Entre las cosas maravillosas que ha dejado la actual edición de la Copa del Mundo –que a juicio de muchos pueden ser las mínimas –la figura de Luis Enrique, a mi juicio, ocupa un lugar indiscutible.
Hace algunos días, mi querido Ricardo López –cerebro de esta preciosa comunidad de escritores y lectores –confesaba su admiración por el seleccionador español, después que éste anunció su faceta de streamer, controversia que –además de adherirse a la narrativa contemporánea de la industria deportiva, donde se busca fortalecer la relación entre sus protagonistas y los fanáticos –fue un guantazo elegante, preciso y merecido al periodismo sensacionalista de su país (y de otros tantos).
Más allá del carisma irrefutable que posee –mismo que le ha ayudado a abanderar esta afrenta entrañable y necesaria entre muchas otras –en cada una de sus intervenciones, ya sea en conferencia de prensa, entrevistas, así como sus más recientes transmisiones en vivo, Luis Enrique se ha convertido en un monstruoso facilitador de lecciones de vida.
La más reciente, la de este domingo. Primeramente, en una rodada matutina previa al duelo entre España y Alemania. A bordo de su bicicleta, Luis Enrique recordó a su hija Xana, fallecida a causa de un osteosarcoma (cáncer en los huesos) en agosto de 2019, con apenas nueve años.
“Ya estamos en el decimocuarto día de concentración. Hoy no sólo jugamos contra Alemania. Hoy también es un día muy especial porque Xanita cumpliría 13 años. Amor, allí donde estés, muchos besos y pasa un gran día. Te queremos”.
Finalmente, en la rueda de prensa posterior al juego: “Hace mucho tiempo que nosotros pensamos vivir esto con naturalidad. Es evidente que no tenemos físicamente a nuestra hija, pero la tenemos presente cada día, nos acordamos mucho de ella, nos reímos y pensamos cómo actuaría en cada situación de muchas cosas que nos pasan… Así funciona la vida. No sólo son cosas bonitas y tratar de buscar la felicidad, sino también saber gestionar esos momentos”.
Las redes sociales –especialmente Twitter, a la cual he dedicado más tiempo del que debía y menos del que hubiera querido (hasta hace muy poco) –no han sido en las últimas horas otra cosa sino un vertedero de narrativas dañinas y de una pereza intelectual abrumadora. Sin embargo, muy de vez en cuando se asoman pasajes preciosos y memorables, alejados de insensibilidades y aires de superioridad sin razón.
Ojalá, personas, que no personajes, como Luis Enrique ocupen mucho mayor tiempo las primeras planas, los contenidos virales y los horarios prime de la televisión. En una de esas, quién sabe, capaz y recordamos que sí existen cosas por las que seguir interactuando con los otros vale la pena.