Categorías
Historias

Mapa de una ciudad inexistente

Ahí hay un café. Ahí K te dio el último beso que te daría antes de irse. Ahí leíste por primera vez a Cavafis. Ahí escribiste tu primer poema. Ahí esperaste en vano a T durante horas. Ahí pasabas el tiempo cuando no querías volver a casa.

Para Emilio

En la pared hay un mapa de la ciudad. Cubre casi toda la pared. Podría ser un espectacular de Periférico. Lo veo y lo primero que hago es buscar mi casa. Después las de algunas personas que quiero. Sigo con mi día hasta que el hartazgo me levanta de la silla. Empieza el tormento. Busco algunas direcciones y con pintura blanca las cubro. Hay sitios de la ciudad que me gustaría se convirtieran en una mancha blanca.

Quisiera que desparecieran de los mapas y la memoria. Que nunca los pueda volver a pisar. Quisiera que no existieran por un motivo: cuando salgo de mi hogar los evito. Pero eso no es suficiente. Porque aparecen en el mapa como una forma de castigo. Recuerdo a Edgar Allan Poe y su cuervo torturador que le gritaba “NEVERMORE”. A mí el mapa me recuerda que, si un día decidiera reencontrarme con esos sitios, podría hacerlo. 

Sin embargo, no visitarlos es una decisión consciente. Sé que no quiero estar en esos sitios porque la nostalgia me vencería. Dejaría la vida intentando volver al pasado. Y no podría, porque, aunque todas las personas que quise siguieran en esos sitios, no serían las que yo mantengo intactas en las vitrinas del recuerdo. Tampoco quisiera que me vieran tan cambiado, con mas cicatrices y menos tiempo. No quisiera que fueran el vacío de Nietzsche y, de tanto verlos, me vieran también a mí. 

En el prólogo de Mapa dibujado por un espía, Guillermo Cabrera Infante relata la historia del título del libro. Cuenta que, en una visita a la oficina de Alejo Carpentier, vio un cuadro colgado detrás de su escritorio. Era un mapa extraño de La Habana, las calles estaban en sitios donde no deberían estar, el Capitolio estaba varios metros mas al norte. Al preguntar, Carpentier le dijo: “Es un mapa que hizo un espía inglés, desde un barco”. Es decir, imaginó La Habana.  

Es sencillo llegar hasta allá. Digo “hasta allá”, porque el tiempo hace que las distancias se alarguen. Tienes que agarrar Nuevo León desde Eje 3. Ahí hay una gasolinera. Cuando la veas tienes que tomar rumbo al sur y cruzar Insurgentes. Si mal no recuerdo, hay otra gasolinera (como si no sobraran los coches en esta ciudad). Se convierte en División del Norte. Sigues derecho, no hay pierde. Pasas junto a un restaurante que se llama Los fondues. Muy buena comida, por cierto. Sigues derecho, no lo confundas con derecha. Eso es más adelante.

Vas a llegar a una esquina. Por más que intento recordar, no me viene a la mente el nombre de la calle, pero no importa. Ahí hay un Oxxo (o bueno, había, no lo sé), que sé que no es de mucha ayuda, pero hay una marisquería a un lado. De verdad, no hay pierde. Deberías probar los mariscos un día que puedas. Por lo menos en el recuerdo saben muy bien. La cerveza es barata también. En fin, continuas hasta llegar a la esquina de Avenida Colonia del Valle. Por si lo dudabas, ya estás en la colonia Del Valle. Bienvenido.

Cruzas esa avenida en cuanto puedas y continuas derecho unos metros más. A la derecha hay una planta de tratamiento de agua (creo), se llama Mariscal Sucre, que fue presidente de Bolivia. Sepa Dios cómo terminó nombrando la planta de agua. No desesperes. Ya casi llegas, lo prometo. Doblas a la derecha en la calle Amores (si tan solo quien la nombró supiera lo que hizo). Sigues derecho y continúas derecho. A partir de ahora todo es derecho. Recuérdalo.

Poco antes de llegar a Eugenia hay una cerrada grande y de paredes blancas. Ahí vive (o vivía) alguien a quien quise mucho. Me acuerdo todavía del pesar que daba ver la calle vacía cuando volvía a casa por las noches después de verla. No permitas que te coma la nostalgia. Falta camino. Continúa, hay mas recuerdos en la esquina con calle San Borja. Cruza con cuidado, a veces el semáforo no funciona. 

Casi llegas. Ahí está San Borja. Por supuesto está la heladería Santa Clara (cuantos Santos por Amores, ¿no crees?). Ahí llevé a N para comprar helado. Se burló de mí por haber pedido el de fresa; no entendí la gracia, pero me reí. Después caminamos por San Borja, creo que por ahí vive la abuela de F. Creo. Me dio un beso sabor vainilla. No te pierdas recordando. Todavía falta para llegar al sitio y aburres a quien te lee. 

Sigues. En la esquina, antes de llegar a Ángel Urraza, está el edificio donde te atendía la dentista. Ahí te sacaban los dientes. Qué doloroso era. Pero vaya sonrisa que tienes. No seas vanidoso. Cruza. Acá seguro te pasó algo (en todos lados pasa algo), pero no hay letras, corre. Cruza Matías Romero. Allá adelante está la casa de R, aún siento la alegría de aquellas tardes en las que venía a beber cerveza y reír. Recuerdo salir tropezando por el lobby hasta calle Amores (de verdad, un poeta el que nombró la calle).

Avanza un poco. Seguro te pesan los pies. La esquina de Amores con Pilares (la poesía de esta esquina es enternecedora). En esta esquina papá comenzaba a despedirse antes de dejarte en la escuela. No llores aún, faltan unos metros. Cruza Pilares. Ahí está la escuela. Si cierras los ojos, podrías fingir que estás saliendo de la escuela y caminando hacia el parque para encontrarte con tus amigos. Pero si los abres, te darás cuenta de que no. Vaya estafa. 

Venga, estás en la recta final. La esquina de Amores con Tlacoquemécatl. Ahí hay un café. Ahí K te dio el último beso que te daría antes de irse. Ahí leíste por primera vez a Cavafis. Ahí escribiste tu primer poema. Ahí esperaste en vano a T durante horas. Ahí pasabas el tiempo cuando no querías volver a casa.

Y ahora no hay nadie. 

Ojalá esta esquina fuera una mancha blanca. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *