Pienso en mí. En ti. Siempre son las diez para volver a casa. La rutina de este año empieza a ser la misma. 2020 no se ha ido, todo lo anterior nos persigue, el cuerpo se sacude y el ruido de la nada nos acompaña cada noche.
Siempre son las diez en la calle, el reloj se echa a andar, y el lenguaje cotidiano hoy se llama confinamiento. Encarar la realidad de este modo para que odiemos la costumbre o vanamente demos brincos en ella. Solo se nombran las cosas, a nadie le pertenecen las palabras, y yo te llamo amor, entonces me brotan tus recuerdos, tu niñez escuchando sonidos de guerra, tus viajes por otras partes del mundo, tu primera palabra supuestamente en árabe, las historias de Cuba y la pobreza que se le entrega como un beso a los hombres.
A primera vista es todo pasado, y la vida que cuelga de un hilo y se rompe. Hay una mentira en aquella vieja historia, uno se abraza siempre a la luz y a las sombras de un cuerpo; tanta piel y sangre a lo lejos, y a pesar del frío y de la lluvia, furtivamente tú a mi lado. Es así como florece la invención del lenguaje, yo observándote, pensado en la infinitud de las palabras.
Después de todo, qué tan cierto puede ser, el pasado y el futuro son dos mismas líneas que coinciden. Ahí estamos todos, la muerte a cada uno nos pone en un lugar. Pero sorprendida e inalcanzable huye para librarse del amor. No es muy bueno decirlo así, cómo narrar la felicidad, cómo esconder lo que muchos buscan, y sin embargo, qué -qué, qué, qué diantres- se hace cuando brotan emociones de las paredes y los lavabos.
Al final, yo me sirvo de palabras extrañas que danzan sobre tu cuerpo, con la arena que cae dibujo círculos imperfectos y lloro sobre ellos. Es la furia de un animal herido la que me protege, y por las tardes te observo dentro de las sombras de una habitación. Tú duermes en ella y los días perviven, no angustian las noches. Al cabo, después de tantos días, cuánta vida de pronto, y he dejado el vano estío, la raída y putrefacta soledad. Y al pensar, otra vez es Barcelona y las calles de Hospitalet de Llobregat. Tanto silencio endurecido, mascarillas. Y da lo mismo, pasa el frío y las palabras.
Diez con diez de la noche. Aúna la belleza, el escándalo de estar metidos en un ancho saco, dos mil y tantos años y nosotros apenas cruzando media vida. Qué mierda, por qué, de dónde salen tantas fuerzas. Ciertamente es melancólica la apariencia de los poetas. De qué me sirve D(d)ios, estos versos prosaicos, nacer del abandono. Ya está bien. Las palabras fallan. No vale nada, propiamente somos hijos de un lenguaje precario y en las calles una sola voz, la mía, que repite de pronto los eventos del día. Diez con diez. Las bibliotecas, los puteríos, las protestas de la gente obrera, la arquitectura, toda la mierda y la belleza de este mundo ¿Cuántos años han pasado por esta ciudad? Pronto será otro día.
Vuelvo a ti amor, son las diez -es muy tarde- ya no estás.
Una respuesta en “Lo que seremos (III)”
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