Foto: Ania Otaola.

Porno suave

Sabemos a la perfección cómo hacerlo, cómo amarnos.

Ya es de noche y al fin todos me abandonan. Digo al fin porque paso mucho tiempo deseándolo. Y en ese momento mis mandíbulas se relajan en busca la soledad perpetuada en la luz de la noche. Cierro mis ojos y quiero apagarlo todo. Abiertos o cerrados no veo nada, solo veo el color del abismo; no me asusto, solo tengo que esperar el placer.   

Mis orejas se acurrucan mimosas, mis velas adornan todo lo cálido del techo, las soplo y mi cuerpo sabe que al fin podemos disfrutar a solas. Mi dedo índice serpentea hacia abajo, conoce muy bien cada paso y mientras camina acaricia la suave tela que me desviste y que parece que esta usada. Lo está. La usé tantas veces como quise, la tendí al sol, la mojé en la playa, la rompí con muchos desconocidos en busca de placer, para esquivar el aburrimiento, la usé para ver a Dios, o para no tener que ver nada. 

Pero ahora, a solas, es otro amor, este amor de dos, donde alcanzamos ese botón lunar, que enciende y apaga todo. Enciende el sol y apaga mi faro. Me deja desorientada. Sabemos a la perfección cómo hacerlo, cómo amarnos. A veces lo hacemos demasiado rápido, a veces demasiado quietas, perfectas, oscilamos entre todas las velocidades de lentos, y se hace una laguna que cosquillea y se derrama por los costados, apagando el incendio que amándome he provocado. 

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