La lección más amarga
no se enseña en la escuela.
Ni se predica en las iglesias.
Ni se muestra en los hospitales.
La lección más amarga
se aprende en el tú a tú, en el cara a cara,
en el cuerpo a cuerpo.
La lección más amarga
se pelea contra el espejo.
Se extirpa con dolor.
Se desgarra con rabia.
La lección más amarga
la destila la vida,
veneno a pequeñas dosis,
que no se revelará jamás
hasta la dosis final.