La tiranía de las moscas de Elaine Vilar Madruga: o cómo hacerse un lugar en este mundo

Papá la quería. Es decir, los quería a los tres. A sus tres pequeños fallos. Pero a veces era difícil. A veces era preciso recordar que los hombres de su tiempo eran padres democráticos a la vez que militares inflexibles. Una cosa era gobernar el país y otra cosa educar a sus tres malogrados experimentos genéticos. ¿Desilusión? Evidentemente. Había soñado con hijos heroicos, que hubieran heredado sus mejores rasgos físicos y lo notable de su personalidad de líder, además de otras cualidades morales que los hicieran dignos de llevar uno de los apellidos más importantes del país. Pero la genética era una burla, una cagada. Un óvulo mediocre y un espermatozoide sometido al estrés de la dirigencia no podían crear mejor producto. Estaban destinados al fracaso. De hecho, a tres fracasos consecutivos.

La tiranía de las moscas; Elaine Vilar Madruga

Bien dicen que hay libros a los que no importa llegar tarde. Incluso, me atrevería a decir, resulta una jugada mejor, porque ya han pasado su momento de novedad, están fuera ya de su azaroso ciclo donde toda aquella persona que desea leerlos lo hace con prisa y ansía inconmensurable sólo por hablar del libro sin otro objetivo más que ser parte de la conversación. Y sin embargo hay libros que resisten los embates de la moda, la rapidez y la inmediatez que ahora transpiramos, porque su escritura les hace resistir; hay libros que son la excepción, porque de pronto nunca dejan de ser impresionantes y hechizan: por ser tan contundentes, por la manera en que sacuden la comodidad de lo que narran, y, siendo así, consiguen instalarse dentro de la mente y provocan un movimiento sin precedentes en las ideas. Se posan sobre la frente como viles moscas y retratan ahí su pequeña inmensidad por el resto de la vida.

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¿Cuáles pueden ser las motivaciones de una adolescente, un joven y una niña que han vivido para siempre en un casa-nación regidas por el desprecio, el autoritarismo, un odio distintito y el olor insoportable de la dictadura? ¿Cuáles podrían ser cuando es él un ángel de la muerte que apenas si alcanza a comprender el poder que tiene en sus manos –literal y figurativamente–, si la adolescente fantasea y ama con locura objetos inanimados, si la pequeña es una genio tenebrosa que habla a través de su arte hiperrealista? ¿Acaso será la terapia que mamá-devenida-terapeuta-gracias-a- los-libros-de-autoayuda desea proporcionarles una falsa redención para exculparse sus sentimientos? O, ¿no será todo esto, más bien, un catalizador para el desastre? Y es que todo esto nos hace preguntarnos de qué forma la mente de este trío (dis)funcional, con esos padres, logran acceder a sus más profundos deseos, cómo priorizan, de alguna forma, toda emoción que les es arrojada.

Y no es que se piense en el límite de su raciocinio ni su capacidad pensante, sino justamente lo contrario: cómo Elaine Vilar Madruga (La Habana, Cuba, 1989) describe de pé a pá, sin inmutarse siquiera, sobre el abanico de posibilidades, tan terroríficas como reales, de cierto tipo de patologías, creencias y peculiaridades dentro de tres mentes que han vivido sí y solo sí lo impuesto, sin libertades: Casandra, Caleb y Calia: la adolescente con prefijo de mierda dado por el padre que tiene amores tan atroces como tan puros; el otro adolescente, que tiene consigo un poder demoledor que no alcanza a comprender, que siempre está siendo asechado por aquellas especies que desean la conclusión pura y dura de su vida; y la más pequeña, que navega en realidades alternas e incomprensibles por los seres comunes y corrientes, que se obsesiona cada cierto tiempo con un animal distinto y le exprime hasta el último detalle dentro de sus dotes artísticos, y que, además es, probablemente, la reencarnación de la más grande dolencia de su madre.

Y esta madre suya, comprometida con más nada que con despreciar a sus hijos desde que los tenía en el vientre y con sus libros de psicología, despojada de absolutamente todo sentimiento de pertenencia y amor desde que vio partir a su familia entera en un acto de irracionalidad y enceguecimiento proporcionado por el fanatismo, y quizás cierto grado de ignorancia. Y el padre, por último, pero no por ello menos importante, porque claro, sin él nada de esto tendría sentido, sobre todo para nombrar todo lo malo, todas y cada una de las desgracias, –aunque se le cargue de más la mano: nada va a empeorar más–, un hombre entregado al metal moldeado, los premios dados por el mandamás de esa tierra infernal, en ese su mundo donde sólo importan las condecoraciones y la obediencia basada en los fundamentos dados por El General. Una familia variopinta que retrata un momento crucial en la historia cubana, que podría ser de ahora o algunas décadas atrás, ahí la magia de la atemporalidad y la desgracia.

Las miradas tan únicas y perturbadoras de los hijos hacia su figura materna y paterna. No aparentan nada que no sientan ni desean: no hay dulzura que valga, sino todo lo contrario: hay que escupir la verdad más cruenta que se ha dicho últimamente. El fracaso y la ruptura parecen inminentes y ha sido provocado no por la desilusión de las expectativas propias, sino porque la vida así lo quiso. Es culpa de lo vivido. Y todo se vislumbra y nos atrapa por el lenguaje que tienen a la mano Casandra, Caleb y Calia: atravesado por sus particularidades, siempre tan indispuesto y tan firme, a veces sin proporcionar una sola palabra. Es solo la transparencia de sus emociones.

Todo es una forma depurada: de frustración, de felicidad, de desgracia, de armonía, de perturbación. Es lo que queda de los pensamientos polvosos e imposibles que nuca llegaron a ser nada, porque no ha sido la vida elegida sino la que tocó vivir, y qué queda si no agradecer así, aunque nada valga la pena, nomás porque así lo habría querido el destino. Como una condena de la no elección: todos deben pensar y actuar igual. La libertad es un sueño con el que todos, alienados al fin, ni siquiera logran soñar, y si lo hacen esto se contiene como si se trata de una contingencia sanitaria. Todo está perfectamente imperfecto, echado a la deriva de las órdenes.

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Parece decirnos la también poeta que la literatura fantástica ha de estar siempre al servicio de nuestra realidad maldita, de todos esos procesos históricos que incendian las pasiones de todo aquel que se atreva a ser parte. Es un territorio, esta literatura, que todavía tiene mucho por brindar, sobre todo esa visión de resistencia ante el abuso y el poder, y parece recordarnos que basta tener un compañero para iniciar la revolución contra aquellos enemigos que se tengan en común, qué importa si se trata de aquel que gobierna la nación o hace de jefe de nuestro propio hogar.

Es sólo lo que reclama el deseo, son todas las prohibiciones y los años vacíos pidiendo a gritos auxilio, venganza y redención, pero, sobre todo, poner un punto final a este presente de mierda, y entonces empezar a imaginar y comenzar a amar, y descubrir así el mundo dentro del mundo.

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