Foto: Diana Lerendidi.

Mil ochocientos veinticinco días

Nos conocimos en múltiples 
             dimensiones espejo
La última vez
fue en un búnker;
un refugio alucinante, 
oscuro y sofocante
que palpitaba en el centro 
de la Ciudad de México

Cruzamos miradas 
entre luces, sombras 
y rayos láser fluorescentes 
que amplificaron
el espectro de nuestra onda
                          Aquello fue 
electromagnetismo
a la céntupla vista 

             Flotábamos 
como dos partículas 
salvajes y libres
explorando
              otros cielos

Yo estaba a punto
de alzar mi vuelo muy lejos,
pero la vida
me puso frente a ti
tejiendo su último intento,
en este universo,
para conocernos

Aún así, 
elegí el camino
que ‘no’ te incluía

Tú la ciudad y su caos,
yo la playa y  su calma
                     Nosotros,
un par    de almohadas 
soportando la distancia

La desnudez
ya se anidaba 
entre nuestras sábanas, 
esa que nace
en las conversaciones 
de madrugada 

Ansiábamos leernos la piel, 
medirnos a besos el tiempo
que tanto esperamos vernos

Cada hipotética caricia
pronunciada  o  escrita
habitaba nuestro futuro
                  (im)perfecto

Meses después, 
mi vuelo aterrizó
justo entre tus dedos
y ¡por fin!,
nuestras almas
se reconocieron

Ocurrió de nuevo
el fenómeno de nuestro amor,
un entrelazamiento álmico,
              cuántico y místico 

Cumplimos
mil ochocientos veinticinco días,
desafiando el tiempo
como lo conocemos,
revolucionando las leyes
y teorías de este 
           pequeño universo

No existe distancia,
tiempo ni silencio
que impida que 
tú y yo bailemos

Amor, gracias por cada
viaje etéreo
en esta dimensión
en la que nos amamos,
reconocemos y trascendemos

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