, busca «una senda donde rastrear lo inaccesible y sopesar los signos que la memoria guarde y agradezca». Sus asideros son humildes, frágiles, tiemblan como una pequeña flor en medio de la tormenta y por eso son los más hermosos, los indestructibles: la fe, el amor hacia los suyos; su íntima, casi carnal, relación con las palabras, el pan ácimo de la cultura, la Gran Belleza, el ejercicio de la memoria y el lujo de la ensoñación. Adivinamos un compromiso ético, una forma de vida impregnada de humanismo cristiano, de búsqueda y espera agradecidas. Pese a que lo asedie «el estupor de los errores y su redoble sin sentido» el poeta existe «para desmentir la carne de la desmemoria y la razón del desaliento».

Este poemario, publicado por la editorial Algaida, que ganó los 44º Premios Literarios Kutxa Ciudad de Irún, es una obra madura, sólida, necesaria, escrita con una voz personal sentida, meditada y sincera, que trata los grandes temas de siempre con un tono esclarecido que no desdeña el léxico posmoderno. Es de agradecer que en las horas más oscuras haya quien sepa encontrar, y comparta, unos segundos siquiera que nos rediman y den sustento, un vivir de altura en lo más bajo, «como los pájaros, que logran con su pico rehacer las alas» sus versos precisos y elegantes nos invitan a aspirar «cada madrugada a protagonizar un nuevo inicio».

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