The arms of Orion that’s where I want to be
Since you’ve been gone
I’ve been searching for a lover
In the sea of tranquillity
Arms of Orion; Prince.
Abrí los ojos con la seguridad que da la luz del día, pero el reflejo que percibí había pasado de largo y ahora me encuentro despierto a la mitad de lo que debió ser una noche tranquila. El ruido exterior no es despreciable, pero el que genera mi interior es ensordecedor. Dormir (soñar) se ha vuelto un deporte de alto riesgo.
Mi subconsciente -mi otro yo- ha decidido establecer una dictadura a través de imágenes y guiones que se desarrollan en ámbitos extraños y estresantes. Los más recientes han rayado en historias que se podrían exhibir en algún cine dedicado a la ciencia ficción (serie b); esto ha afectado mis, de-por-sí, débiles ciclos de descanso. Ahora llevo un hándicap importante de sueños que he estado acumulando para exhibirse en salas IMAX durante el reposo nocturno. Probablemente, serías la actriz estelar en más de uno de ellos.
Han transcurrido ya un par de horas -o el reloj miente y no puedo asegurarlo- y el sol aún no comparece. A lo lejos escucho ladridos de diferentes tonalidades; alguno, quiero pensar, es del perro amarillo que veo por las mañanas mientras camino y al cual saludo de buena manera. He hecho migas con él, mueve la cola de forma acelerada cada vez que nos vemos. Creo que no es un animal joven, es lento en el desplazamiento y parece cansado, como yo, que llevo semanas masticando ideas y pensamientos que no tienen intención de abandonar mi cabeza. O peor aún, el corazón.
Tengo la impresión que las sensaciones que siento, se alinean una tras otra, pero cada vez que se anuncia el turno correspondiente para ser atendidas todas se agolpan en la ventanilla, y yo, debo reprenderlas para que se enfilen nuevamente. Exigen ser escuchadas, hablan al unísono por lo que el rumor interno que se ha generado va acrecentándose súbitamente, provocando que la ansiedad latente se desborde e invada cada centímetro cúbico del cuerpo. Me paralizo por un momento. O dos. Una motocicleta acelera justo al pasar enfrente de mi ventana, es entonces que regreso a mí (o al que considero mi cuerpo). Respiro, una y otra vez. Lo hago profundamente para tratar de identificar lo que detonó todo esto y necesito depurar de alguna forma todo ese oleaje que el océano de cortisol ha generado. Pleamar de ansiedad.
“Por mucho que vuelvo / No encuentro mis recuerdos / Los busco, los sueño / Lo propio ya es ajeno”. Escucho a Vetusta Morla en el punto más alejado de mi memoria, lo oigo casi como un susurro.
La cama se torna incómoda ¿acaso es mi cuerpo? ¿O todo aquello que guardo en el alma? Los perros siguen ladrando, con menos intensidad, deben estar exhaustos. Lo entiendo, aunque yo no he ladrado, no últimamente. Habrá quien opine lo contrario, pero no lo he hecho de manera consciente. Puede ser que carácter no sea el más dulce, incluso que pueda rozar antisocial, pero la realidad es que mis inseguridades brotaban a las primeras de cambio, flotaban sobre el resto de lo realmente soy. Empezaba por colorear el tono de mi cara, tornándose rojo (Pantone 185), luego, era perceptible que la velocidad con la que hablo se incrementara, las palabras – siempre las palabras- eran expulsadas a presión (incluso aquellas que no debían ser vistas), las manos subían su temperatura y al final aparece la tos, incómoda, ruidosa, secuencial, que terminaba por interrumpir todo aquello que decía o pensaba. Entonces al final, creo, no soy yo, es mi otro-otro yo. El yo que salía sin despedirse de nadie siempre.
Fijo la mirada en el techo, toda gama de grises encima de mí. Distingo una a una las diferentes tonalidades con la que viste el color negro. Ahora reina el silencio en el exterior. Las sensaciones han dejado de amontonarse, me temo que el motín que se avecinaba ha sido pospuesto para la siguiente noche. Ahora avanzan una a una, exponiendo sus necesidades; yo, como buen burócrata (y cobarde) las voy acumulando en la bandeja de los pendientes hasta el siguiente aviso. Las probabilidades que ese siguiente evento ocurra en un periodo menor a veinticuatro horas son muy altas. Yo apostaría en mi contra, ganancia segura.
“Cayeron los bordes / Y el vaso ya está lleno / Y ahora sólo intento vaciar” cambio de postura (impostura) el resultado es semejante. ¿A quién engaño? La edad trae consigo muchas dolencias y deja cicatrices, un cúmulo de conocimientos, y a veces, una sinceridad brutal que no quiere ser escuchada por más calendarios que se lleven a cuestas. Puto insomnio, digo para mí alzando la voz, para el mundo, para mi consciencia y para toda aquella pieza que forma ese rompecabezas, el puzzle, de una personalidad ansiosa y llena de dudas recuerdos y escenarios inexistentes.
“Alexa” emite el sonido de una alarma programada. Inhalo fuertemente cerrando los ojos, hago un conteo hasta el cinco, exhalo. El sol se deja ver los tobillos por debajo de la cortina. Giro la cabeza, veo la silla donde he dejado la ropa que usaré hoy. Respiro nuevamente, pienso en Neil Armstrong, pienso en la escalerilla del “Águila”, me concentro en ese pequeño paso para el hombre – ese hombre- (el salto de la humanidad) y lo único que deseo fervientemente, y solo por hoy, que mi andar, como de Armstrong aquel julio de 1969, sea sobre el mar de la tranquilidad.