Foto: Pixabay

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La jaula soy yo

La jaula soy yo.
Me convertí en el templo de una religión que ya no existe.
La jaula soy yo, me dije.
Soldada de rincones de los que siempre me sentí encontrada,
aún te siento cuando anochece
aún siento la intensidad de la media luz.
Lo recuerdo todo.
Dios se apiade de mi alma.
Frio estéril de una ciudad desierta,
este ataúd no cierra, aún estoy atrapada.
Te abrazo en mis pesadillas, no me arrepiento de ti.
Una jaula atrapada,
Una jaula que se ha arrancado la puerta, la que protege sus entrañas,
donde entran y se alimentan las aves.
Pero ninguna se ha quedado.
Toda mi vida soñé que un ave nacería en medio de la tempestad y
sería llamada “Libertad”, en mi nombre, apenas sublime, apenas una jaula, una celda.

Neblina ciega.
Tomando cafés cortos con viejos extraños, una jaula que se ve obligada a levantarse de la
mesa para luego retirarse, caminar hacia el atardecer;
«quédate», es lo único que esperaba que dijeras.
Nadie espera que las jaulas liberen, me pregunto si podría ser la primera.
El conocimiento le pertenece a la soledad.
Cuando la ausencia invadió mi cuerpo, decidí despedir a las mariposas que volaban fuera
de los barrotes de hierro, las llené de recuerdo y dejé que emigraran al olvido.
Me preocupa que mi corazón tenga más vidas que un gato budista.
Cinco meses sobria, no porque este limpia significaba que no tenga memoria.
Ya no tengo frío
El invierno se ha ido
La sombra de mis entrañas debe reconocer que aún te extrañan.
¿Puedes escucharme?
¿Puedes recordarme?
¿Aún me sientes?
En la oscuridad, yo sí.

Cariño mío, esto se llama presencia.

«Estarás condenada a repetir la misma historia,
con diferente persona,
hasta que aprendas tu lección».
Anónimo

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