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Especial de cine: thrillers policíacos

Con Corea del Sur exigiendo un sitio privilegiado en el recuento, la redacción purgante propone una serie de thrillers policíacos que prometen algo más que tensión y entretenimiento.

Copycat; Jon Amiel

Una imagen monumental abre este largometraje de 1995: el rostro de Sigourney Weaver en extreme close-up que se revela como proyección en una gran pantalla: cine (por decirlo así) dentro del cine como primera escena de uno de los mejores thrillers policíacos de esa década y del mainstream en general. Ella es la doctora Helen Hudson, una elegante, sensata, centrada y racional psiquiatra especializada en asesinos en serie, que es la obsesión de uno particularmente grotesco (Harry Connick Jr) que casi la mata en una secuencia inicial que genera ansiedad extrema (además de ser product placement para la casa de modas Escada). Entra en escena la detective Maryjane Monahan (Holly Hunter, sin sacrificar su femineidad para interpretar un rol planteado para un hombre, como le pasó a la Weaver con Alien) de la policía de San Francisco, que investiga una serie de crímenes que imitan los ataques de asesinos célebres como Albert DeSalvo, Jeffrey Dahmer o Ted Bundy y sumen la ciudad en el terror.  Hudson lleva un año recluida en su vistoso loft, presa de agorafobia, consecuencia de la secuencia inicial: es casi predecible que diga que no a cooperar y luego el instinto le gane, sin embargo, la dirección de Amiel lo hace todo sentirse muy lógico y natural (si es que un thriller de este estilo puede calificarse así), mientras el guión de Ann Biderman (sí, una mujer) da un par de excelentes vueltas de tuerca que compensan los convencionalismos impuestos por el estudio. Eclipsado (injustamente) en su estreno por la sadístico-chic (y cargada de testosterona) Se7en, Copycat es sólido, sin rollos dizque nihilistas (como le pasa a Fincher), en que Amiel cuenta una historia intensa y no del todo lograda con un gran detalle: dos actrices que demuestran la sagacidad y carisma (como personajes y mujeres) necesarias para hacer que el material trascienda sus defectos y sea efectivo sin la estridencia ni las pretenciones de otros filmes de su época que envejecieron mal, aunque fueron mucho más populares entonces (sí, Oliver Stone, te hablo a ti).

Michael Clayton; Tony Gilroy

A lo lejos, mientras el fuego se desvanece con el amanecer, un hombre observa el auto donde acaba de ser asesinado. Michael Clayton es uno de los mejores ejemplos de la equivalencia “Detective-Quijote”. El héroe taciturno, quien a pesar de ser cínico, violento, adicto y moralmente reprobable en sus formas y métodos, es el único que mantiene la claridad sobre sus valores dentro de un sistema podrido e indefendible. Un abogado, el “fixer” de una firma gigantesca en Nueva York, se enfrenta a la revelación de quién es realidad: un conserje para los ricos, un mecánico que limpia y mantiene el engranaje que permite a los corruptos permanecer inmaculados por encima de la ley. A diferencia de muchos thrillers que usan el diálogo para entrelazar las secuencias de acción, aquí el diálogo es la acción. Los personajes hablan con una calibrada contradicción para construir la trama: por un lado están las mentiras con las que los cuerdos o los sapientes racionalizan las acciones que perpetúan el sistema; y, por el otro, la franqueza diáfana que desnuda al poder y no puede ser escuchada por surgir desde la voz de la locura. Una película concisa, bien actuada, bien dirigida y magníficamente escrita que logra desafiar a un género que desafortunadamente vive de reciclar clichés. El género policiaco, el noir estadounidense en concreto, es el artefacto con el que sus grandes autores, ya sea con las novelas de Chandler o las películas y series de Michael Mann, dibujan de cuerpo entero las transacciones que las personas (y la sociedad) hacen día a día para poder vivir con una comodidad ciega, en lugar de abrir los ojos para enfrentarse a la injusticia. La película una y otra vez confronta a su protagonista al decirle: ¿quién eres? Y el después de vivir, morir, ser un fantasma y renacer puede responder con la honestidad ganada en la redención: i’m shiva the god of death.

I Saw the Devil; Kim Jee-woon

No es aventurado decir que Corea del Sur nos ha dado varios de los mejores thrillers policiales y de venganza del siglo XXI. De ese contexto emana I Saw the Devil, dirigida por el respetado Kim Jee-woon y coprotagonizada por Choi Min-Sik, el hombre que siete años antes alcanzara la gloria con Oldboy, una película con la que comparte territorio narrativo y estético. La historia cuenta las atrocidades de un asesino de mujeres jóvenes que se ve inmerso en un juego despiadado con un policía cuya prometida pasa a formar parte del costal de víctimas. El montaje, como buen producto surcoreano, es irreprochable en términos de ritmo, lo que permite que la cinta tenga licencia para regodearse en sus propios excesos visuales, que no son pocos. Dicho esto, estaríamos en un profundo error si pensamos en ella como una película vacía que recurre al barniz de la violencia gratuita para decir algo que su guión es incapaz de ofrecer. Todo lo contrario: es un recorrido salvaje por la oscuridad humana y los resortes emocionales que motivan a un hombre, aparentemente recto, a convertirse en una bestia que se alimenta del dolor ajeno para consumar su venganza. Su crudeza es una empresa de la que no es sencillo salir indemne, aunque el exuberante despliegue técnico lo justifica en absoluto. Puede que para muchos apenas alcance a ser la típica película iniciática que sirve para engancharse con el extremismo surcoreano, pero la tensión, incomodidad y factura que presume durante sus más de dos horas de metraje, deberían bastar para pensar en ella como una obra de dimensión mayor. De manera que conviene pensar en Kim Jee-woon no como un sádico, sino como un elegido del lenguaje cinematográfico. 

Cruising; William Friedkin

Su legado fue mucho más allá de El exorcista (1973). Cabe aclarar este punto luego de que un amplio sector de medios digitales menospreciaron o ignoraron el resto de su filmografía al informar sobre su fallecimiento el 7 de agosto de este 2023. Me refiero a William Friedkin, un genio de Hollywood que bien puede sentarse a comer en la misma mesa con Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Brian De Palma. Friedkin fue un realizador que no se guardó nada al contar sus historias. Era directo, explícito, agitado, estruendoso. Su estilo allegado al documental propició que sus películas de ficción se sintieran reales. Muestra de ello es Cruising (1980), un filme oscuro e incómodo, denso y agresivo, pero cuyas atmósferas y ambientes hacen transpirar tensión al espectador como si fuera un personaje más de la trama. Nos cuenta cómo el oficial Steve (Al Pacino) trabaja de agente encubierto en los antros gays sadomasoquistas ubicados en los suburbios de Nueva York. ¿Su misión? Descubrir al asesino serial de homosexuales que suele elegir a sus víctimas en estos sitios de baile al ritmo de punk rock, sexo desenfrenado y perversión entre cueros negros. A diferencia de otras películas sobre crímenes en cadena, Cruising no sólo se distingue por centrar la narrativa en la temática gay sino también por tener como escenario a esa ciudad de Nueva York que se oculta en las postales turísticas, es decir, insegura, violenta, desigual y sin oportunidades para quienes habitan ese pedazo de territorio. Y es justamente eso lo que más perturba e inquieta de ese laberinto donde nadie tiene posibilidad de encontrar una puerta abierta a la esperanza. Por el contrario, el espiral conduce a todo mundo hacia la decadencia (la escena de la novia de Steve probándose su atuendo es simbólica). El hilo conductor del deterioro es la violencia, ese fenómeno terrible emanado de una sociedad rota y descompuesta que halla en la manifestación criminal una forma de cura, expiación o escapatoria. Recordemos que Estados Unidos transitaba en el periodo posguerra después de Vietnam, un suceso que afectó más de lo que se cree a una nación que no supo prevenir la contención de los efectos al interior. Si bien el filme no apunta hacia ese suceso de carácter bélico, el contexto motiva a considerarlo. ¿De dónde surge tanta violencia? ¿En qué cabeza cabe la posibilidad de plantear que todo está yéndose al carajo? Friedkin no inventó nada. Partió de un hecho real para recrear lo que más de 40 años puede interpretarse como una premonición de la actualidad. Por otra parte, si se revisa nuevamente Cruising en estos tiempos, la obra resulta fresca, transgresora y osada. En otras palabras, adelantada a su época. Hoy día Hollywood le teme a la sexualidad en pantalla, al beso apasionado y al sudor corporal. Afortunadamente Friedkin supo anticiparse a una industria que seguramente le prohibiría un proyecto así. Bueno, con base en el carácter rebelde que le caracterizó, seguro se las hubiera ingeniado para alterar el orden.

Oldboy; Park Chan-wook

A más de veinte años de su estreno, resultaría repetitivo enumerar las virtudes de la obra maestra de Park Chan-wook, la segunda entrega de su famosa ‘Trilogía de la venganza’, Oldboy (2003). Así que mi repaso será más bien a modo de brevísimo anecdotario y su relación con el género, comenzando por sus hermanas que completan la trilogía: Sympathy for Mr. Vengance (2002) y Sympathy for Lady Vengance (2005), ambas también estrechamente relacionadas con el esquema clásico del thriller, aunque sin el el giro de tuerca tan marcado. La película triunfó en el Festival de Cannes y uno de sus mayores promotores fue Quentin Tarantino, una relación forjada entre dos creadores que hablan el mismo idioma de la intriga, misterio y violencia; características inherentes de un gran thriller (incluyendo a toda su ramificación de subgéneros). Como toda buena película de esta especie, Oldboy plantea una experiencia sumamente sensorial, puesto que gran parte de su cinematografía se concibe para trastocar los sentidos del espectador, haciendo de la manipulación su principal arma para mantener en constante modo de alerta a cualquiera que se hunda en este viaje de venganza. El conductismo aparece disfrazado de varias capas, como las texturas de un pulpo por la garganta, la atmosfera del encierro claustrofóbico, la contraposición de música clásica con violencia gore y hasta el estado de hipnosis de alguno de sus personajes. Por último queda resaltar que se trata de una obra adaptada de un manga (que responde a su homónimo título), y es que, ¿quién se hubiera imaginado que un manga pudiera transformarse en la revolución del cine surcoreano (una de las industrias más exitosas que copa el presente cinematográfico internacional)? Oldboy supuso todo un acontecimiento en la historia del medio audiovisual surcoreano, que incluso derivó en los fenómenos más cercanos al mainstream que vivimos hoy con las series y películas originarias de aquel país (influencia tan grande que llevó a que Parásitos, de Bong Joon-ho, se llevara el Oscar en 2019). De hecho, entre el revuelo que generó se hizo un innecesario remake estadounidense dirigido, ni más ni menos, que por otro de los grandes maestros del género: Spike Lee. Por todo esto, es importante decir que la cinta forjó uno de los lenguajes más originales en la historia de los thrillers, encaminó el rumbo de toda una industria local y trastocó a todo el medio global del género. 

Blood simple; Joel y Ethan Coen

Blood simple (1984) no es solamente el mítico y estilizado debut de los hermanos Coen, también significó el primer trabajo del cinefotógrafo Barry Sonnenfeld y la presentación actoral de la hoy ganadora de 3 premios Oscar, Frances McDormand. La truculenta trama mezcla crimen, infidelidad, humor negro y borbotones de sangre; es un thriller pero también es una comedia de humor negro, es un neo-noir desesperante y una innegable película de culto, que incluso, alcanza a coquetear con el terror. Las mentiras y las traiciones se tropiezan unas a otras mientras se atraviesan los 99 minutos de un metraje lleno de eventos inesperados y osados movimientos de cámara; los Coen utilizan el travelling y el plano cenital con una maestría poco común en una ópera prima. El amorío entre Abby (Frances McDormand) y su amante Ray (John Getz) será el detonante de la acción, cuando el siniestro detective Loren Visser (M. Emmet Walsh) consiga fotografiarlos en la cama y mostrarle el material al esposo engañado Julian Marty (Dan Hedaya). Una oferta por el asesinato de ambos y la ambición que corrompe al ser humano, desencadena la hilarante cadena de muerte y confusión que pondría a sudar al propio Alfred Hitchcock. El retorcido humor de Joel y Ethan Coen, junto a la atmósfera opresiva que enreda a sus personajes, estalla al final de todo en una apoteosis inolvidable, con la sangre prometida y una gota de agua que cae implacable, mientras suena la alegre It’s The Same Old Song (1966) del cuarteto norteamericano The Four Tops, en un evidente contraste en la fusión atípica de la sordidez del argumento y el júbilo de la melodía. Filmada en locaciones de Texas durante 1982, Blood simple se presentó en el Festival de Cine de Sundance donde se llevó el Grand Jury Prize, desfilando después por Cannes, Toronto y New York. Se trata de uno de los debuts mejor celebrados por crítica y audiencia, recaudando en su momento casi 4 millones de dólares y ajustándose el lugar 98 dentro de las 100 mejores películas de suspenso, según el American Film Institute. Preámbulo preciosista y jovial de obras maestras que llegarían en años posteriores, como Barton Fink (1991), Fargo (1996), No Country for Old Men (2007) o Inside Llewyn Davis (2013).

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