2020 y 2021 fueron años propicios para lectores empedernidos, en parte por los varios estados de alarma en Europa que obligaron a guardar cuarentena. Bajo esa intrincada distopía, que aumentó las denuncias por agresiones machistas en los hogares, se publicó Malasangre, de Michelle Roche Rodríguez, en editorial Anagrama.
Malasangre es una novela de terror, pero no es una novela de terror al uso. Siguiendo el término alemán de Bildungsroman (novela de aprendizaje), narra las vivencias de Diana, una niña de catorce años, hija de una familia acaudalada y de convicciones religiosas muy estrictas en la Venezuela de los años 20. En contraste con estas mismas convicciones, Diana nace con la condición de vampira, heredada de su padre. Vemos en la novela autofobia (el miedo que siente Diana hacia sus propios deseos) y miedo al mundo tiránico e hipócrita de los adultos y su especial interés en menospreciar a las mujeres en tanto que seres humanos deseantes, con intelecto o simple curiosidad y cuestionamiento del status quo. Vemos también la marcada dicotomía entre señora casada y prostituta, así como lo que esconden los dos mundos. Si bien no la categorizo como novela erótica, el sexo y la curiosidad, deseo y miedo hacia este es una constante en la obra.
Autora también del compendio de relatos Gente decente y del ensayo Madre mía que estás en el mito (octubre 2016, editorial Sílex) Michelle Roche Rodríguez, venezolana afincada en España, profundiza en temáticas relacionadas con la violencia machista, las tiranías dictatoriales, el colonialismo, la prostitución, las luchas feministas y el realismo mágico en la literatura.
En tu novela articulas (de manera muy clara y brillante) la opresión patriarcal y la exploración de la sexualidad a través del sino del vampirismo en una mujer. ¿Qué te ha llevado a plasmar esto en la Venezuela de los años 20? ¿Crees que en la actualidad contemporánea este simbolismo hubiera tenido otros matices?
Muchas gracias por tus palabras sobre Malasangre. La novela comenzó con la imagen de una adolescente que se rebelaba contra sus padres, principalmente porque no la dejaban seguir estudiando. Ella tenía sed de conocimientos en la misma medida en la que tenía sed de vida. Pensé, entonces, cuándo, en la historia de Venezuela, una niña podía dejar de ir al colegio sin que a nadie le extrañara. Entonces pensé en la década de los años veinte y apareció, también, la imagen del dictador Juan Vicente Gómez. Su hegemonía duró hasta 1935 y fue uno de los gobiernos más retrógrados de nuestro pasado, pero también uno que definió al país en muchos aspectos, porque en aquella etapa se descubrió petróleo, comenzó nuestra economía rentista y se inauguró la imagen del militar como un «gendarme necesario» para poner orden al país. Ambas variables están presentes en mi país hoy en día. Esta es una novela histórica escrita en clave del presente. Todo el catálogo de indignidades de la dictadura gomecista que aparece allí es fruto de mi investigación sobre ese tiempo, pero seleccioné los episodios que pudieran servir de eco al país aislado, violento y despótico que sufrimos ahora. Por eso, de alguna manera, la actualidad contemporánea se encuentra signada en Malasangre. En clave histórica escribo sobre un pequeño grupo de hombres con poder que están rodeados de enchufados y defendidos por hombres-máquina que buscan ganarse algo parecido al respeto desde la ignominia y la intimidación, son los fiscales o burócratas del fusil y de la tinta que ejercen el poder ubicuo de la tiranía desde la oscuridad. Estos existen en la dictadura de hoy, igual que todavía está presente la sed vampírica por el poder y el dinero, signada en la riqueza del petróleo: la sangre de la economía venezolana y en donde desde hace un siglo fue inoculado el virus de la codicia.
Junto con Ojeda, Swcheblin y Enríquez, con Malasangre juegas con el género del terror. Perteneces a esa nueva generación de autoras que simbolizan en el terror la crueldad, lo bizarro y el patriarcado. En definitiva, como en gran parte del gótico, el trauma y lo siniestro se demuestra en realidad a través de políticas infames y en el ser vivo mismo. ¿Es esta una novela feminista?
En la pregunta hay varios aspectos y voy a intentar referirme a todos, comenzando por el último. Como novela de formación (o bildungsroman) que narra en primera persona la maduración de una niña en femme fatale o vamp, Malasangre solo puede tener un enfoque de género. Aproveché lo vamp que estaba tomando la novela para establecer una metáfora sobre las relaciones de poder, porque de alguna manera me interesaba «voltear» el arquetipo de la novela del dictador que es fundamental en la tradición literaria de América Latina desde El señor presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias hasta La fiesta del chivo (2000) de Mario Vagas Llosa, para contar una dictadura desde el punto de vista de la mujer y el universo de lo familiar en donde su género estuvo relegado la mayor parte del siglo XX. Otro asunto es que soy feminista por la manera como he decidido vivir mi vida y porque estoy a punto de convertirme en doctora en Estudios de género y este trayecto comenzó hace más de diez años, desde mis primeros estudios de postgrado en New York University. Y quizá mucho antes, desde que en mi adolescencia supe que antes de Eva, Adán había tenido una esposa creada del barro, como él. Se llamaba Lilith. La tradición judeocristiana la esconde porque se negó a hacer lo que Adán quería y esa libertad la convirtió en la primera vampiresa de la historia.
Sobre la nueva generación de autoras que combinan en el género de terror lo cruel de nuestro presente, no sé si yo definiría la totalidad de mi obra (que todavía tengo mucho que escribir) desde lo gótico. En todo caso, me interesan mucho los libros que ellas escriben y me honra que se lea Malasangre bajo esa clave. Sin embargo, la escritura de esas autoras influyó poco en mi novela, en donde la base fueron lecturas de la tradición narrativa de mi país y las obras clásicas norteamericanas de los años veinte. Lo que sí me parece importante resaltar es la posibilidad de que el gótico sirva a la narrativa para mostrar lo indigno de la condición contemporánea de la región de donde todas venimos y en donde aún no se superan las relaciones colonialistas ni las diferencias sociales. Parte de la tradición literaria de nuestra región es lo real maravilloso (como lo llamaba Alejo Carpentier) o el realismo mágico (una etiqueta de mi compatriota, Arturo Uslar Pietri) que mostraba nuestras realidades desde un mundo de fantasía que era a la vez real e imaginario. Ha pasado casi medio siglo desde entonces y las nuevas generaciones de escritoras y escritores no podemos seguir mostrando desde la maravilla nuestras realidades. Nuestra pobreza crítica y mental, nuestras dictaduras que nunca se acaban, nuestras demandas sociales perentorias… ¿Cómo hacemos de eso algo «bonito»? Tendríamos que cambiar la definición de belleza. Vivimos en un mundo que aterroriza, y al realismo mágico de nuestros abuelos, mi generación responde con lo real siniestro.
Parece particularmente interesante cómo se establece el matrimonio en los años veinte como una opresión paralela a la prostitución. Esta teoría, por supuesto, se ha mantenido por otras teóricas feministas, pero ¿crees que tiene vigencia hoy?
Afortunadamente, hoy hay muchas maneras de comprender y digamos, «oficializar» las relaciones sentimentales. Sin embargo, el problema de la prostitución sigue vigente en todas partes del mundo, incluso entre los países más avanzados. Un asunto que me parece interesante de los últimos años y en donde quizá la lucha feminista tiene mucho que ver, es que cada vez está más extendida la noción de prostitución como trata de mujeres o, simplemente, como esclavitud. Esto permite ver cómo la sociedad y el status quo perpetúan esta situación. De la misma manera como antes se pensaba que el matrimonio era el destino «natural» para una mujer, la manera como nos hemos referido a la prostitución ha contribuido a culpabilizar a las propias víctimas de la situación que las subyuga. Aprender a ver los problemas de las mujeres como problemas de toda la sociedad es el primer paso para lograr una de las más antiguas aspiraciones de la Ilustración: la igualdad.
¿Como escritora y doctoranda en igualdad de género, cuál sería tu consigna para el #25N, marcado además por un año pandémico y de importantes tensiones en las políticas feministas?
Nos necesitamos a todas vivas y despiertas, todo el tiempo, en todas partes.
Aparte de tu labor como periodista cultural, ¿continúas escribiendo ficción? Si es así, ¿seguirás ahondando en el género del terror, en lo mítico?
Ahora mismo estoy terminando un libro de cuentos y ya he comenzado con la estructura de la que será mi próxima novela. En los cuentos hay algunos que juegan con lo mítico, sí, pero la novela todavía no manifiesta nada que pueda considerarse estrictamente gótico. Lo que está planteado allí, por ahora, es el retrato de otra dictadura del pasado venezolano, la de Marcos Pérez Jiménez, un dictador que se autoproclamaba «desarrollista» y que gobernó Venezuela entre 1950 y 1958, en plena época de la Guerra Fría.