Hay un pequeño poema olvidado en la superficie de tu cuerpo, aún es difícil observarlo. Pero como ciertos sonidos momentáneos secuestrados por la fe o la esperanza, acontece. Es posible que este ahí -invisible- cansado, atándose, haciéndose cada noche más profundo, más eterno, quizá lleno de nada y de palabras estropeadas que se repiten en los pensamientos de todos los hombres.
En aquel poema tu nombre se repite incansablemente y termina siendo la oración de unos niños por la mañana, y por las noches los amantes copulan con lentitud y tu rostro los mira desde lejos. Les ahueca el ser, los decora, los empuja a convertirse en una boca, un cuerpo, un solo sexo. No existen las mitades, el vuelo de las aves siempre es de a dos, y como una coreografía perfecta tu cuerpo tendido en el silencio de una habitación, y en tanto llega la tarde y brota la luz de las farolas que nos despierta de la oscuridad de vivir en pisos alquilados. Barcelona está así. Cuesta vivir, ser de otra parte.
Todo esto ocurre y el poema todavía no está escrito, y para entonces yo te espero en los adentros de mi ser. Y al atravesar la piel, tu imagen o tu cuerpo baila, y la indolente noche definitivamente se aleja; y mis manos que nacieron del dolor, ahora se desploman tibias de felicidad al rozar la intimidad de tu cuerpo.
Amira, yo a la sombra de tus senos; y un beso apenas en una mañana tranquila y el viento -joder- que me sacude de este insondable y herido sueño.
Una respuesta en “Lo que seremos (II)”
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