Foto: Juan Pablo Martínez-Cajiga.

Punto (y final)

Porque la vida es así, a veces se combina para alumbrar momentos como ése. Instantes después de los cuales nada vuelve a ser como era. Porque no puede. Porque todo ha cambiado demasiado. Porque por la piel y por los ojos nos ha entrado algo de lo cual nunca vamos a lograr desprendernos.

Me van a tener que disculpar; Eduardo Sacheri.

Detrás de ese párrafo, sentado, pensaba sobre el próximo futuro. No en el siguiente año, ni siquiera la semana que se aproxima, su mente le llevara algún sitio inexplorado dentro de las horas (minutos) que estaban por transcurrir. Llegar ahí había sido solo un principio.

La decisión arribó tal y como se le esperaba, tomando la forma del silencio. Solo entonces encontró el valor de escarbar dentro de sí una por una las letras que formarían las palabras, que construirían las frases, que enseñarían que, aquello que escribió Borges sobre la esperanza, sólo fue un oasis inexistente en lo que llamó futuro. 

O simplemente se sintió cansado y ahora -justo ahora- se halla recargado sobre la última letra escrita, ligeramente encorvado, camisa arremangada, el blazer color café colgado sobre el hombro izquierdo, polvo cubriendo la punta de los bostonianos, con la mirada fija en algún punto de la nada y el infinito, dando a entender el esfuerzo que le había llevado a este lugar, un paraje inhabitable alejado del último recuerdo o el que creía era más reciente. No volverán a crecer más de ellos, no cerca de él. No alrededor de su vida, o de las vidas que cruzaron para encontrarse. 

Llevar a su lugar -cargar sería más exacto- cada una de las letras que necesitó lo había dejado drenado. No sólo tomó cada una de ellas para dejarlas ensambladas y alineadas, llevó consigo frases previamente procesadas por el sistema límbico que iba soltando (liberando), conforme acomodaba cada una de las piezas; esas que solo hacen sentido cuando le damos forma de lo que conocemos como palabras.

Después de un respiro o a través de éste, logró incorporarse, por última vez o quizá para siempre. Se deshizo del blazer, sacudió los zapatos y fijó, nuevamente, las mangas a unos centímetros de los codos. Caminó de regreso al sitio donde inicio el viaje, para poder mirar (leer) desde ahí lo que había construido (escrito). El fondo de la estructura a pesar de ser claro a simple vista lo veía con ojos luctuosos, o no, quizá invadido por una sensación incomprendida de momento (o de momentos) que le nublaba el sonido que emitía la razón.

Sentía ya los brazos adormecidos del esfuerzo físico y emocional, fue entonces – y solo entonces- que transformó un último cúmulo de recuerdos bien guardados, abrazos, sonrisas, lagrimas, llamadas, conversaciones, cartas, postales, lecturas nocturnas, aromas, mapas y kilómetros recorridos en el deseo, en una esfera de tamaño regular; la cual pintó de color negro para que más nunca, ni él ni nadie, pudiera ver lo que yacía en su interior. Al rodarla a su destino, se abotonó el corazón para darle a la esfera un último empujón. Exhaló entonces con una tranquilidad desconocida. El punto final estaba finalmente en su sitio.

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