Quieta.
Quédate quieta,
como el fondo del mar que no se mueve
mientras aparentas que lo haces tal como el agua de la superficie.
Temo acostumbrarme a ser una persona desprendida de mi
cuerpo atada a mis recuerdos.
«Quédate quieta», me repito bajo el agua.
Lo suficiente como para haber olvidado el por qué lo estás.
«Déjame quieta», suplico al océano. Eventualmente el mundo comenzará a
girar. Quédate quieta, hasta que el ruido de tu humedad termine con todo tu
interior.
Que ningún desierto está seco, si ningún océano deja que se evapore.
Estoy quedándome quieta,
hasta que mi cuerpo vuelva a ser voluntariamente
mío y el dolor no me reconozca más como suya.
La humedad con sal no hiere.
Cura, hasta tan solo quedarse quieta.
Me pregunto si tal vez solo soy esa mujer:
la que nació condenada.
Me pregunto si todo el tiempo se encontrará perdida,
porque juro que pensé que entre más edad transcurría sobre su
piel, menos perdida se encontraba, más encontrada estaba.
Quieta
quiero quedarme quieta,
después de moverme
tanto después de forzar
tanto
después de sucumbir y agitar tanto, quiero quedarme quieta.
Así,
solo quieta.