El símbolo de la luz se descompone
en nuestras manos y casi lo podemos
palpar.
Ya no queda nada de aquel viejo amor,
que iluminaba los callejones
de nuestra ciudad.
Ahora todo se traduce en un cambio,
en una estructura que se derrumba.
El mundo parpadea y se apaga.
Los árboles se pintan de amarillo.
Mientras tanto, hay una lluvia
de cometas que habita en tu mirada.
Allí, donde los trenes subterráneos de la
razón,
chocan contra el muro de la nostalgia.
Es la entropía de las palabras,
que se anida como un puñado de flores
en el camino.
Es la ternura de las voces que fulguran, entre tu cuarto y el mío.