Las luces de Elisa Carrillo

El ballet es, antes que todo, acto atlético. 
Luego, estético, erótico y poético. 
La bailarina Elisa Carrillo es -llena de sí- arte que se mueve. 
Silbido del tiempo, como dice un verso de Pushkin. 
También una atleta de alto rendimiento.

Desde la Grecia homérica, la danza y el atletismo tuvieron romances. Apolo, consentido en el Valle Sagrado de Olympia, y dador de la belleza de los Juegos, asistía -con sus musas- a observar cómo los mortales buscaban la heroicidad. Una de aquellas musas era, la que deleita en la danza. Otros contadores la llamaron la madre de las sirenas.

Hay algo de agua en la danza: la ligereza, como en la gimnasia y en los clavados, de orígenes cretenses. No es casual, pues, que Elisa Carrillo (Texcoco, 1981) sea una sirena milenaria en el escenario. Y menos, aún, que provenga de un país, México, en el que la danza es multicolor y multifacética. Texcoco es el lugar en el que se retiene a la gente. Y sí. Pero no: porque retener no significa, necesariamente, no dejar ir. También puede ser lo que se contiene en la aventura; lo que se lleva portado en la ida del lugar. Sólo se retiene lo que se tiene.  

Elisa es, antes que todo, una sirena del Atlántico, al que cruza de ida y vuelta cuando le da la gana: retener es tenerse dos veces, aquí y allá.

A los 16 años, la niña que sufrió con el fomento de las puntas de los pies, las abdominales y las dorsales, migró a Inglaterra. Y, luego, se consagró en Alemania, la romántica Alemania que recuperó a los dioses y héroes griegos. Consagrada como embajadora de la cultura mexicana, Carrillo volvió a la Suave Patria para crear Danzatlán, el festejo más importante del ballet en este país y que se llevará a cabo este año entre el 11 y el 18 de julio, en Toluca, Texcoco y Puebla. 

Esa es la razón de esta charla, en la que se mueve todo -curiosamente- menos la danza, esa forma culta del deporte en la que conviven la música y la tragedia, otras delicias griegas. El campo artesanal del ballet -como en la gimnasia y en los clavados- es el cuerpo: “ese que se va formando con los años”, como dice Elisa. “El ejercicio lo cambia; lo modela”. Hay una sutil diferencia entre los atletas olímpicos y los intérpretes del escenario teatral: “Todo en el ballet es alargado, se acopla al vuelo”.

En la piscina y en el gimnasio, el músculo se da notar. En la danza es pincel; agente secreto. Sin embargo, danza y deporte comparten una dualidad: belleza y función, como propuso Alfred Loos sobre la arquitectura. Si el diseño es incómodo, no es útil.

“Todo está basado -agrega Elisa Carrillo- en el acondicionamiento; en lo físico. El trabajo que se empeña en el cuerpo; en la cintura, en los brazos, en la espalda y en las piernas”. Si hay arte en estas expresiones corporales -aunque parezca minúsculo- se debe a las falanges, superiores e inferiores; la estética se esconde en los pequeños detalles: quizá los más difíciles de domesticar. Manos y pies, como en la pintura, determinan la calidad del óleo sobre aire o agua. “Allí se nota el trabajo y el esfuerzo”, dice Elisa.

Además de los entrenamientos propios del oficio, Elisa sale a correr en las bellas calles de Charlottenburg, uno de los barrios más bellos de Berlín, en donde es primera bailarina del Staatsballet. “También nado y hago una forma particular de pilates. No he dejado de realizar dorsales”.

Labriega el músculo, pero debe cuidar el papel que presentará en la próxima función. Por ejemplo, en Giselle (que acaba de escenificar en México): la ninfa -entendida como sirena que se venga de la traición de los hombres- fue delicada y firme, como el tulipán. En Romeo y Julieta, la apariencia fue otra: entera y apasionada, como las noches de Verona. Ahora que viene a Danzatlán el papel es otro; otro el entrenamiento. Cada cual sabe de la tarea que debe desempeñar; y cual es el ejercicio físico que le ayuda a cumplir con la faena o la morada.  

Hoy -cuenta Elisa- existen nuevas técnicas y nuevos aparatos de entrenamiento, pero cuando ella empezó a ganarse el respeto y los aplausos de Europa los métodos eran distintos. Lo que Carrillo llama “extra” dependía más de la voluntad de cada bailarina que de la maquinaria de la ciencia. “En mis actuales rutinas de entrenamiento, los ejercicios de cardio son fundamentales, tanto como los de alargamiento”. Pero lo que le fascina, lo que le gusta, de verdad, es la puesta en escena de Pushkin, al que disfruta en cada repetición: “Allí estoy llena de mí”, dice enfática.

Hasta aquí, el cuerpo obedece a la orden de la mente. 

Tarea física.
Pero, ¿qué hay en el entrenamiento de la mente?

“No hago meditación, si a eso se refiere”.

Tampoco se refugia en la filosofía, a pesar de vivir en el país de los grandes filósofos. Algo hay de kantiano en su respuesta, pese a todo: “Creo, sobre todo, en que uno debe asombrarse de sí mismo: salir al escenario con esperas de sorpresa; algo nuevo sucederá. Esos son los pequeños detalles de la actuación. Uno debe llenarse en el escenario. Y debe preguntarse: ¿Por qué estoy aquí? Y, luego: ¿por qué hago lo que estoy haciendo? En el cuerpo no todo está escrito; siempre todo está por escribirse”.

—¿Cree en una fuerza divina?   

—Sí, creo en la energía. Creo en Dios (citó a la Virgen de Guadalupe, de paso). Hay poderes maravillosos. Todo lo que uno es, se nota en el escenario. Ciertamente, hago ejercicios de respiración que me ayudan mucho. Mi familia es una forma de fe. Tuve unos padres maravillosos y eso me llena de felicidad.

Reafirma, sin darse cuenta -o dando mucha cuenta- su vocación guadalupana; la herencia, la tradición, el Tepeyac es un lugar. Lo que se retiene.

—¿Qué le fascina de la vida, además del ballet?

—Tomar un café por la mañana y analizar las cosas.

En esa parte de Berlín abundan los pequeños cafés. También los árboles y la melancolía. Invitaciones a la pluma escrita.

—¿Qué hacía Elisa para soportar la soledad en la tierra de los anglos?

—Llenarme de mí. Encontré fuerza y energía. Batallé para descubrir quien soy y qué hago aquí. Me costó mucho trabajo, pero aprendí a ser feliz; llorando, caminando, leyendo, escribiendo. Y escuchando mi música. Me ayudó mucho leer a Gabriel García Márquez. Cuando me sentía en verdad desolada, entrenaba”.

Carillo llevaba un diario, del cual valdría la pena leer una copia. Toda soledad es celosa; tal vez un día lo haga público. Sería de gran ayuda para cientos de artistas mexicanos que hacen el viaje a la vieja Europa sin otras ganas que hacerse adultos. Elisa aprendió las duras reglas de la independencia con un poco de inglés sobre la lengua. Hoy la desolación tiene otra cara. Las redes sociales comunican en tiempo real. En aquellos medianos 90, la futura embajadora de la cultura mexicana debía salir a una cabina para comunicarse con sus padres durante unos minutos a cambio de algunas libras esterlinas.

Elisa vuelve al comienzo, como el Ulises de Homero, el cuerpo se va formando con los años. “Todo es cuestión de estiramiento”.

Y es enfática, como todo artista: 
“En la soledad aprendí a ser feliz”.
Pushkin dijo sobre Ovidio:
“Recordé tu marcado vivir por la inspiración”.
Danzatlán es lo que se retiene para volver. 
El atletismo de la memoria. 
La corona de Terpsícore es la guirnalda…

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