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Misión: casquetes polares

Candy estaba en su mesa de la oficina del departamento del Ministerio de Cultura. A la espera de un traslado a un sitio más “divertido”, realizaba sus funciones dentro del departamento de Arqueología. Se encargaba de tener al día un registro de las conferencias que impartían los expertos en excavaciones internacionales que salen fuera de España y se les apoya económicamente para poder hacer sus giras. Era el puesto que le había prometido el WBCI por haber realizado la peligrosa misión de extorsionar al Presidente de la República de Tuncán para que hiciera pozos de agua en todo el país para su pueblo. El trabajo le aburría, pero estaba bien pagado y, por lo menos, era fijo. Siempre decía que no había término medio, los arqueólogos o eran una personas sensibles y encantadoras o eran unos completos cretinos egocentristas sin talento. Por lo general, siempre comentaba, “cuanto menos talento más exceso de ego”. Llegando la hora de parar para comerse el sándwich que traía de casa, llegó un hombre y se sentó delante de ella con tanto descaro que se quedó aturdida por las confianzas que mostraba y que no habían sido otorgadas en ningún momento. “Necesito hablar con usted urgentemente”, dijo casi a grito pelado para que lo escuchara todo el mundo. La voz y sus facciones le resultaban familiares, como si lo conociera de antes, pero de conocerlo lo recordaría seguro. No es una persona visualmente fácil de olvidar. Su vestimenta hortera con un sombrero de explorador, un chaleco con más de cien bolsillos cinco tallas mayores que la que tendría que llevar y unas gafas de cristal redondo lo hacían inolvidable.

Candy, guardando el sándwich en el cajón, contesto: “usted me dirá”. Él, a gritos, comentó que iba a realizar una conferencia sobre “la función de los hijos de los jefes en las decisiones sociales de la cultura azteca” y necesitaba apoyo del estado para poder llevarla a varios países. Candy, con su talante relajado sacó una serie de documentos y le empezó a explicar cuáles tenía que rellenar y la forma de hacerlo. Él aprovecho a mirarla mientras bajaba las gafas y le pidió, casi susurrando, que le diera los papeles a solas. Esto le dio un vuelco el corazón, ahora sí conoció la voz perfectamente y al levantar la mirada para ver al hombre comprobó que era su contacto en el World Bank of Confidential Infomation. Esta organización secreta es un banco de información confidencial con la que se consigue extorsionar a algunos gobiernos para que no se dediquen a realizar actos criminales amparados por unas leyes que ellos mismos dictan y, por otro lado, velan por la seguridad del planeta sin que el mundo se entere de que existen. A Candy le empezó a latir el corazón con fuerza, presa del miedo y la ilusión. Por un lado, que esa persona estuviera allí significaba problemas, pero reconocía que había soñado con volver a verle porque en el anterior trabajo que habían hecho juntos, había caído prendada de él. ¿Qué razón le había vuelto a regresar a verla así, de repente? Lo sacó como pudo y se encerraron en el baño de mujeres. Tras los perceptivos saludos, le confirmó su sospecha: estaba allí porque la necesitaban en otra misión. Ella dijo que no y él contraatacó con que esta vez no habría riesgo ni armas. Eso la tranquilizó bastante y le picó suficientemente la curiosidad como para querer saber de qué se trataba. Él la invitó a salir de la oficina y ella se dispuso a avisar a sus jefes de que se ausentaba, pero ante el gesto del hombre se dio cuenta de que no hacía falta, el WBCI ya lo tenía controlado por anticipado.

Fueron a una habitación de hotel. En las paredes había algunos mapas y en la más grande de ellas una imagen se proyectaba. Era la portada de un libro de título “Los 8 puntos de equilibrio”. “De qué va?”, pregunto ella, a lo que él respondió que lo que iba a oír le parecería una locura, pero estaba todo comprobado y tendría que creer en todo lo que en ese momento escucharía. Asintió con la cabeza con gesto de haberle entrado el miedo de golpe. El hombre, ya vestido de negro como era lo habitual, comenzó el relato de la historia de ese misterioso libro.

“El hombre lleva habitando en la tierra demasiado poco tiempo comparado con el periodo contado desde el origen del universo. La vida, aquí, fue traída de un planeta situado en una galaxia cercana llamado Durdur. Los durdanos, se ocuparon de dejar una expedición de colonos para cuidar de que la vida en nuestro mundo transcurriera sin incidentes, pero no están contentos. Nos estamos cargando el ecosis-tema y llevan tiempo avisándonos.”
“¿Pero, habéis hablado con ellos?”, pregunto Candy incrédula.

El hombre prosiguió su relato. “Sí, hemos estado casi toda la vida en contacto con ellos. Ese es el problema. Ahora no quieren contactarnos y lo último que han enviado, a través de los interlocutores, es un ultimátum: “O salvamos la tierra o ellos mismos la destruirán y volverán a sus casas”. La cosa no pintaba bien. A ella le inquietó saber cómo se ponían en contacto con ellos. Él le contó que desde el 1.996 no había habido contactos. El último grupo de interlocutores del WBCI había sido secuestrado y no habían sabido nada de ellos desde entonces, sólo el mensaje que transmitieron antes de desaparecer y que es el que ya le había dicho antes. Tenían que salvar la tierra y para ello, nos reunimos con los líderes mundiales para contarles el caso. De ahí salieron los compromisos del Protocolo de Kioto que, aunque fue redactado en 1997, no se hizo efectivo hasta marzo del 2.005. Tras una negativa a formar parte de nada, Candy se despidió porque tenía que ir a buscar a su hijo Ricardo al colegio, aunque ya sabía que le responderían que eso estaba solucionado y que había salido una doble suya para ir a recogerlo y llevarlo a comer a casa. Así fue, tal cual. Confiaba en su doble, ya la había conocido en la misión de los pozos de agua y el parecido era realmente asombroso y era muy cariñosa con el niño. Se relajó y preguntó: “¿Cómo te llamas? Nunca me lo has dicho”. Él le prometió que cuando acabaran esa misión, no sólo le diría el nombre si no que la invitaría, además, a pasar unas largas vacaciones en un punto del planeta en que los sueños se cumplen. Ella interpretó una declaración, pero quedó confusa. La otra vez aceptó entrar en la misión porque no tenía elección, pero ahora era diferente. Ahora tenía trabajo, bien remunerado y toda su vida en perfecto equilibrio. Solo le faltaba una pareja adecuada para ser completamente feliz.

“No puedo arriesgar y dejar a Ricardo solo”, argumentó. Estaba claro que ahora sería poner en peligro un status cómodo y no estaba dispuesta. El hombre la dejó hablar y desahogarse antes de argumentarle. “Es de salvar a Ricardo y al resto de la humanidad de lo que te estoy hablando”, le informó tensando la situación. Pulsó en el proyector de diapositivas y empezó a enseñarle hojas del libro.
“El equipo del WBCI que desapareció en 1.996 apareció hace dos semas de la nada. Lograron escapar de sus captores y esto es lo único que pudieron rescatar: un libro que estamos empezando a interpretar y del que nos gustaría que nos dieras tu opinión. Es imprescindible que logremos averiguar cómo poder ser nosotros los que contacten con ellos y no al revés como había sido siempre”, le contó.

Ella volvió a negar la colaboración y le pidió que no le contara más datos, pero él cambió la ristra de diapositivas y puso otra más escalofriante con muchas fotos de un terreno devastado por un terremoto al que siguió un tsunami. Le contó que los durdanos provocaron el terremoto del 28 de marzo de 2005 en Indonesia como prueba de que podrían destruir el planeta cuando quisieran. Con la cabeza agachada y entre las manos, Candy siguió escuchando el relato. Viendo que el protocolo de Kioto no cumplía sus expectativas lanzaron esa catástrofe con la advertencia de que en 20 años volverían a repetirlo, pero a una escala infinitamente mayor. Para ello sólo quedaban 8 años y no se había conseguido nada de lo que pedían. Ella le interrogó, abatida, por las pretensiones y le fueron detalladas. Tendrían que detener el derretimiento de los casquetes polares y para cumplirlo, deberían controlar el calentamiento global del planeta. Una vez contenido el deshielo de los polos, ellos suministrarían a los humanos un producto que regeneraría de nuevo el casquete polar. Pero para que ese producto funcionase, no podría haber disolución de la capa helada. Esas eran las condiciones y la primera no la estaban cumpliendo con lo que, el fin y la devastación se acercaban. “Piensa en Ricardo”, le dijo con ánimo de convencerla.

“¿Qué hay que hacer?”, dijo Candy hundida. Tendrían que localizar la forma de llegar hasta los durdanos, pero no sabían cómo. Intuían que no estaban en la superficie terrestre porque el testimonio del equipo de intermediación fugado decía que en ningún momento vieron el cielo así es que posiblemente estuvieran sumergidos en el mar o bajo tierra. Las claves estaban en ese libro que habían logrado robar. La chica pidió trabajar en el hotel, pero dormir todos los días en casa con su hijo. No hubo objeción, ya que ella tenía práctica de turnarse con su doble y de ponerse de acuerdo en la ropa que vestirían todos los días para ir iguales y que Ricardo no notara nada.

El libro describía ocho puntos en el planeta. Estaban identificados, pero no sabían que significan. Lo curioso es que los ocho estaban en la línea del ecuador y circundaban la tierra. Al final del libro había una leyenda que decía:

LA PUERTA DE FUEGO TIENE UNA LLAVE DE AGUA.
LA LLAVE ES LA SOLUCIÓN DE LA SUMA OCHO SOLUCIONES.
NO SE ENTRARÁ SIN GIRAR A DERECHA Y A IZQUIERDA LAS VECES QUE HAGA FALTA

Esto es lo que tendría que descifrar. Que significaba eso, cómo encontrar a llave que abría la puerta y, lo que era una incógnita mayor: ¿Dónde estaba la puerta? Decidieron dejarlo ahí. Candy se iría a casa a hacer el relevo a su doble y darse una ducha para pensar todo lo que se le venía encima. “Bueno, ahora sólo quieren asesoramiento y no me juego la vida. ¿Qué puedo perder?”, pensó. Fue a casa para descansar y estar al día siguiente bien despejada porque habría que pensar mucho y evaluar muchas premisas para dar con la solución al problema. Después de acostar a Ricardo se metió en la cama a dar vueltas a la cabeza a la frase final del libro. Intentaría encontrar las llaves de ese submundo de los durdanos. No sabía cómo, pero tenía que intentarlo. Al día siguiente se personó en el hotel y le dieron la llave de la habitación sin problemas. Ella sabe que el WBCI lo controla todo. Seguro que había varias personas trabajando en este caso, pero ella solo veía a una. Entró en la estancia y estaba todo como lo habían dejado el día anterior. Encendió el proyector de diapositivas, quitó las del terremoto en Borneo y colocó las del libro robado. Se dispuso a ver esos ocho puntos estratégicamente elegidos que le habían contado. Todos estaban en la línea del ecuador lo cual le resultaba bastante curioso. Encendió el ordenador para ir averiguando información de esos sitios. Abrió Google Earth para tener el mapa a mano y el navegador por la red para hacer las búsquedas oportunas. Empezó con el primero. Las primeras coordenadas la situaron en una localidad ecuatoriana llamada Coaque situada en la costa del Pacífico. Abrió la Wikipedia a ver que podía averiguar. Poco. La cultura Jama Coaque desapareció en 1.531. Estaba gobernada por líderes religiosos y realizaban cultos y ritos con bailes. “Como casi todas esas comunidades”, pensó. Sonrió al ver que habían sido descubiertos por el navegante español Bartolomé Ruiz en 1.526. Cuantas civilizaciones habrán desaparecido cuando los españoles llegaron a sus tierras. “Cinco años duraron estos pobres”, se dijo a sí misma. Pasó a la segunda coordenada. Ahora estaba encima de una isla brasileña llamada Marajó en el océano Atlántico. “Vaya, otra ciudad costera”, insinuó. De la misma manera puso el nombre en el buscador para ver que averiguaba. Situada en un esturión del Amazonas, es la isla continental más grande del mundo y poseía una civilización precolombina: los marayas. Pensó que a estos también los exterminarían los españoles. pero no era así, ahora le tocaba el turno a los portugueses que también hicieron de las suyas en la zona. Leyó que Duarte Pacheco Pereira, navegante a las órdenes del rey Manuel I de Portugal exploró la costa de Brasil llegando a la desembocadura del Amazonas en una misión que se considera secreta. “Qué raro”, pensó que era extraño que fuera una misión secreta en esa época. ¿Qué tendrían que ocultar?

Se tomó un rato de descanso para pensar y prosiguió con la tercera coordenada que nos traslada a la costa atlántica africana, concretamente a la localidad de Kobekobe en Gabón. Ciudad fundada en 1843 para servir de puerto de intercambio de esclavos. Nada más ponía el buscador. Se saltó rápido a la siguiente en la costa índica de África. La coordenada la situó en la Isla Koyama que pertenece a la actual Etiopía. Sus indagaciones le trajeron que estaban habitadas por tribus bajunis y que fueron descubiertas por el explorador Haywood en 1.913 haciendo referencia a los monumentos que datan de culturas ancestrales. Empezó a darse cuenta de una cosa, uniendo todas las ciudades creaban un cordón de localidades situadas en tierra, pero pegadas a la costa. Eso no era casualidad. No sabía porque, pero era algo a tener en cuenta. Se preguntó de paso, que haría desaparecer a esas culturas para que cuando las descubrieran solo quedaran sus vestigios. Ya llevaba la mitad de las coordenadas y algo iba sacando en claro, pero no sabía cómo interpretarlo. Siguió avanzando por mar hasta llegar a las islas Maldivas, en mitad del océano Índico. Las coordenadas hacían referencia a la isla deshabitada Faremaathodaa perteneciente a un atolón. Qué raro le resultó que esta era el primero de los puntos en el que se supone que no ha vivido nadie. Empezó a suponer que estos ocho puntos eran puestos de vigilancia de que todo iba bien en el planeta y este último, quizás, fuera un puesto de guardia de todo el océano Índico. La siguiente, como bien supuso, estaba en la costa de Sumatra. La localidad de Padang era conocida en la antigüedad como la “Isla de Oro” por el gran comercio de este metal que poseía. En 1509 llegan a la isla los portugueses al mando de Figueira donde fundan varias colonias que, dos años después, fueron destruidas por los sultanes de Achim y Padang. Se le escapó una carcajada al pensar que estos fueron más listos o más fuertes que los americanos. Montaron colonias en terreno de los indígenas y ellos se las arrasaron, así, sin más. El siguiente punto no estaba lejos. Pontianak es una ciudad costera de la isla de Borneo. Wikipedia informaba que fue fundada en 1771 sobre las ruinas de Durdaruda. Aquí se detuvo. Era la primera referencia a los durdanos que leía. Quizás wiki no sabía que significaba, pero ella, ahora, sí que lo sabía. Se preguntó cuánta gente sabría de la existencia de estos seres y que aspecto tendrían. Si convivieron con los humanos, supuso que tendrían la misma apariencia, pero dejó esa pregunta para cuando viniera su “jefe”. Juan Sebastián Elcano descubrió la isla de Borneo en 1521 tras la muerte de Magallanes en Filipinas en su viaje de vuelta al mundo. Una cosa le despejó y es que se dio cuenta de la gran cantidad de expediciones marinas que partieron de puertos españoles y portugueses en el primer cuarto del siglo XVI. No le pareció casualidad, sino por derivación del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, que todos empezaron a querer colonizar las nuevas tierras, Justo en ese momento tocaron en la puerta lo que la sobresaltó y la sacó de sus averiguaciones reflexivas. “vaya, empezaste pronto”, comentó el hombre antes, incluso, de saludar. Le comentó que tenía muchas ganas de ver cuáles eran esos puntos que marcaba el libro y que por eso vino temprano, a lo que él le respondió que ellos ya habían investigado todos esos lugares. De hecho, habían ido físicamente a esos puntos y nada que destacar. Lo único que se les había ocurrido es tomar muestras de los sitios y tenerlas guardadas por si hicieran falta. En el único sitio donde encontraron alguna referencia de los durdanos había sido en Etiopia donde, en un tiempo, encontraron una pared llena de dibujos de figuras humanas realizando algún tipo de rito o baile. Le extendió una foto del mismo a la chica para que la pudiera analizar. Eran como hombres en distintas posiciones y ella confirmó que quizás tuvieran razón y fuera algún tipo de rito. El último de los puntos se lo explicó el hombre. Era una isla desértica en el norte de Indonesia llamada Waigeo de poco más de tres kilómetros cuadrados de superficie. Analizando los ocho puntos, dedujeron que los durdanos se movían por el mar ya que todas las coordenadas eran sitios de tierra pegadas a la costa con lo cual, el medio para legar a ellas era por mar. Ella aportó que en alguno de esos puntos podrían tener bases habitadas como demuestra Coaque, Isla Marajó o Koyama y otras solo servían para tener controles de vigilancia con gente a la que relevaban cada cierto tiempo y servían de controles de avituallamiento, como podrían ser las Islas Maldivas e Isla Waigeo. Aceptó la teoría el hombre ya que, ellos, habían llegado a las mismas conclusiones. Investigaron por esa vía y eso no les había conducido a ninguna conclusión válida. Quizás alguna de ella fuera la puerta y decidieron volver a visitar cada uno de los lugares buscando vestigios de que hubiera alguna puerta hacia algún lado, le comentó el hombre, pero no encontraron nada. Solo tenían ocho puntos y no sabían qué hacer con ellos.

“¿Desde cuándo están los durdanos con nosotros?”, preguntó la chica. “Desde siempre”, le contestó. Esos seres llevaban aquí desde antes de que existiera el hombre. Se dice que fueron ellos los que trajeron la vida a este planeta y están para, simplemente, vigilar y no pueden influir en nuestra propia evolución. No nos podrían dar su tecnología ni sus sabidurías, tendremos que llegar nosotros, por nuestros propios medios. Es lo mejor para nuestra propia supervivencia. Ella, temerosa, le lanzó una teoría. Dijo que en el siglo XVI algunos de estos puntos seguramente fueron atacados por embarcaciones españolas o portuguesas. Pensó que los durdanos vivían en la superficie terrestre hasta que la tecnología de la humanidad ya los hizo visibles. Habían vivido siempre en lugares recónditos, pero ya había que cambiar la forma de vida en tanto en cuanto, el hombre ya podía llegar a cualquier sitio del planeta y por eso, decidieron desaparecer hasta donde no se sabe que se escondieran. Ante esta deducción, el hombre aplaudió lentamente. “Bravo”, dijo, Has dado en el clavo, aunque todas esas averiguaciones ya las habían hecho ellos, es más, fueron los propios durdanos los que les comentaron que la expedición de Cristóbal Colón estuvo motivada por una obcecación de la Reina Isabel I de Castilla de descubrir los lugares donde formaron colonias al igual que la vuelta al mundo de Magallanes. Les contaron que en los principios del siglo XVI se enfrentaron los buques españoles y los portugueses por ser los primeros en someter a los seres superiores con el fin de apropiarse de su tecnología. Todos los descubrimientos navales posteriores fueron una casualidad derivada de la búsqueda de la civilización extraterrestre. Por eso, ahora vivían escondidos y había que buscar dónde. Esa era la misión de Candy. Tenía que encontrar la puerta. Ella preguntó que, si no habían investigado otros sitios en busca de que quizás, la puerta, no sea ninguna de esas ocho. Le respondió negativamente. Ella le contó que le parecía extraño que tuvieran puntos de vigilancia en cada parte del planeta, pero que en todo el océano Pacífico no tuvieran un punto de avituallamiento. Quizás pudiera ser que no les hiciera falta porque la puerta está ahí. “La puerta de fuego tiene una llave de agua” rezaba la inscripción del libro. “Podría ser un volcán submarino”, dijo la chica. “No tiene sentido que la llave fuera de agua si ya está bajo el agua”, contestó. Pusieron en el buscador que listara los volcanes en el océano Pacífico que estuvieran en la línea del ecuador. Les salió uno casi pegado a América. Les decepcionó, esperaban encontrar uno más a medio camino entre América y Asia. Se decidieron a investigarlo. Era el volcán Wolf en la Isla Isabella de las Islas Galápagos. En mayo del 2.015 inició un proceso eruptivo. “Qué casualidad, en las mismas fechas que el terremoto y el tsunami de Sumatra”, alegó el hombre inquieto. Isla Isabella recibe el nombre por la Reina Isabel I de Castilla lo que les pareció otra casualidad ya que era ella la que estaba intentando buscar a los durdanos y financiando las expediciones que rastreaban la faz de la tierra. “Claro, empiezo a encajar piezas”, gritó el hombre empezando a marcar un teléfono. Mientras le cogían la llamada comentó que siempre se había comentado que Darwin había estado en contacto con ellos y por eso todas sus investigaciones las realizó en las Islas Galápagos, y ahora está claro que, quizás, esos viajes científicos fueran la excusa para visitar a sus amigos extraterrenales.

Cuando descolgaron, empezó a hablar con un interlocutor al otro lado del teléfono y a darle órdenes. Necesitaba, desde el satélite del WBCI escanearan esa isla y el volcán. En menos de cinco minutos tuvo una respuesta que le levantó el ánimo visiblemente: ese volcán tiene unos niveles de radiación inusuales y fuera de todo equilibrio con respecto a la zona. “Candy, creo que lo tenemos”, le dijo mientras la abrazaba. El abrazo duró 20 segundos. Él los contó mentalmente porque por la noche, una amiga, le había dicho que a partir de ese tiempo el abrazo se siente más profundo. Él estaba empezando a admitir que la admiraba desde que estuvieron juntos en la crisis de los pozos de agua. El abrazo se rompió con un contundente “tenemos que ir allí” que no le gustó a la chica. Pasaron un rato discutiendo. Ella le recordó que sólo tenía que asesorar, que no habría peligros ni traslados ni nada por el estilo. Pero la investigación había dado un vuelco y había que renegociar. Tras un buen rato de volver a invocar a que la vida en el planeta estaba el peligro y entre ellas las del pequeño Ricardo, ella accedió a visitar la isla y ver si encontraban la puerta. Poco tardó el personal del WBCI en tener listo el viaje. Ella pensó, o son muy buenos y tiene muchos medios o esto ya lo tenían preparado de antes. Pero ya no quedaba tiempo de echarse atrás. Irían a buscar la forma de entrar a la guarida de los durdanos. En menos de media hora, ya estaba montada en un helicóptero de última generación rumbo al Pacífico chileno. Por el camino, una mujer con casco puesto le fue informando que habían metido allí todo el material extraído de los ocho puntos que marcaba el libro: muestras de rocas, algunos utensilios, muestra de agua y la piedra donde estaban dibujados el rito de baile de la Isla de Koyama. Pensó que no sabía cómo iba a empezar a buscar una llave con esos elementos. Era de locos la misión. Llegaron en poco tiempo. ¿A qué velocidad habrían volado?, le pareció que no habían tardado nada en llegar por lo que la velocidad era tal que seguramente no estaba disponible para vuelos comerciales.

Llegaron, desembarcaron y se posicionaron en lo más alto posible del cráter del volcán. Empezaron a hacer conjeturas. La chica se quitó el casco y se abrazó a Candy porque se habían echado de menos. Verónica, la copiloto, era la ingeniera que la había ayudado a descifrar los códigos de acceso a la seguridad de la casa del presidente de Tuncán y con la que había visto pasar la muerte por delante de los ojos por primera vez en su vida. Tras los saludos de rigor el Piloto sacó una foto recién enviada desde la central sobe unos objetos sacados de unas ruinas saqueadas en Sumatra hacía 200 años y que se suponen que ya están tapadas por la tierra. En ella se veía una pintada en una pared con 4 personas realizando un rito de baile, era igual al que habían encontrado Koyama. Estaba claro que había una conexión entre los dos sitios, pero tendrían que interpretar la señal bastante confusa. Se ve que en todos esos puntos realizaban los mismos ritos y los mismos bailes. A Candy se le empezó a pasar una idea por la cabeza, pero le pareció descabellada, aunque por mucho que lo fuera, por ahora no tenía otra. La inscripción reza: “No se entrará sin girar a derecha y a izquierda las veces que haga falta”. ¿Les estaban diciendo que para poder entrar habría que realizar ese baile o lo que fuera? Lo comentó en voz alta y todos la miraron asombrados. Nadie sabía que decir, pero tenían claro que para encontrar la puerta tenían que evaluar muchas cosas, incluidas las absurdas. En lo que fueron a investigar el terreno más cerca del cráter, dejaron a Verónica interpretando los movimientos en la foto para crear una coreografía y poder bailarla entre los 4.

Se acercaron tanto a la boca del cráter porque el mínimo que hacía calor se lo permitió. No había mucho y, aunque vieron el fuego abajo, no parecía transmitir térmicamente lo que se supone que debería calentar. “La solución es la suma de ocho soluciones”. ¿Pero cuáles eran las cuestiones para poder solucionarlas? Por un momento pensó que aparecería un ser y les haría 8 preguntas como había visto en la película de Jim Henson “Dentro del Laberinto” con David Bowie en la que los guardianes del castillo le ponen un acertijo a Sarah para dejarla pasar. No aparecía nada ni nadie. Todo el día estuvieron diciendo tonterías una tras otra buscando soluciones a preguntas que ellos mismos se hacían.

A ratos comenzaban a ensayar el baile ritual con las directrices que marcaba Verónica y que le hacían recordar sus días de bailar en el colegio. Al principio fatal. Se veían ridículos, pero poco a poco se lo fueron tomando en serio y cuando se agotaban paraban para retomar después. Cuando se cansaban de pensar, bailaban y cuando se cansaban de bailar, pensaban. Ya la coreografía les estaba quedando tan creíble que una de las veces la hicieron perfecta y tembló la tierra a sus pies. Les cundió el miedo y la alegría de saber que quizás hubiera sido el baile el que provocó la reacción. Volvieron a realizar el baile y volvió a temblar la tierra. “Ya tenemos una de las ocho soluciones, nos quedan siete”, dijo el piloto.

Tras mirar un rato los ocho botes de agua recogidos se dio cuenta que no todos tenían el mismo color de agua. Unos eran más transparentes que otros. “¿Solución?, solución no es de solucionar un problema, solución es la concentración de unos elementos dentro de otros.”, saltó Candy, de repente. ¿Qué quieres decir?, preguntó el hombre. “Que quizás haya que mezclar el agua de los ocho sitios para echarla en el volcán. Date cuenta que dice que la puerta de fuego, el volcán, tiene una llave de agua”, contestó Verónica adelantándose. Decidieron hacer una prueba con unas gotas de cada uno de los botes y mezclarlos en una botella a ver qué pasaba. Echaron de uno, de otro, y de otro, así hasta el octavo que vertieron con un halo de misterio mirándose unos a otros. Se les abrieron los ojos de par en par al ver que el agua turbia empezó a cambiar de color hasta que se estabilizó en un líquido de tono violeta intenso. No sabían si era la llave, pero aquello no había sido normal, con lo cual albergaron fundadas esperanzas. Esta vez fueron los cuatro a la boca del volcán.

Mezclaron toda el agua recogida en los ocho puntos en una garrafa y, como antes, se puso toda de color violeta. El hombre de negro miró para los demás con un gesto de desear suerte y descargó la garrafa en el vacío cayendo sobre el fuego que latía en las entrañas del cráter. De repente, se empezó a apagar el fuego solidificándose con una rapidez que nunca había visto el ojo humano. Se dispusieron a realizar el baile con ilusión de que algo grande iba a pasar. Cuando les salió bien, volvió a temblar la tierra, pero no pasó más nada. Algo les incómodo. Se supone que ya habían cumplido todas las premisas que ponía el párrafo del libro. “Desnudémonos y hagamos el baile sin ropa para demostrar que venimos en son de paz”, dijo Verónica. Les pareció una tontería, pero era otro de los absurdos más que tenían que probar. Empezaron el ritual, de nuevo, despojados de sus ropas y al acabar, esta vez no hubo temblor. Algo iba mal. Lo de desnudo no daba resultado. Cuando estuvieron vestidos, el cráter del volcán empezó a abrirse y dejó a la vista una escalera que bajaba. Abrazos y risas durante un rato y mucha prisa no fuera que se empezara a cerrar, hasta que el hombre dijo: . “Bajemos”. Candy se negó. Dijo que hasta ahí llegaba su cometido, ya habían encontrado y abierto la puerta. Los durdanos ya habían secuestrado a personal del WBCI y no quería que le pasara a ella. Convinieron en bajar el hombre y Verónica y quedarse fuera Candy y el piloto. Si al tercer día no habían regresado saldrían de allí en busca de refuerzos. Los dos voluntarios comenzaron a bajar por la escalera, felices y contentos por lo que les parecía un momento histórico para la humanidad, del que nadie sabría nada, nunca.

Solo tardaron un día en salir. Transmitían mucha paz tanto el hombre como Verónica. Es como si, ahora, fueran otros. Después de grandes abrazos, recogieron los bártulos y salieron de la isla. Candy no sabía si habían cumplido la misión de salvar el planeta, pero por la cara de ellos, supuso que sí. Al llegar a tierra de nuevo, fue corriendo a su casa, tenía ganas de abrazar por más de 20 segundos a su hijo. Se duchó, dio de cenar al niño, lo acostó y se metió en la cama a recapitular todo lo que había vivido. Se dio cuenta de una cosa, que no había negociado una contrapres-tación por este servicio. Estaba hecho que en la crisis de los pozos de agua le dieron dos maletines con billetes de 500 euros, el puesto de trabajo en el Ministerio de Cultura y podría elegir la universidad que quisiera para su hijo, pero ahora no había negociado nada con lo cual; seguro que la única satisfacción que iba a sacar de esta crisis era que no se iba a destruir el planeta. Estaba pensando que como pago no estaba mal. La asustó cuando le llegó un mensaje al móvil desde un numero oculto. El escrito ponía: “En señal de buena voluntad, los durdanos nos han entregado la formula química del elemento que regenerará el hielo de los casquetes polares bajo el compromiso de que no lo usaremos mientras haya deshielo porque, en ese caso, funcionaría al revés, fundiéndolos a mayor velocidad. Es compromiso del WBCI será el de obligar a ciertos dirigentes a cumplir los pactos de Protocolo de Kioto y aportar más fondos a la regeneración de los polos. Pero esa ya es una nueva misión que pondremos en marcha pronto. Por cierto, mi nombre es Eduardo.” Se quedó dormida, feliz de saber que había salvado al mundo y de que, ahora, ya sabía el nombre del hombre de negro.

[FIN]

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